Llevo tiempo escuchando comentarios y leyendo artículos sobre la importancia de La Habana para la poeta puertorriqueña Julia de Burgos (1914-1953). Sabíamos que esa ciudad había sido escenario del romance y la ruptura con el médico y líder antitrujillista dominicano, fundador del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), Juan Isidro Jimenes Grullón, y habíamos leído su soneto a José Martí y las resonancias cubanas de su tercer poemario -después de Poema en veinte surcos (1938) y Canción de la verdad sencilla (1939), publicados en San Juan-, El mar y tú (1954), que aunque escrito durante su residencia en Cuba, fue publicado póstumamente por su hermana Consuelo en Nueva York.
Pero no ha sido hasta leer las cartas que Julia de Burgos envió a Consuelo y que fueron recientemente editadas en San Juan por Eugenio Ballou en la editorial Folium/ Prosas Profanas, con prólogo inteligente de Lena Burgos-Lafuente, que hemos aquilatado verdaderamente esa conexión. La correspondencia entre estas hermanas puertorriqueñas, inmersas en las redes intelectuales y políticas de la izquierda caribeña a mediados del siglo XX, es una fuente documental que lanza una bocanada de aire fresco al archivo un tanto reticente y controlado de la historia cultural de los comunismos, los nacionalismos y los socialismos del Caribe y sus diásporas, a mediados del siglo XX.
Buena parte del epistolario o, más bien, de las cartas de Julia a Consuelo compiladas en el volumen fueron escritas en Nueva York. Primero en el breve periodo que va de agosto de 1939, cuando la poeta llega a Nueva York, y junio de 1940, cuando embarca hacia La Habana. Luego, en la terrible década que va del verano del 42 al verano del 53, con breves estancias en Baltimore o Washington, en que la correspondencia va perdiendo fluidez, aunque no intensidad, ya que capta los años finales de la poeta, entrando y saliendo de hospitales, especialmente del Goldwater Memorial Hospital de la entonces llamada Welfare Island -hoy Roosevelt Island-, donde escribe sus dos estremecedores poemas en inglés, "Farewell y The Sun in Welfare Island", y de donde se escapa para morir en Manhattan, destrozada por la depresión, el alcoholismo, la cirrosis y el cáncer.
El momento de mayor fluidez de la correspondencia es, sin embargo, el del periodo habanero de la poeta. Como tantos otros poetas hispanoamericanos, desde José Martí hasta Octavio Paz, Julia de Burgos sentía por Nueva York una mezcla de fascinación y rechazo. Le atrae la "organización" de la modernidad, pero no gusta de la "apariencia de enorme cuartel militar" o de "las casas uniformes, sin gracia, y sin arte". Celebra la heterogeneidad civil y la "maravilla arquitectónica", marmórea, "sobria y llena de ángulos" del art deco del Midtown, pero escruta la "espesa niebla", el "mundo silenciado" y la "belleza esquiva" de los paisajes, que contrapone al "trópico desnudo" del Caribe.
En La Habana, en cambio, Julia de Burgos siente regresar a su hábitat. Hay una pastoral de lo hispánico en las primeras cartas a Consuelo desde la isla, que coexiste sin mayor problema con el discurso nacionalista o las apelaciones vasconcelianas a una América "indo-hispánica". Pero también hay una descripción de La Habana como "pequeño París" del Caribe -"sin alemanes..., todavía"-, con "cafés al aire libre, aceras muy anchas y orquestas de mujeres, especialmente mulatas". No hay rastros de depresión en esas cartas: su vida en La Habana, los viajes a Trinidad -donde escribe el poema "Presencia de amor en la isla"-, Caibarién, Santiago de Cuba, Holguín, Santa Clara..., y la resolución con que ingresa a la Universidad de La Habana, con el propósito de cursar en pocos años cuatro doctorados -en Pedagogía, Filosofía y Letras, Ciencias Sociales y Derecho Público- y dos licenciaturas -Derecho Consular y Diplomático-, e instalar un bufete propio, parecen marcados por una euforia que emerge como catarsis epistolar.
Aquel entusiasmo tiene que ver con el hecho de que la poeta continúa en La Habana una vida literaria y pública, iniciada en San Juan a fines de los 30, aunque con la plataforma más sólida que le ofrece un país que ha salido de una revolución nacionalista, con una nueva Constitución y con un gobierno aliado de los comunistas cubanos. Julia de Burgos no se hace ilusiones con Fulgencio Batista -"militarote peligroso", le llama-, y dice que Grau San Martín es "hombre puro, pero desorientado y reaccionario". Pero su inserción en las élites intelectuales y políticas de la isla, aunque fuertemente ligada a la red comunista caribeña, se abre a otras corrientes políticas, cercanas a los nacionalismos revolucionarios no comunistas, en las que se mueven su pareja, Jimenes Grullón, y Juan Bosch, otro líder antitrujillista exiliado en Cuba. Esas redes explican, en medida, que Julia de Burgos afirme que "Raúl Roa es el crítico y escritor más destacado de Cuba, aún más que Marinello y Mañach".
Como bien apunta Lena Burgos-Lafuente en el prólogo, este epistolario aparece en medio de un vacío biográfico e historiográfico sobre la izquierda caribeña de mediados del siglo XX, especialmente, la puertorriqueña. Sabemos muy poco, en realidad, sobre aquellas redes y sus conexiones con la izquierda norteamericana, especialmente con el Partido Comunista de Estados Unidos. Las Cartas a Consuelo (2014) siguen dejando incógnitas en el aire, como las razones reales de la ruptura con Jimenes Grullón. Éste la acusa con su hermana de "deslealtad", concepto ambivalente que enlaza sentidos sexuales y afectivos, ideológicos y políticos, y de "actitudes inconvenientes o desviadas" y de "deficiencias y fallas en su carácter", frases que recuerdan lo peor de la tradición moral de esa izquierda. Ella le atribuye a Jimenes Grullón una "poderosísima enfermedad mental, que lo hacía desconfiar de todos y de todo, reflejo de una desgraciada vida anterior" y de no querer enfrentarse a sus padres con la decisión de "asumir una responsabilidad legal y pública", casándose con la poeta.
Lo cierto es que Cartas a Consuelo (2014) ofrece tanto material para la biografía, la historia y la crítica, como para la ficción. A falta de estudios definitivos en cualquiera de esos campos, sobre Julia de Burgos, Juan Bosch o el propio Jimenes Grullón, este libro viene a revitalizar el archivo y a recordarnos, una vez más, la importancia de la historia y la biografía para una información convincente de la crítica literaria. No creo que lleguemos nunca a comprender la multiplicidad de sentidos de la poesía de Julia de Burgos sin sus políticas o sin esas otras escrituras que acompañan el envío de un retrato en la revista Carteles o un recorte de prensa en Bohemia, donde glosan una conferencia suya en La Habana. La literatura es, también, vida literaria, cuando la hay, y silencio, soledad y muerte anónima, cuando todo se ha perdido.
Perdón por la digresión.
ResponderEliminar¿Dónde puedo adquirir Historia Mínima de la Revolución Cubana? No está en Amazon donde siempre he comprado sus obras.