Hay personajes de la Revolución Cubana que, por muy comandantes y ministros que hayan sido, son borrados de la historia oficial de esa misma Revolución, con un celo perdurable, que se trasmite de una generación a otra de historiadores y periodistas oficiales. Entre muchos otros, es el caso de Alberto Mora Becerra, hijo del héroe del asalto a Palacio Presidencial, Menelao Mora, quien formó parte del Directorio Revolucionario y de la lucha de esta organización contra el régimen de Fulgencio Batista, entre 1957 y 1959, desde el exilio, la sierra de El Escambray o la clandestinidad habanera.
Mora llegó a ser el comandante del Directorio mejor ubicado en el gobierno revolucionario en la primera mitad de los 60. Uno de los pocos que por entonces formó parte del gabinete como Presidente del Banco de Comercio Exterior y como Ministro de Comercio Exterior. Desde esa posición, el político ayudó a varios de sus amigos escritores, especialmente a Guillermo Cabrera Infante y Heberto Padilla, colocándolos en oficinas comerciales del gobierno cubano en Europa, luego del cierre de Lunes de Revolución y el primer ciclo de ortodoxia cultural y ideológica a principios de los 60.
La amistad de Mora con esos escritores, como narraron Cabrera Infante en Mea Cuba (1993), Cuerpos divinos (2010) y Mapa dibujado por un espía (2013) y, antes, Padilla en La mala memoria (1989), databa de fines de los 50, cuando el joven revolucionario se asomaba a los ambientes de la cultura y la farándula habanera. Ambos, Cabrera Infante y Padilla, describen a Mora como un "político intelectual", con una notable cultura filosófica, literaria y musical. El comandante Mora vendría siendo una figura equivalente a Carlos Franqui, Alfredo Guevara, Armando Hart o Haydée Santamaría, un político que intervenía en la cultura como protector, mediador, traductor y, a la vez, embajador del poder.
¿Cómo y cuándo cayó en desgracia Mora? Probablemente, como muchos otros líderes del Directorio, el Movimiento 26 de Julio o el viejo PSP, alrededor de 1965, cuando se crea el nuevo Comité Central del Partido Comunista de Cuba y se funden los pocos medios de comunicación que quedaban dispersos. Todavía entre 1963 y 1964, Mora, como Ministro de Comercio Exterior, intervino en el debate sobre la política económica cubana, que enfrentó a los partidarios del modelo de "financiamiento presupuestario" y "estímulos morales" del Che Guevara y a los seguidores del "cálculo económico"y la "autogestión empresarial", que había defendido Carlos Rafael Rodríguez desde principios de la década en Cuba socialista y algunos ensayos. Mora fue, de hecho, quien desató la polémica al publicar, en la Revista Comercio Exterior, una refutación de la idea del Che Guevara de que la ley del valor no funcionaba plenamente bajo una economía socialista. Guevara reprodujo el artículo de Mora en la revista de su propio ministerio, Nuestra Industria, con una réplica suya.
La posición de Mora en aquel debate era favorable a la corriente pro-soviética de la dirigencia cubana, que era la que pareció predominar en la reorganización del Partido Comunista en 1965. Sin embargo, en los años siguientes, con la Ofensiva Revolucionaria, en la coyuntura de la muerte del Che Guevara en Bolivia, Fidel Castro reorientó la política económica hacia el guevarismo. Es muy probable que entonces, Mora, un crítico declarado de esa estrategia de desarrollo, perdiera soporte dentro de la clase política de la isla.
¿Qué fue de Mora entre fines de los 60 y 1972, cuando se suicida? Cabrera Infante afirma en Mea Cuba que su amigo, "condecorado con exes -ex comandante, ex ministro, ex diplomático", fue enviado a una granja de trabajo, en 1971, por defender a Heberto Padilla. Según Cabrera Infante, el suicidio fue la respuesta a esa humillación. En cambio, Padilla, en La mala memoria sugiere que el suicidio de Mora se debió al profundo desencanto con la Revolución que sentía desde mediados de los 60, cuando en un encuentro que tuvieron en París, junto a Guillermo Cabrera Infante y Pablo Armando Fernández, sufrió un colapso nervioso.
En sus memorias, Padilla describe a Mora como un intermediario entre él y Fidel Castro en los meses posteriores al encarcelamiento del poeta. Es Mora quien le trasmite mensajes e impresiones directas de Castro, sobre la forma en que encara su juicio y su castigo, y quien le aconseja siempre moderar sus posiciones para evitar la cólera del régimen. Estos testimonios, a veces contradictorios, hacen del comandante un personaje de ficción. Un político, amigo de escritores que, al ser expulsado del panteón oficial del Estado, sobrevive, no en la historia oficial o en las enciclopedias electrónicas del poder, sino en la memoria de la literatura.
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