Durante muchos años, los principales estudios sobre las guerrillas latinoamericanas de los años 60 y 70, partieron de la premisa de que todos o casi todos los movimientos armados rurales y urbanos de aquellos años fueron diseñados y ejecutados por el equipo del comandante Manuel Piñeiro en Cuba. Esa es una de las ideas centrales de libros como Guerrillas and Revolution in Latin America (1992) de Timothy Wickam-Crowley, Guerrillas en América Latina (1997) de Gabriel Gaspar y, sobre todo, La utopía desarmada (1993) de Jorge G. Castañeda.
En los últimos años, una nueva generación de historiadores y, sobre todo, historiadoras, especialmente en el Cono Sur, está reconstruyendo la experiencia de la lucha armada rural y urbana en Brasil, Uruguay, Argentina y Chile, entre los 60 y 70, con una perspectiva más afincada en los contextos nacionales y locales de aquellos movimientos, que, sin negar la fuerza del referente cubano y la intervención del gobierno de la isla en aquellos procesos, llama la atención sobre disimilitudes y divergencias ideológicas y políticas con La Habana.
La historiadora argentina Inés Nercesian, en su libro La política en armas y las armas de la política. Brasil, Chile y Uruguay.1950-1970 (2013), argumenta que las vías insurreccionales en el Cono Sur aparecen antes o a la vez que en Cuba, dentro de las izquierdas populistas y socialistas -no tanto las comunistas- y que, en varios momentos, experimentaron fricciones tácticas y estratégicas con el modelo del foco guerrillero. El caso brasileño de la guerrilla urbana de Carlos Marighella, quien se había identificado con las tesis insurreccionales maoístas desde antes del triunfo de la Revolución Cubana, es bastante ilustrativo. Marighella viajó a La Habana y participó en la OSPAAAL, pero su Minimanual del guerrillero urbano tiene notables diferencias con las tesis del Che Guevara y Regis Debray sobre el foco.
Algo similar sostiene la historiadora Eugenia Palieraki para el caso chileno. En una investigación sobre el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), Palieraki sostiene que a mediados de los 60 Miguel Enríquez y otros líderes de esa corriente tienen una ruptura, similar a la que se vivió en Argentina entre Santucho, el EPR y Moreno, con corrientes comunistas y trotskistas que proponían subordinar la lucha armada a la política. El debate entre Miguel Enríquez y Luis Vitale, reconstruido por Palieraki, es muy parecido al de Santucho y Moreno en Argentina, estudiado por Martín Mangiantini y que comentamos hace poco aquí. Sin embargo, Palieraki, como Nercesian, sostiene que la dinámica de la guerrilla urbana en Chile también se diferenciaba de las tesis guevaristas y que el enfoque de la influencia cubana es "insatisfactorio".
Otro estudio reciente que, de algún modo, sintetiza esta nueva corriente historiográfica sobre las guerrillas suramericanas es el de la también argentina Julieta Bartoletti. A partir de una investigación sobre Montoneros, Bartoletti ha intentado reclasificar las guerrillas rurales y urbanas latinoamericanas de los 60 y 70, cuestionando buena parte de las visiones sobre aquellos movimientos, producidas hasta los años 90 por lo menos. Una premisa puesta en cuestión por Bartoletti es, precisamente, la de la periodización que situaba el foquismo en los 60, las guerrillas urbanas en los 70 y las organizaciones político-militares a fines de esta década. Otra, la del "origen cubano" de la mayoría de aquellos movimientos.
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