El Juan Marinello de los años 20, hasta ensayos como Sobre la inquietud cubana (1929) o Americanismo y cubanismo literarios (1932), tiene, como sabemos, más convergencias que divergencias con Jorge Mañach, al margen de alguna que otra polémica amistosa, como la de la crítica literaria en 1925. Marinello elogia la conceptualización del choteo de Mañach, admira, como éste, a Waldo Frank y a José Carlos Mariátegui, defiende el vanguardismo y el cosmopolitismo y él mismo hace incursiones teóricas en "síntomas" o "momentos" psico-sociales del cubano, como el "beatífico quietismo", la "criolla rutina" o ese "mirar en choteo las corrientes que inquietan el mundo".
Pero, tal vez, no haya mayor sintonía entre el marxista y el liberal, que cuando Marinello habla de las ventajas, culturalmente hablando, de ser vecino y frontera de Estados Unidos. Habla, por supuesto, de esas ventajas, dentro de una crítica a las relaciones de dependencia económica que Estados Unidos establece con Cuba, pero habla. Y lo hace buscando amplificar la resonancia de quienes, en los alrededores de la Revista de Avance, como el propio Mañach o Eugenio Florit, llaman a los escritores cubanos a no estar pendientes únicamente de París, Madrid, México y Buenos Aires, a dejar en paz a Lope y a Góngora, como le reprocha a Florit -con puya para Francisco Ichaso, quien escribió bastante sobre ambos- y a abrirse a Ezra Pound y a las vanguardias de Nueva York:
"Añadamos a todo esto el contacto con una nación poderosísima, que se ha relacionado con nuestro pueblo, no por el ansia de superiores horizontes, que parece poseer hoy a sus clases directoras, ni por su ambiente abierto y franco a las más diversas tendencias estéticas, ni por la largueza, casi inconcebible, con que premia a los triunfadores del color y de la forma, sino por la base dura y egoísta en que estas favorables circunstancias tienen su natural sustentáculo".
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