El escritor francés Louis-Fernidand Céline, cuya novela Viaje al fin de la noche (1932), fue venerada por la Beat Generation y el existencialismo y el post estructuralismo franceses -Philippe Sollers, por ejemplo, decía que Céline era un "anarquista de derechas que tenía razón contra todas las propagandas bienpensantes"-, fue, antes que escritor, o a la par, médico. Su tesis de medicina presentada en París, en 1924, es, a la vez, un tratado clínico y un ensayo literario. Lo que une literatura y medicina en el texto de Céline es la historia y la biografía, escritas con la vivacidad de un panfletista o un novelista de cordel en la Europa de entre guerras.
La tesis se tituló La vida y la obra de Philippe Ignace de Semmelweis (1818-1865) y cuenta la historia de un joven abogado, nacido en Budapest, que se traslada a Viena a mediados del siglo XIX y se interesa en el aumento de la mortalidad de mujeres embarazadas en el Hospital General de la capital del imperio. Semmelweis toma cursos de medicina y trabaja con ginecólogos y obstetras reconocidos, hasta alcanzar familiaridad con los males que producían tantos decesos. Su apasionada entrega a la medicina, mal vista por maestros y condiscípulos con mayor experiencia, lo llevó a formular el diagnóstico de la fiebre puerperal, una infección contra embarazadas, que atacaba por medio de una secuencia fatal de flebitis, linfangitis, peritonitis, pleuresía, pericarditis y, finalmente, meningitis, y a adelantar el tratamiento clínico por medio de la antisepsia.
Para Céline, Semmelweis es, naturalmente, un héroe, pero también un mártir. El martirio del joven abogado y médico húngaro no tuvo que ver, a su juicio, únicamente con el hecho de que él mismo se hubiera infectado, durante el tratamiento de las mujeres de Viena, y hubiera fallecido de fiebre puerperal en el mismo Hospital General, en 1865. Céline hace del martirio de Semmelweis una cruzada de nobleza y humildad contra el racionalismo y el liberalismo que avanzan en la Europa del siglo XIX, especialmente en el lapso que va de la Revolución Francesa de 1789 a las revoluciones europeas de 1848. Es, justamente, entre 1847 y 1848, que se produce el mayor brote de fiebre puerperal en Viena, y Céline relaciona la enfermedad con el espíritu de la Revolución.
Las primeras páginas del Semmelweis de Céline son una catilinaria contra la Revolución Francesa, digna de Maistre o Chateaubriand. Describe a Versalles temblando ante los "gritos" de Mirabeau -símbolo, según Ortega y Gasset, de lo contrario: de la templanza o la moderación- y pone a Luis XVI a "pagar los platos rotos". Habla de la razón como una nueva "bestia", que entre 1789 y 1793, hizo de las "masas enardecidas leones hambrientos". Hasta la caída de Napoléon, lo que sucedió en Europa, según Céline, fue una calamidad: "la flor de una época fue hecha picadillo..., de golpe, veinte razas se precipitaron a un horrible delirio". Con la Restauración monárquica, pasó la fiebre -Céline leía la historia en clave clínica-, pero el alivio fue pasajero. La Revolución regresaría en 1830 y en 1848 y esta última vez, con fuerza continental. Para colmo, dice, "Metternich ha envejecido y la joven Hungría lo toma por sorpresa".
En un momento de su tratado, Céline cita a John Stuart Mill: "si se hubiera descubierto que las verdades geométricas son susceptibles de causar alguna molestia a los hombres, hace tiempo que habrían sido declaradas falsas". El gran pensador liberal, según Céline, está errado: la geometría, como la razón y la Revolución hacen daño al hombre y, aún así, se han arraigado en la cultura europea moderna. La fiebre puerperal es, de algún modo, una maldición contra esa Europa revolucionaria, que ataca a las madres de los niños europeos. Y la incomprensión y la soledad que sufre Semmelweis, el médico llamado a curar la enfermedad, son también síntomas de la barbarie y el egoísmo que expanden el espíritu geométrico y liberal. "En el corazón de los hombres solo existe la guerra", concluye un Céline más cerca de Carl Schmitt o Ernst Jünger que de Hobbes o Clausewitz.
En un momento de este primer libro, el autor de Bagatelas para una masacre (1938), sintetiza la mentalidad reaccionaria, de quien no siente formar parte del tiempo moderno: "esperemos que aparezcan los días que queremos en la matriz del pasado". La palabra "matriz", en la biografía de un obstetra, adquiere una connotación precisa, aunque transferida a la historia. Habría, según este joven conservador, que ya pasó por el horror de la Primera Guerra Mundial, una matriz en el pasado que fecundaría un tiempo nuevo en el que serán vengados los crímenes de la modernidad. Aunque en otro momento de Semmelweis cita elogiosamente a Romain Rolland -"la noche del mundo está iluminada por luces divinas"- los orígenes del Céline fascista y antisemita se leen aquí.
Estimado Rafael,
ResponderEliminarAl final de la reseña aparece esta línea divisoria: "un Céline más cerca de Carl Schmitt o Ernst Jünger que de Hobbes o Clausewitz". Schmitt-Jünger de un lado, Hobbes-Clausewitz del otro. Le agradecería de veras si pudiese precisar los criterios que rigen dicha separación. Cordialmente, José Antonio García Simón
Gracias por el comentario, José Antonio, me parece que Céline estaba más cerca de Schmitt y Jünger, que de Hobbes y Clausewitz por razones históricas y filosóficas. En primer lugar, los tres primeros eran de la misma generación: Schmitt, el mayor, había nacido en 1888 y los otros dos en 1894 y 1895, pero, además, los tres vivieron la Primera Guerra Mundial y produjeron buena parte de su pensamiento en el periodo de entre guerras, cuando se produjeron los fascismos. Hobbes fue un referente de todos ellos, pero no hay que olvidar que su idea del estado naturaleza era eso, una teoría del orden anterior al contrato social. Mientras que Clausewitz fue, ante todo, un teórico militar, no un filósofo social. Céline, Schmitt y Jünger se unen en una idea de la sociedad y la política como estados de guerra, que comparte muchos de los elementos del fascismo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, José Antonio.
Eliminar