Walter Benjamin, escritor de relatos, que, como Edgar Allan Poe, llamó de múltiples formas -conte, nouvelle, novella, Novelle, yarn, sketch, skaz...- expuso su aprensión por la novela en una reseña de Berlin Alexanderplatz (1930) de Alfred Döblin. Aunque en el texto la figura del novelista parecía contraponerse a la del poeta, el arquetipo verdaderamente opuesto al novelista, según Benjamin, era el del "narrador":
"La existencia en el sentido épico del mar. No hay nada más épico que el mar. De hecho, es posible relacionarse de modo muy diverso con el mar. Por ejemplo, acostarse en la playa, escuchar las olas romper y recolectar las ostras que traen las mareas. Eso es lo que hace el poeta épico. Pero también es posible salir al mar. Con muchos propósitos, o con ninguno. Es posible embarcarse en un viaje y entonces, cuando se está muy lejos, no cruzarse con tierra alguna y ver solamente el mar y el cielo. Eso hace el novelista. Él está realmente solo y silencioso. En la épica, el pueblo descansa luego de un día de trabajo: escucha, sueña y recolecta. El novelista se ha separado del pueblo y de aquello que lo impulsa. El ámbito del nacimiento de la novela es el individuo en su soledad, que ya no puede expresarse de un modo ejemplar sobre sus más importantes preocupaciones ni es capaz de dar consejos para sí mismo ni para otros... La novela se destaca de otras formas de prosa -cuentos, sagas, leyendas, proverbios, chistes- por el hecho de que no proviene de la tradición oral ni ingresa en ella. Pero sobre todo, se distingue de la narración, que en la prosa representa la épica en estado puro. En efecto, nada contribuye más al peligroso enmudecimiento de la humana interioridad, nada aniquila tan profundamente el espíritu de la narración, como la escandalosa expansión que en nuestra vida adquirió la lectura de novelas".
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