En la larga polémica que siguió al suicidio de Eduardo Chibás, el 5 de agosto de 1951, en la prensa cubana, se discutió todo: la democracia y el populismo, el suicidio y la república, la razón y la locura, la violencia y el civismo. Un momento doctrinalmente rico, ya al final del debate, aparece cuando algunos partidarios de Chibás, como José Pardo Llada y Gustavo Aldereguía, cuestionan a Mañach, que entonces era "ortodoxo", por haber elogiado la política cultural de Aureliano Sánchez Arango, Ministro de Educación del gobierno de Prío Socarrás.
Como recuerda Lela Sánchez Echeverría, hija de Sánchez Arango, en su valioso libro La polémica infinita. Aureliano vs. Chibás y viceversa (2004), escrito en La Habana pero publicado en Miami, la lealtad política de Mañach a Chibás, o sus frecuentes desencuentros públicos con el Director de Cultura, Raúl Roa, no le impedían reconocer el valor de algunas actividades culturales organizadas por esa institución, como el oratorio "Juana de Arco en la hoguera", al pie de la Catedral de La Habana, las exposiciones de pintura y escultura en 1951 o los espectáculos del Ballet de Alicia Alonso, realizados con apoyo gubernamental.
En respuesta a esas críticas, por parte de intelectuales o periodistas afiliados a la oposición "ortodoxa" contra el gobierno de Prío, en Bohemia, el 23 de septiembre de 1951, Mañach expone sutilmente no sólo su rechazo al suicidio de Chibás, que en otros textos presentará como parte de una saludable "dramatización" de la cultura política cubana, sino, también, al falso cargo de corrupción que el líder ortodoxo hiciera contra Sánchez Arango. Se trata de un momento breve de desencanto de Mañach con la Ortodoxia, que vale la pena archivar:
"En efecto, lo que está realmente a debate en toda esta lamentable pero necesaria discusión es si el fanatismo es una actitud política sana. Por fanatismo entiendo lo que se ha entendido siempre: el "celo excesivo por una religión u opinión". Lo que hace "excesivo" el celo en tales casos es que no se limita a ser un fervor por lo que se cree, sino que se acompaña de una prevención cerrada, sistemática, violenta, agresiva, contra todo lo que no sea eso en que se cree, contra toda actitud que no acepte íntegramente lo que pensamos y sentimos, contra toda independencia de criterio para graduar y discernir, para distinguir y reparar".
Y continúa:
"El fanatismo político en que la ortodoxia viene cayendo parte de una premisa correcta: que hay mucha corrupción en la vida política cubana. Pero de esa premisa correcta, el fanatismo oposicionista da un salto a la deducción de que toda esa vida política nuestra está podrida, de que no hay ninguna zona de intenciones limpias, más que aquellas en que nosotros estamos, ni ningún gobernante útil más que los que con nosotros están".
Y concluye Mañach:
"Todo el que participe o tenga siquiera contacto con esa vida política que no es la nuestra es un cómplice miserable de la corrupción o coquetea con ella, todo lo que se diga en elogio de algún aspecto de esa gestión oficial, es una traición, una declaración viva de "actitud equívoca". Y algo más grave: se declara o se piensa que todo argumento contra esa vida política o contra cualquier detalle u hombre de ella, es válido, cualquiera que sea su grado de veracidad intrínseca, cualquiera que sea su demostrabilidad… Eso es lo que llamo fanatismo político. La generalización y la simplificación llevadas al extremo de la ferocidad".
por lo que dice Manach es usted un fanático de la historia intelectual
ResponderEliminarEn su articulo "El drama de Cuba" creo de 1958 Mañach llama "teatralidad" a ese fanatismo. La tragedia cubana, dice Mañach, radica en hacer teatral todo hecho o sentimiento por minimo que sea. El suicidio de Chibas se puede considerar un acto teatral extremo que añade lo tragico al hecho politico por un exceso de falsa eticidad.
ResponderEliminarGracias, anónimo, pero creo que tanto en "El drama de Cuba", como en las notas a la reedición de "Indagación del choteo" en 1955, Mañach interpreta de manera positiva esa teatralidad. En la segunda mitad de los 50, Mañach creyó genuinamente que la dramatización de la vida pública cubana era parte del proceso de maduración histórica de la isla.
ResponderEliminarHola Rafael. Interesante reflexión. Me puso a pensar un comentario que recibí una vez de Guillermo Sucre, quien me había dicho que Gallegos cuando recibió el golpe de Estado en el 48 ha debido quizás suicidarse. Claro, sonó radical, y él mismo se retractó, pero lo pienso ahora precisamente como un gesto de posible dramatización necesario para solidificar una comunidad en ciertos valores. Ahora, no sé si es lo ideal para un ideario democrático y civil. En ese sentido me pregunto cómo distinguir la teatralización propia de las democracias, de la teatralización de las dictaduras y tiranías. Gracias de antemano.
ResponderEliminarBueno con la interpretacion a la nota a la edicion del 55 de "Indagacion del choteo", estoy de acuerdo, pero no con lo esencial de "El drama de Cuba". Si Mañach llegaba a aceptar entonces ciertas distancias con el tono severo y profesoral de "Indagacion", no creo que renunciara en ese articulo a la decepcion que siempre lo acompaño con respecto a ciertos aspectos (para él defectos) del espiritu cubano, sobre todo si se tiene en cuenta el momento en que escribio ese articulo.
ResponderEliminar¿Y del Mañach antiimperialista, no se escribe nada aquí?
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