En dos libros recientes, que hemos discutido en este blog y en el último número de La Habana Elegante, Francisco Morán y Jorge Camacho encuentran conexiones entre el pensamiento y la escritura de José Martí y la antropología criminalística del jurista italiano Cesare Lombroso, creador de una conocida escuela teórica, seguida por autores como Enrico Ferri y Raffaele Garófalo. Aunque no parece haber rastros de que Martí haya leído a Lombroso o simpatizado con sus tesis, la conexión, en efecto, podría sustentarse.
Sin embargo, para hacerlo de manera convincente, habría que reconocer, por lo menos, que desde el punto de vista del derecho penal, Martí simpatizó sustancialmente con dos corrientes contrarias a la lombrosiana: la de la escuela del krausismo español, que conoció durante sus estudios de derecho en Zaragoza y Madrid, y la de la sociología positivista, de raíz utilitaria, que predominaba en Gran Bretaña y Estados Unidos en las últimas décadas del siglo XIX. En temas centrales para la escuela italiana, como los del delincuente nato, la pena capital, el sistema penitenciario y los modelos fisonómicos o biométricos de entender la criminalidad, Martí se pronunció, muchas veces, contra las tesis de Lombroso, sin mencionarlas y, probablemente, sin conocerlas.
Pero antes de poner algunos ejemplos de las discordancias de Martí con la escuela criminológica italiana, debo decir algo sobre el anacronismo de la conexión que sostienen Morán y Camacho. Es cierto que Lombroso nació en 1835, es decir, casi veinte años antes que Martí, y que sus dos principales discípulos, Ferri y Garófalo, nacieron en la misma década que el cubano. Pero la difusión fuera de Italia y, especialmente, en España, América Latina y Estados Unidos, las tres regiones en que se movió la biografía de Martí, de las ideas lombrosianas, arrancó propiamente entre mediados de los años 90 y la primera década del siglo XX, con la traducción al español, el francés y el inglés de El delito. Sus causas y remedios (1902), la obra más conocida de Lombroso.
En los estudios El gabinete del doctor Lombroso. Delincuencia y fin de siglo en España (Barcelona, Anagrama, 1973) de Luis Maristany y Miserables y locos. Medicina mental y orden social en la España del siglo XIX (Barcelona, Tusquets, 1983) de Fernando Álvarez Uría, se describe que en los años 70, cuando Martí, recién llegado a España, publica El presidio político en Cuba (1871) y comienza sus estudios de derecho en Zaragoza, el campo jurídico peninsular estaba en plena asimilación de las ideas de K. C. F. Krause. En sus Cuadernos de apuntes, Martí deja testimonios de sus principales ideas en materia de derecho penal, que tienen que ver con lo que luego se denominará la escuela del krausismo o el "regeneracionismo" español (Sanz del Río, Giner, Costa, Macías Picavea, Concepción Arenal...)
Martí anota los textos que lee en sus estudios doctorales de derecho penal: "Necesaria reforma del sistema penal" de Röder -el principal discípulo de Krause-, "Estudios penitenciarios" de Lasky, "Rapports sur les penitenciers des E. Unis" de Demets et Blount, "Statistique des prisons et établissements penitentiaires" de Choppin. Todos, enfoques reformistas y regeneracionistas, que partían de clásicos como Beccaria y Bentham, para proponer una transformación de las cárceles en centros correccionales. Martí, como C. D. A. Röder, es entonces un correccionalista, es decir, un partidario de la reforma de la conducta delictiva por medio de un sistema de reclusión instructivo, sin castigos corporales, trabajos forzados ni pena capital.
También en los Cuadernos de apuntes, Martí sostiene un debate con el publicista francés Alphonse Karr, un darwinista social, que pensaba que mientras existieran asesinatos, la pena de muerte era necesaria. La pena de muerte, según Martí, es la instalación de una lógica de "crueldad" en la ley, que, entre otras cosas, pone al descubierto la "inmoralidad del catolicismo", que la apoya en Europa. Según Martí no sólo debe abolirse la pena de muerte, también debe eliminarse, o reformarse radicalmente, la institución del presidio y la cadena perpetua: "¿de que el presidio sea ineficaz, de que el presidio sea una institución que no corrija, una torpe institución, puede deducirse acaso que la pena de muerte sea buena, ni eficaz, ni necesaria?".
Martí repite, aquí, las ideas de la utopía correcional de Röder, que luego tuvieron en cuenta algunos críticos de Lombroso como Gabriel Tarde -cuya teoría de la "imitación", de inspiración naturalista, está mucho más cerca de Martí y, especialmente, de la manera en que Martí representa el mundo animal, como nos recuerda Orlando González Esteva en su último libro- y, sobre todo, los británicos Charles Buckman Goring y Karl Pearson, dos críticos de la escuela italiana que tuvieron una gran influencia en la reforma penitenciaria de Nueva York y Boston entre fines del siglo XIX y principios del XX.
El principal desacuerdo de Goring con Lombroso era que en el género humano no existía algo así como un delincuente o criminal "nato". Tampoco había una relación predeterminada entre tipos fisonómicos y modalidades de crímenes. Lombroso, naturalmente, era enemigo del correccionalismo y el regeneracionismo y partidario de la cadena perpetua y la pena capital, ya que partía de arquetipos delictivos innatos e incorregibles. No fueron estas, ideas juveniles de Martí que, luego, en la madurez del exilio en Nueva York, abandonó. Tan sólo habría que releer la larga serie de crónicas que dedicó al asesinato del presidente Garfield y al proceso judicial contra el asesino, el abogado y político del partido rival, Charles J. Guiteau.
A Martí evidentemente no le agrada el asesino, pero entre las actuaciones de los jueces y los abogados defensores, prefiere las de estos últimos. Martí sigue rechazando la pena de muerte y, sobre todo, el júbilo y el espectáculo popular que la misma produce. "Aunque no sea más porque recuerda la posibilidad de que exista un hombre vil, no debiera ser motivo de júbilo para los hombres la muerte de un ser humano" -dice refiriéndose al asesino ejecutado en la horca. El día de la ejecución de Guiteau es también, por cierto, el de la entrada en vigor de una ley en Estados Unidos que impedía la internación, por tierra o agua, de trabajadores inmigrantes chinos, contra la que Martí protesta. "Para los chinos se cierran las puertas del trabajo. Para Guiteau se abre la puerta de la muerte".
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