Libros del crepúsculo

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viernes, 14 de noviembre de 2014

El joven Hart y el comunismo

Entre 1957 y 1960, es decir, durante cuatro años seguidos, tuvo lugar un debate mal conocido y, sobre todo, mal editado, en el núcleo de lo que pronto sería la nueva clase política revolucionaria, sobre el comunismo en Cuba. Cuál era o cuál debía ser la ideología de la Revolución fueron, hasta el verano de 1960, cuando arranca la fulminante estatalización de la economía y la sociedad cubanas, las preguntas centrales de esa querella oculta.
La polémica venía de antes, desde los tiempos en que Mario Llerena, a nombre de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio, redactaba el programa Nuestra Razón, en la ciudad de México. Pero estalla, por vía epistolar, en los últimos meses de 1957 con el lanzamiento del Pacto de Miami. Varios líderes del Llano, como hemos comentado aquí, se opusieron a la desautorización de aquella alianza con partidos liberales y democráticos, por parte de Fidel Castro, y discutieron abiertamente las ideas comunistas del Che Guevara y Raúl Castro.
El único de los líderes del Llano, que entonces objetó la tesis comunista, y luego sobrevivió en la cúpula del poder revolucionario, fue Armando Hart. Los otros, Faustino Pérez y Enrique Oltuski, Carlos Franqui y René Ramos Latour, quedaron fuera del máximo círculo de confianza más temprano que tarde. Ramos Latour murió poco después de aquellas polémicas en la Sierra y Franqui, director del periódico Revolución y promotor cultural en la primera mitad de los 60, acabó exiliado. Pérez y Oltuski, ministros del primer gobierno revolucionario, fueron sustituidos durante las crisis del gabinete de fines de 1959 y principios de 1960. Crisis que, como todas hasta entonces -renuncia de Miró Cardona como Primer Ministro, de Urrutia como Presidente, arresto y condena de Huber Matos- tuvieron como telón de fondo el debate sobre el comunismo.
Armando Hart se involucró intensamente en aquella polémica entre la Sierra y el Llano a fines de 1957. En varias cartas a Fidel Castro y a Celia Sánchez se queja de la incomprensión de los jefes militares de la Sierra, pero también del comportamiento gangsteril de líderes del Llano, enviados expresamente de la Sierra para controlar la clandestinidad, como René Rodríguez. En una carta a Castro, de octubre de 1957, dice Hart:

"Me quedaría con algo por dentro si te ocultase que no me gustó la actitud mental con que enfocas en la última carta a Aly (Celia) las relaciones entre el Movimiento en la Sierra y fuera de la Sierra. Hablas en tu carta de que antes Aly (Celia) se consideraba parte de la Sierra y ahora está pensando como "ellos" (te refieres al Comité de Dirección fuera de la Sierra)…. Fidel, queremos que nos consideres como parte de una misma cosa, como nosotros les hemos considerado siempre a Uds; incluso algunos compañeros responsabilizados aquí como Daniel (René Ramos Latour) y Fausto (Faustino Pérez) estuvieron con ustedes allá"

En otra carta, dirigida al Che Guevara, Hart defiende resueltamente al Llano y ataca el caudillismo. Y lo hace a través del rancio argumento sobre el "espíritu español" de América, que cobra todo sentido si se tiene en cuenta quién es el destinatario:

"El cubano, como buen heredero del espíritu español, es extraordinariamente individualista y le es difícil asimilar el sentido de la palabra "organización". Sostengo incluso que éste ha sido el primer inconveniente con que nos hemos enfrentado los pueblos del Sur del Río Grande que Martí llamó "América Nuestra", para vencer a los enemigos tradicionales de nuestras libertades y de nuestro destino superior en el mundo. Te parto de esta concepción filosófica para caer en otra cosa muy concreta y que es  mi primera preocupación de hoy: la necesidad de mantener a todo rigor los cuadros de la organización fuera de la Sierra".

A medida que se van agriando las discusiones, luego de las intervenciones del Che Guevara y Raúl Castro en el debate, Hart va perdiendo el ánimo:

"Siento la amargura de la incomprensión. En el fondo lo que siento es el significado que tiene todo esto. Me parece comprender cada día mejor la razón del fracaso de las dos grandes revoluciones, la del 95 y la del 33. Nunca he comprendido mejor a Frank País, cuando en carta a Karín (Haydée Santamaría), con ocasión del asesinato de su hermano Jossué, dijo: "quizá le haya tocado mejor suerte porque a nosotros no sabemos qué nos depara el destino".

Aún así, Hart mantiene a toda costa la lealtad. No a la Sierra o al Llano, al comunismo o a la democracia, sino a Alex, es decir, a Fidel Castro:

"Yo, que me creo el más radical de nosotros (las circunstancias me obligan a hacer esta manifestación) en el aspecto político del pensamiento revolucionario, me responsabilizo históricamente con lo que hicimos y he de solicitar de Alex que si no aceptan las proposiciones del Movimiento iniciemos un barraje brutal contra Prío y comparsa. Si se aceptan los planteamientos he de discutir con Alex cómo desenvolver lo planteado, la fórmula de la Sierra (se refiere al "Manifiesto de la Sierra", firmado por Castro, Pazos y Chibás), que es idéntico a lo que nosotros hemos hecho. Si se quiere ir un paso más adelante del de la fórmula de la Sierra, debemos discutir una estrategia amplia que ya tengo pensada desde hace semanas con respecto a la lucha revolucionaria y a planteamientos programáticos y de transformaciones sociales y económicas".

En esencia, lo que dice Hart es que se suma con lealtad a cualquiera de los dos proyectos, el socialdemócrata defendido por Ramos Latour o el comunista defendido por el Che Guevara. En todo caso, no es dato menor, que el 15 de diciembre de 1957, ya en la Sierra Maestra, Hart escriba lo siguiente a Manuel Urrutia:

"Con estas líneas va la confianza de que, aunque la situación ha variado algo desde nuestra última conversación, no por ello dejará usted de aceptar el más alto honor a cubano alguno en la hora presente: el de aparecer como candidato a la primera magistratura del Estado de una juventud que lo está dando todo a cambio sólo de la honra de ser fiel a la tradición mambisa. Es decir, a la tradición puramente democrática y en modo alguno comunista de nuestros libertadores".

Esta mezcla de lealtad y pragmatismo fue la que permitió a Hart, casado con Haydée Santamaría, sobrevivir a todas las purgas imaginables. Entre 1959 y 1960, siendo ya Ministro de Educación, Hart nunca utilizó un lenguaje marxista. En cambio, en 1961, en plena Campaña de Alfabetización, iniciaba sus informes con citas de Marx y hablaba de erradicar el "humanismo burgués" y abrazar la "concepción científica del marxismo-leninismo". Cuando en 1965, se forma el nuevo Partido Comunista de Cuba, en una coyuntura tremendamente desfavorable para la corriente pro-soviética, representada por Blas Roca y Carlos Rafael Rodríguez, Hart deja el Ministerio de Educación en manos de José Llanusa y es nombrado Secretario de Organización del nuevo partido.
De esa época data una interesante correspondencia con el Che Guevara, quien ya desplazado de la clase política cubana, se preparaba para lanzar sus guerrillas en el Congo y Bolivia. Guevara era muy mal visto por la cúpula comunista habanera y soviética, por sus críticas a la falta de solidaridad de la URSS con los movimientos descolonizadores del Tercer Mundo. En una amistosa carta a Hart, de diciembre de 1965, recogida por vez primera en los Apuntes filosóficos (2012) de Guevara, éste lo felicita por su nombramiento -el encabezado es disfrutable: "Mi querido Secretario: Te felicito por la oportunidad que te han dado de ser Dios; tienes 6 días para ello"- y le propone un gran proyecto editorial desde las publicaciones del nuevo PCC, que rescate al marxismo revisionista occidental, empezando por Proudhon y siguiendo con Kautsky, Luxemburgo, Hilferding y Trotski.
Pero a Guevara le interesa entonces, también, el pensamiento liberal, clásico y moderno. Dentro de los textos a editar por aquel ambicioso proyecto estarían Adam Smith, los fisiócratas, Marshall, Keynes, Schumpeter y otros pensadores económicos del siglo XX. Las palabras finales de Guevara dejaban traslucir la certeza de que era una fantasía pensar algo así, incluso en aquella Cuba, más heterodoxa de la que vendría después. Pero también trasmitían el grado de aislamiento de Guevara en esa nueva clase política, donde Hart se afincaría en las décadas siguientes: "te escribí a tí porque mi conocimiento de los actuales responsables de la orientación ideológica es pobre y, tal vez, no fuera prudente hacerlo por otras consideraciones (no sólo la del seguidismo, que también cuenta)".


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