La editorial Lumen, en Barcelona, rescató recientemente los ensayos literarios del poeta W. H. Auden, en traducción de Juan Antonio Montiel y bajo el título de El arte de leer. El volumen arranca con las prosas que Auden dedicó a los grandes infinitivos de su vida: leer, escribir, saber, conocer, juzgar, hacer, amar... Desde las primeras páginas, advertimos que en lo que a la lectura se refiere, Paul Valéry ocupó un lugar central entre las preferencias del poeta de Look, Stranger! (1936). El ensayo sobre el arte de leer de Auden abría, precisamente, con un conocido exergo de Valéry que afirmaba que la "lectura por motivos personales" nos lleva, con frecuencia, a "odiar al autor".
Las pasiones literarias de Auden eran bastante conocidas: luego de los griegos, Shakespeare y los místicos protestantes, Lord Tennyson y Edgar Allan Poe, D. H. Lawrence y Marianne Moore, C. P. Cavafis y Lewis Carroll. ¿Qué hacía el cartesiano Paul Valéry, el homme d'esprit del "Cántico de las columnas", en semejante compañía? Es evidente que Auden, a diferencia de José Lezama Lima, quien en un conocido ensayo intentaba reconciliar a Valéry con Pascal e, incluso, con Santo Tomás de Aquino, leía al francés como lo que era: un homme d'esprit. Ese extrañamiento, cercano a la enemistad o al odio, colocaba a Valéry en un límite, desafiante y, a la vez, nutritivo.
No es extraño que Auden comenzara aludiendo a Valéry como escritor intraducible. Si cualquier literatura en otra lengua que no fuera la materna lo era, la idea de una comprensión plena de Valéry por un escritor anglófono "rayaba en la locura". Auden se consuela con la idea de que su Valéry es una invención, no es un Valéry real, y que esa invención, ubicada en el límite del conocimiento literario, le permite confirmar la idea de que, en literatura, la "cognición reina, pero no gobierna". Su lectura de Valéry es tan ajena, como la que hiciera Mallarmé de Poe: el homenaje de un escritor de otra estirpe a la tumba sin nombre de su antepasado.
Auden sabe que, desde la doctrina crítica de Valéry, un poema como "El cuervo" de Poe, que, según confesión del propio Auden, le "cambió la vida", suena siempre "artificioso". La poesía y la prosa, al decir de Valéry, deben ser "un juego de la inteligencia, pero un juego solemne, ordenado y significativo", como lo era para Mallarmé y no tanto para Poe o Baudelaire. Lo que, según Auden, rechaza Valéry de Pascal no es la abjuración geométrica del manido "esprit de finesse" o, como pensaba Lezama, la idea de que el "vacío de los espacios infinitos" realmente aterra. Lo que desprecia Valéry es el carácter afectado y artificioso de esa frase de Pascal. La lectura de Valéry tiene, por tanto, un efecto purificador y terapéutico sobre Auden. Un efecto de tónico o balsámico, similar al que ejerció Mallarmé sobre el propio Valéry:
"Ese fue, más que el de una mera influencia literaria, el papel que Mallarmé desempeñó en la vida de Valéry; y puedo dar testimonio cuando menos de una vida en la que Valéry ha desempeñado un papel análogo. Cuando me atormenta más que de costumbre uno de esos terribles diablillos mentales: la Contradicción, la Obstinación, la Imitación, el Lapsus, la Brouillamini, la Fange-d'Ame, cuando quiera que me siento en peligro de convertirme en un homme sérieux, es a Valéry, un homme d'esprit donde los haya, más que ningún otro poeta, a quien pido ayuda".
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