La gran retrospectiva de Henri Cartier-Bresson (1908-2004) en el Palacio de Bellas Artes, de la ciudad de México, hace énfasis en la complementariedad entre arte fotográfico y reportaje gráfico en la obra de este importante fotógrafo francés. El espectador sigue, entre las salas, la biografía de una mirada, a lo largo de los grandes hitos del siglo XX: las revoluciones rusa, mexicana y cubana, la República y la guerra civil españolas, la Segunda Guerra Mundial, la descolonización de Asia y África, la vida cotidiana en Europa del Este, la China de Mao y la Indonesia de Sukarno, la cultura material en Occidente y en Europa del Este, los dos Berlines y el Nueva York de los 60, Truman Capote y Jean Paul Sartre, Henri Matisse y Martine Franck.
Hay algunas constantes en ese itinerario de perpetuo desplazamiento: los niños, los escorzos de los cuerpos sobre la hierba, la mirada en lontananza de algunas mujeres y, sobre todo, la sombra. Hay una trama de sombras en muchas de las fotos de Cartier-Bresson, que atraviesa la captación de la imagen desde la fotografía artística juvenil de los años 20 hasta el trabajo reporteril de madurez, en la agencia Magnum. Hay sombras evidentes, como la del gigante Lenin de cartón, a la entrada de un edificio en San Petersburgo, y otras más ocultas, como las que ondulan sobre las perfectas piernas de la fotógrafa belga, Martine Franck, que, en una suerte de animación de la imagen, modeló para Cartier-Bresson.
Todavía en los años 70 y 80, cuando Cartier-Bresson observaba que la sociedad de consumo reproducía una cultura material bastante parecida en el Occidente capitalista y en el Este comunista, en las islas del Mediterráneo o en las del Pacífico, en el Nueva York de Kennedy o en La Habana de Castro, uno de los elementos gráficos que involucró en aquella yuxtaposición de imágenes fue la sombra. La obra fotográfica de este gran artista francés podría ser leída como una refutación del célebre ensayo del novelista japonés, Junichirò Tanizaki, El elogio de la sombra (1933), que sostenía una polaridad entre el culto a la luz en Occidente y al de la sombra en el Oriente. Antes de que el libro de Tanizaki fuera conocido en Francia, ya Cartier-Bresson había capturado las sombras de los niños, que corrían entre las callejuelas y pasajes de algún barrio del Magreb.
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