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Sin embargo, me llama la atención que Carpentier cuida siempre sus juicios sobre Marinello. En un viaje que hizo en abril de 1953 a La Habana, Carpentier asistió a una cena en el Pen Club de la ciudad, donde coincidió con Fernando Ortiz, Jorge Mañach y Juan Marinello. Desbocado en galicismos, escribe que la cena fue "navrante" y que Mañach le pareció "el raté magnifique", que "se ve alabado por la gente de sociedad, pero la verdad es que lleva, dentro de sí, la gran amargura de su frustración". Y agrega, "Marinello, que estaba a su lado -por primera vez en muchísimo tiempo-, al menos, se ha realizado en lo político".
Un poco más adelante, Carpentier expone el origen de la frase, "raté magnifique", que no proviene de alguna lectura francesa sino nada menos que de Orestes Ferrara, quien se refería en esos términos a Francisco García Cisneros, un escritor y periodista afrancesado de las primeras décadas republicanas, que firmaba artículos para El Fígaro, Social o Chic con seudónimos como Lohengrin, Raoul Francois o Francois G. de Cisneros. Carpentier da, por supuesto, un sentido más abarcador al "fracaso" o "ratage", que el que daba Ferrara en alusión a García Cisneros. Un sentido muy parecido al de José Lezama Lima y Orígenes, con quienes por entonces tiene muy buenas relaciones, y que implica la frustración política del intelectual. A Marinello, según Carpentier, lo salva su "realización" política.
Pero como observó Lage, el diario venezolano de Carpentier es, en buena medida, la historia de la gran amistad entre el escritor y el músico Julián Orbón. Otra amistad quebrada por la Revolución, como las que hemos reseñado, aquí, entre Lino Novás Calvo y José Antonio Portuoundo o entre Aureliano Sánchez Arango y Raúl Roa. Carpentier no escatima elogios a Orbón -"es, decididamente, uno de los hombres más extraordinarios que yo haya conocido.., hay en su mente un horror instintivo a las soluciones fáciles, qué maravilla…, toda cuestión es puesta en entredicho, siempre, por su espíritu"- y hasta se arrepiente de anotar reproches a su amigo, como aquel en el que observa la negación, por parte de Orbón, "de una cultura que tenga en cuenta sus raíces americanas".
La crítica de Carpentier a la falta de americanismo de Orbón o a su desentendimiento de la tradición de Roldán ("mulato tirando a negro"), Caturla ("que sólo podía fornicar con negras") y Lam ("negro"), sorprende más si se tiene en cuenta que en La música en Cuba (1946), varios años antes, Carpentier había elogiado La guacanayara y el Pregón, con versos de Nicolás Guillén, de Orbón, como continuaciones de la americanización sonora que representaban La rumba de Caturla o los Choros de Villalobos. Y, en efecto, nada más americano que el Julián Orbón de ensayos como "Tradición y originalidad en la música hispanoamericana" o "Tarsis, Isaías, Colón", reunidos en en el volumen En la esencia de los estilos (Colibrí, 2000).
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