Mi lucha, el proyecto literario del escritor noruego Karl Ove Knausgard, consiste en seis volúmenes de una autobiografía novelada, que captan seis edades de la memoria. Hasta ahora han aparecido tres, La muerte del padre, que cuenta el momento juvenil del suicidio del padre, abusivo y alcoholizado, Un hombre enamorado, cuando Karl Ove es un adulto con tres niños, que ha dejado de ser hijo para convertirse en padre, y La isla de la infancia, que como indica el título trata de encapsular los primeros años del escritor en Hove y Tybakken, con su padre, su madre y su hermano.
La edad de la infancia debió ser la de mayor dificultad para Knausgard. Como advierte en las primeras páginas de su última entrega, los primeros seis años, de 1968 y 1974, son un vacío que se llena con recuerdos de sus padres y su hermano sobre sí mismo, más que una evocación personal. Es a partir de los siete u ocho años que la memoria de Karl Ove gana aliento y precisión y puede reconstruir los abusos del padre, la pasión por la madre, su fragilidad afectiva, sus llantos constantes, sus humillaciones en el colegio, donde es estigmatizado como un "femi", y su iniciación en el sexo, la literatura y la música.
Hay en La isla de la infancia, unas veces, un tono Proust, y otras, un tono Twain, sin que ninguno de los dos haya sido, por lo visto, lectura formativa de Knausgard. En sus libros hay un inventario bastante preciso del itinerario de un lector tradicional de mediados del siglo XX -Verne y Dumas, Salgari y Christie, Dickens y London, Stendhal y Balzac, Tolstoi y Turgueniev-, que ha dejado marcas evidentes en su escritura. Proust o Twain son más resonancias involuntarias que apuestas por un legado estilítico.
La dificultad de este tercer volumen residía en la transportación del Knausgard actual a la mente del Karl Ove niño o púber, entre los 7 y los 13 años. La mayor parte de la novela transcurre en esa inmersión en la subjetividad infantil, aunque por instantes Knausgard debe regresar a su personalidad actual para tomar distancia de su propia invención memoriosa o, simplemente, para justificar el papel de la ficción en su autobiografía. Sucede, por ejemplo, en las primeras páginas, donde aparece el pasaje sobre la memoria que transcribimos en el post anterior.
Pero sucede, también, justo a la mitad, entre las páginas 288 y 295, cuando el Karl Ove niño calla y deja hablar al Knausgard adulto, que confiesa el miedo y el odio al padre y el amor a la madre. Lo que trasmite el escritor noruego con este distanciamiento es que la identidad edípica no puede ser racionalizada por su personaje, el niño Karl Ove, pero también que la primera persona se resiste a ser utilizada de manera constante y verosímil cuando se quiere viajar al origen de la memoria. Es, en suma, aquella edad, la infancia, la menos hospitalaria o la más reacia a acoger los otros momentos del yo, que se han impuesto como sublimación de un pasado.
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