Un último apunte sobre el libro Periodismo y nación (2013), que hemos comentado aquí en días pasados. Germán Amado Blanco y Yasef Ananda-Calderón insertan al final del volumen una lista de los premios que se concedían a la prensa cubana antes de la Revolución de 1959. En total, eran 32 premios, ofrecidos por asociaciones del gremio, como el Círculo Nacional de Periodistas o el Colegio Nacional de Periodistas, pero también por instituciones de la sociedad civil como el Conjunto de Calles y Asociaciones Comerciales, la Asociación de Bancos de Cuba, el Club de Leones de La Habana, el Colegio Estomatológico Nacional o la Asociación Nacional de Carteros.
Los premios se concedían a todos los géneros de la prensa: artículos, editoriales, reportajes, crónicas, caricaturas… Algunos, como el de la Asociación de Bancos o el José Ignacio Rivero, alcanzaban la suma de 2500 o 2000 pesos, aunque la mayoría rondaba los 100 o 200 pesos. Los de mayor prestigio intelectual eran el Justo de Lara y el Juan Gualberto Gómez. El primero se otorgó, como decíamos, entre 1934 y 1957, y el segundo, que, en realidad, eran tres por cada género, incluyendo fotografía, ilustración y hasta reportaje cinematográfico, entre 1945 y 1957.
Una historia y una antología del premio Juan Gualberto Gómez, similar a la del Justo de Lara, ayudaría a conocer mejor la esfera pública cubana anterior a 1959. Una esfera pública, como decíamos, plural y moderna, que transparentaba el encuentro entre sociedad civil y mercado en Cuba. Un mundo perdido, borrado de la realidad y la memoria, pero sin el que no se entiende el vuelco que daría la historia cubana luego de ese año. José Lezama Lima intuía esa nostalgia, cuando hablaba de la función de la metáfora en el periodismo cultural de Luis Amado Blanco.
El buen periodismo, decía Lezama, es el intento de contrarrestar el "terror de la casa vacía" con la "sobreabundancia de los símbolos". Un "afán de resolver con una metáfora" o de "hacer bailar los temas de una discontinua atmósfera de claras nieblas. Y siempre con el deseo de prolongar la metáfora por todo el comentario, de querer llenar con la metáfora la casa vacía. Con esa inquietud que muestra la metáfora, cuando no se dirige al poema y queda con la nostalgia de su propio cuerpo correspondiente". Y concluía Lezama: "es innegable que esa nostalgia puede ser premiada".
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