Finalmente termino de leer, por estos días, la espléndida biografía de Octavio Paz que ha escrito Christopher Domínguez Michael. Mientras leía intentaba explicarme qué tipo de biógrafo es este importante crítico literario, que ya puso a prueba su dominio del género en la mejor biografía que conocemos de Fray Servando Teresa de Mier. No sé si llego a explicármelo del todo, pero siento que me acerco más a la explicación, luego de leer Octavio Paz en su siglo (2014). Este nuevo libro confirma a Domínguez Michael como biógrafo.
Hasta hace poco, las biografías de los poetas raras veces se apartaban de los mitos de la lírica que construían los propios poetas y sus críticos. Aquellas eran biografías que, por lo general, intentaban hacer de la vida del poeta una extensión de sus propias composiciones, otra manera de escribir versos o de vivirlos en actos. La vida del poeta era otro cuaderno de sus obsesiones y misterios, temores y añoranzas. Una vida poética, que cargaba con todo el peso del legado clásico y romántico, modernista o vanguardista, cuando ser o vivir como poeta era llamarse Shakespeare o Quevedo, Byron o Hugo, Baudelaire o Whitman, Darío o Neruda.
La atracción que ha ejercido la historia intelectual sobre el ensayo, en los últimos años, ha hecho que aquella idea de la biografía, fundamentalmente narrativa, que con tanta destreza escribieron los ingleses, cambie y se vuelva más francesa, tan o más atenta a las ideas del poeta como a los hechos y las pasiones de su vida. La diferencia entre una y otra biografía podría advertirse en una lectura paralela de los Walt Whitman de Justin Kaplan y David S. Reynolds. Mientras el primero contaba la historia sentimental y afectiva de la lírica del poeta, al segundo le interesaba más la cultura americana que el poeta fundaba.
Christopher Domínguez ha escrito, creo, una biografía, sobre todo, intelectual y política de Octavio Paz. No faltan aquí, desde luego, las escenas afectivas fundamentales de la vida de Paz, sus amores y sus amistades, sus grandes miedos y dudas. Tampoco es esta biografía, escrita por un crítico literario, un texto que se desentiende de la evolución estética de Paz. La literatura es tan central aquí como lo era para Paz: una centralidad que en modo alguno empujaba a la política, la historia o la ideología hacia una periferia inconcebible para un poeta que, como el autor de El ogro filantrópico, fue siempre, también, un intelectual público.
Aún así, esta es, esencialmente, una biografía política e intelectual de Paz. Aquí se cuenta el nacimiento paralelo de una poética y una política, en un hijo de la Revolución Mexicana, que en los años 30 se forma bajo la sombra de los poetas de Contemporáneos y del comunismo internacional, que se solidariza con la República Española y hace causa con el cardenismo, que se desencanta con la URSS tras los procesos de Moscú, el asesinato de Trotsky y, sobre todo, la lectura de las críticas al comunismo de Andre Gide y las denuncias del gulag de David Rousset.
Aquel Paz de los años 40 y 50, que ha seguido el itinerario que va de la Revolución Mexicana al socialismo democrático, es el que vive en San Francisco, Nueva York y París y escribe El laberinto de la soledad. Un Paz lector de Samuel Ramos y Sigmund Freud, de Alfonso Reyes y Frantz Fanon que, a pesar de todo, sigue sosteniendo una idea de la comunidad que debe más al socialismo que al liberalismo y que, nunca, ni siquiera en los momentos de mayor confrontación con el autoritarismo o el totalitarismo, entre los años 70 y 90, abandonará del todo.
En contra de tanta crítica literaria neoconservadora, atada a un purismo estético trasnochado, Domínguez Michael no duda en calificar al Octavio Paz de los años 60 y 70, al autor de Blanco, Ladera Este y El mono gramático, como un "poeta de vanguardia". Admirador de Breton y el surrealismo, la vanguardia para Paz, como para otros escritores latinoamericanos de aquellas décadas, no era algo que había pasado o que había sido absorbido por el modernism, término en inglés que no circulaba entre escritores de la región, por la fuerza que tenía en la historia de la poesía hispanoamericana la noción del modernismo decimonónico.
Como se lee en Los hijos del limo (1974), Paz veía en la vuelta a la experimentación que se vivió en la poesía latinoamericana entre los años 60 y 70, la proyección de una "vanguardia otra". Las sintonías de Paz con la revuelta cultural de aquellas décadas, como recuerda Domínguez Michael, fueron múltiples: la India, su relectura de Duchamp y Levi Strauss y sus varios guiños al mayo del 68 francés que encontramos en Corriente alterna (1967) o en Conjunciones y disyunciones (1969). No es extraño que el poeta terminara aquella década renunciando a la embajada en la India, tras la masacre de Tlatelolco, y fundando la revista Plural.
Domínguez Michael entiende el periodo que arranca con la fundación de su primera revista y culmina con la muerte del poeta, en 1998, como un lapso final, de casi treinta años, donde la doble vocación de poeta e intelectual, artista e ideólogo, de Octavio Paz, se realiza plenamente, en el vórtice de la esfera pública mexicana. Quienes, desde un polo u otro de la geografía doctrinal, han entendido a ese Paz como un soldado de la Guerra Fría o un liberal ortodoxo, se llevarán algunas sorpresas en los tres últimos capítulos de este libro, dedicados a los años de Vuelta, de su "quema en efigie" en el Paseo de la Reforma y de su "jefatura espiritual".
Es cierto que Paz fue un crítico tenaz del totalitarismo cubano y un defensor apasionado de las transiciones a la democracia y el mercado en Europa del Este. Pero pocos conocen que en su pensamiento pesó siempre más Charles Fourier, el socialista utópico francés, que Alexis de Tocqueville, el gran liberal decimonónico, a quien citaba, muchas veces, por respeto a la etiqueta. El "drama de familia" que describe Domínguez Michael en relación con la actitud de Paz ante el levantamiento zapatista de 1994 es una buena muestra de la sofisticación política de este gran poeta mexicano y latinoamericano del siglo XX.
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