El gran pensador marxista José Carlos Mariátegui
murió el 16 de abril de 1930, en Lima, vísperas de un viaje a Buenos Aires, a
donde se trasladaría la sede de la revista Amauta.
La muerte de Mariátegui tuvo un impacto extraordinario, en Lima y en Buenos
Aires, pero también en La Habana, lo cual es menos conocido. La más importante
revista intelectual cubana, Avance,
dedicó un número monográfico al pensador peruano en el que escribieron todos
los editores de la publicación, más algunos de los mejores ensayistas y
prosistas de la isla. El número se publicó en junio y apareció encabezado por
un mensaje de Waldo Frank, a quien Avance
había dedicado otro monográfico en diciembre, donde se insertó un texto de
Mariátegui. Ni el texto de Frank sobre Mariátegui, ni el de Mariátegui sobre
Frank, ni la mayoría de los ensayos sobre el peruano que escribieron los
colaboradores de Avance fueron
incluidos en la Órbita de aquella revista que se publicó en 1965, en Cuba, por el evidente escamoteo de la pluralidad ideológica que se propuso esa antología de la publicación, coordinada por Martín Casanovas, en colaboración con Juan Marinello.
Aquel número de Avance dedicado a Mariátegui, en junio de 1930, es un buen reflejo de las tensiones dentro de ese grupo de intelectuales cubanos, que compartían hispanismo y americanismo, pero comenzaban a dividirse en relación con la democracia, el liberalismo, el marxismo y otras ideologías del siglo XX. El ensayo de Marinello en aquel homenaje abre un flanco de asunción del marxismo, como referente del pensamiento cubano e hispanoamericano, que no hará más que afirmarse en los años siguientes y que, a partir de 1935, determinará la mayor parte de su actuación pública. Aunque seguía defendiendo el “significado continental” y americanista, en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana y toda la obra de Mariátegui, lo importante del escritor peruano era la postulación del marxismo –“con sus complementos sorelianos y leninistas”- como “absoluto”.
Aquel número de Avance dedicado a Mariátegui, en junio de 1930, es un buen reflejo de las tensiones dentro de ese grupo de intelectuales cubanos, que compartían hispanismo y americanismo, pero comenzaban a dividirse en relación con la democracia, el liberalismo, el marxismo y otras ideologías del siglo XX. El ensayo de Marinello en aquel homenaje abre un flanco de asunción del marxismo, como referente del pensamiento cubano e hispanoamericano, que no hará más que afirmarse en los años siguientes y que, a partir de 1935, determinará la mayor parte de su actuación pública. Aunque seguía defendiendo el “significado continental” y americanista, en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana y toda la obra de Mariátegui, lo importante del escritor peruano era la postulación del marxismo –“con sus complementos sorelianos y leninistas”- como “absoluto”.
Esa
era, según Marinello, la “batalla” de Mariátegui, la “socialización de
Hispanoamérica”, fuera de los “módulos” tradicionales de “importación” material
y cultural de Europa. A través de un marxismo mestizo, trasplantado a un
contexto incaico, podía lograrse que los “pueblos del Sur realizaran a plenitud
el nuevo estado”. El gamonalismo, el problema del indio serrano del Cuzco o el “anquilosamiento
del cuerpo social del Perú” eran formas específicas de una explotación colonial
que se sufría en toda “Indoamérica”. Lo continental de la empresa estaba
relacionado con una revolución social latinoamericana, que Marinello,
vasconcelianamente, llama “saturación de Indoamérica”, que ayudaría a
trascender el capitalismo industrialista y el imperialismo “estéril”.
Es
curioso advertir, en ese número de junio de 1930, de Revista de Avance, dedicado a José Carlos Mariátegui, cómo la
mayoría de las colaboraciones evitan enfocar el tema del americanismo de
izquierda, tan constante en la publicación desde 1927, y cómo muy pocos
colaboradores o, acaso, uno, Jorge Mañach, además de Marinello, se refiere abiertamente al marxismo,
en tanto filosofía traducida por el pensador peruano. Waldo Frank habló de
Mariátegui como síntesis de Jesús y Spinoza,
Lino Novás Calvo lo describió como “un nuevo misionero, que se limitó a
confesar su fe”, Félix Lizaso destacó su defensa de una estética realista y, a la vez
vanguardista, Medardo Vitier su estilo enérgico y fogoso y Francisco Ichaso, la
sublimación intelectual de su impedimento físico.
Es
sintomática, como decíamos, la elusión del marxismo dentro de los ensayos en
homenaje a Mariátegui en Avance.
Novás Calvo, tan cercano al comunismo cubano, no lo menciona, Lizaso dice que
“con actitud diáfana, el peruano gravitaba a un marxismo ortodoxo”, Vitier que
“la tesis inmensa de Marx le late en las páginas sin sofocarle el aliento
propio” o que “Marx queda al margen cuando leemos a este espíritu doloroso de
la América nueva”, e Ichaso, en su texto de mal gusto, dice que, a diferencia
del “comunismo inconsulto” que, a su juicio, predominaba en América, “el
comunismo de Mariátegui no pasó nunca por esa escuela de rigor y precisión, por
esa apretada organización revolucionaria, que es la obra de Marx”. Mañach, en
cambio, es el más generoso de todos con el marxismo de Mariátegui, que
considera un dogma menor y necesario:
En esa actitud, en esa
disciplina, se encontrará toda su grandeza y su ocasional servidumbre. Sólo
este sentimiento de la idea como algo ajeno y superior puede, tal vez, infundir
semejante valor y lealtad y seguridad en la defensa de ella. El mismo Marx
–hegeliano ab origo- no sintió jamás
la paternidad de su criterio, que le pareció criatura del devenir histórico,
especie nueva de revelación. El hombre que se siente hechor de sus ideas,
superior a ellas, no halla dificultad en abandonarlas a su propia suerte. En
todo caso, no se sacrificará él mismo a su criatura. La abnegación es siempre
de estirpe religiosa en cuanto supone un sentimiento de
dependencia.
Y agrega Mañach:
Pero el dogma no le
infunde a Mariátegui solamente su coraje y su fervor, sino también su fuerza
dialéctica, su seguridad. En esto vio él la principal conveniencia de una
filiación ideológica. Un dogma es un principio jerárquico de posiciones
críticas, un orden riguroso de enjuiciamientos. Tiene una lógica interior ya
asentada, una sólida trabazón. Admitido el principio, la dialéctica del dogma
–en la teodicea como en el marxismo- es punto menos que vulnerable, porque la
fuerza es siempre atributo de la cohesión, de la estructura. De aquí que
Mariátegui sea por excelencia, en el pensamiento de América, el hombre seguro.
Afirma o niega netamente.
No se leyó, en La Habana de 1930, un homenaje a
Mariátegui tan honesto y bien escrito como el de Jorge Mañach. Un homenaje en
el que se daban la mano marxismo y americanismo, de una manera que condensaba
la poética y la política de Revista de
Avance. La palabra de Mariátegui era, según Mañach, la palabra “neta,
directa y total” de América. Esa articulación entre hispanismo, americanismo y
marxismo, en uno de los últimos números de la revista, era elocuente, pero
frágil, como pudo comprobarse no sólo con el cierre de la publicación, ese
mismo año, sino con la evolución posterior de cada uno de sus editores. La
muerte de Mariátegui fue, para los editores de Avance, lo que la muerte de José Ortega y Gasset para los de Orígenes: el duelo letrado por
antonomasia.
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