Desde hace años
sostengo una discusión amistosa con Roberto González Echevarría sobre las
relaciones de Alejo Carpentier con el comunismo. En su clásico Alejo Carpentier: El peregrino en su patria (1977),
el profesor de Yale adjetivó esas relaciones y, en general, la posición
ideológica y política de Carpentier como “raras”, “confusas” y
“contradictorias”. En las lecturas filosóficas del Carpentier anterior a la
Revolución Cubana se mezclaban Marx y Spengler, Mariátegui y Ortega y Gasset.
La posición oficial de Carpentier después de 1959, con su ingreso tardío al
Partido Comunista y a la Asamblea Nacional del Poder Popular, se vio mediada, a
su vez, por ese rol de “peregrino” o “embajador cultural” de la Cuba
revolucionaria en Occidente.
La interpretación de
González Echevarría se ha reforzado en los últimos años con las ediciones de
parte del epistolario y cuadernos inéditos de Carpentier, reunidos en los
volúmenes Cartas a Toutouche (2010) y
los Diarios. 1951-1957 (2013) de los
años venezolanos, dados a conocer por la Fundación que lleva su nombre en La
Habana. En ambos volúmenes es posible localizar indicios, como el apoyo de
Carpentier a la organización ABC desde París o las opiniones amargas o
distantes del escritor sobre figuras literarias de la isla –incluidos algunos
conocidos comunistas-, que afirman esa condición peregrina, descrita por
González Echevarría en su libro.
Aún así, una lectura
más atenta a la biografía intelectual y política de Carpentier podría develar
una mayor cercanía con el comunismo y, sobre todo, una amistad más sólida con
líderes de esa corriente en la isla, que explicarían la rápida y eficaz
incorporación del escritor a la élite cultural del viejo PSP en los primeros
años de la Revolución y su canonización estética, por parte del Estado cubano
entre los años 60 y 70. La relación con Juan Marinello es, en este sentido,
fundamental, ya que Marinello, además de líder máximo del comunismo
prerrevolucionario –fue presidente, primero, de la Unión Revolucionaria
Comunista, y, luego, del PSP, delegado constituyente en el 40, congresista a
partir de ese año y candidato a la presidencia en 1948 y 1952-, era el crítico
literario marxista de mayor autoridad en la isla.
La amistad entre
Marinello y Carpentier, desde los tiempos de la Protesta de los Trece, el Grupo
Minorista y Avance, fue atribulada,
con momentos gélidos, pero con salidas a flote. En las crónicas que Carpentier
envió a Carteles desde París, en los
años 30, Marinello es, después de Nicolás Guillén por supuesto, el escritor
cubano mejor considerado. Las dos notas sobre la participación de los tres y
Félix Pita Rodríguez en el Congreso por la Defensa de la Cultura, en 1937, en
Madrid, Barcelona y Valencia, en las que se narra con orgullo la elección unánime
de Marinello como presidente de las delegaciones hispanoamericanas y se relata
su discurso en “perfecto catalán”, son un homenaje al comunista cubano.
Carpentier fue el único de aquellos cuatro escritores que no militó en el viejo
partido.
Como bien apunta
González Echevarría, Marinello criticó la novela ¡Ecue-Yamba-O! (1934), en un ensayo recogido en su libro Literatura hispanoamericana (UNAM,
1937,) y a fines de los 30 y principios de los 40, cuando Carpentier trabajó en
el Ministerio de Educación, seguramente estuvieron distanciados. Es muy
probable que, por entonces, Carpentier, estuviera más cerca de Mañach, Ichaso y
otros viejos amigos del ABC. En todo caso, habría que considerar que, aún en
esos círculos y en un momento de desencanto con las vanguardias europeas de los
20, la familiaridad de Carpentier con el fenómeno de la Revolución de Octubre o
su visión positiva de Lenin y Trotski, que alcanza a percibirse en sus crónicas
de los 30, estaban más pronunciadas que las de cualquier intelectual del ABC.
No sólo por su
ascendente materno sino por la relevancia que el bolchevismo tuvo entre las
vanguardias parisinas de los 20, Carpentier desarrolló desde muy joven un
interés por la cultura y la historia de Rusia. Sus alusiones a Mayakovski,
Esenin, Stravinsky, Prokofiev, Eisenstein, Pudovkin y otros escritores y
artistas del periodo revolucionario eran tan constantes como sus evocaciones de
clásicos de la cultura rusa como Pushkin, Tolstoi, Gogol o Chejov. Sobre todo,
los cineastas, Eisenstein y Pudovkin, y los músicos, Stravinsky y Prokofiev son
referentes cardinales del Carpentier de aquellas décadas.
Casi siempre que se
quiere acentuar el perfil de Carpentier como Maverick o “outsider” en el campo
intelectual cubano, se destacan sus colaboraciones en la revista Orígenes. Pero se olvida que Carpentier
había publicado antes en la Gaceta del
Caribe y que, a mediados de los 50, cuando un grupo de jóvenes músicos y
críticos musicales, como Harold Gramatges, Aurelio de la Vega, Argelieres León,
Juan Blanco, José Ardévol, María Teresa Linares, intenta, en la sociedad y revista Nuestro Tiempo, relanzar la música
sinfónica en La Habana, Carpentier, autor de La música en Cuba (FCE, 1946), vuelve a interesar a los círculos
intelectuales del comunismo.
Son los años de El acoso (1956), una novela comentada y
criticada por Marinello, -“reminiscente, ensimismada, hija tardía del
surrealismo que agota en Europa sus aventuras a destiempo y pone de lado el
tono nacional en la narración”-, pero que José Antonio Portuondo, en otra
crítica ortodoxa, precisamente para Nuestro
Tiempo, califica como “regreso literario” de Carpentier. La demanda de
“novelas realistas cubanas” era tan intensa, en aquellos críticos, que no sólo
ponían obras como La trampa de
Enrique Serpa o Una de cal y otra de
arena de Gregorio Ortega a la par o por encima de El acoso sino que descartaban El
reino de este mundo (1949) y Los
pasos perdidos (1953) por no ser novelas de tema cubano.
A pesar de todo, El acoso reinstaló a Carpentier en la
vida literaria de la isla y, especialmente, entre los críticos marxistas y
comunistas. El nombramiento de Carpentier, en 1959, como uno de los
Vicepresidentes del Consejo Nacional de Cultura, una institución controlada por
el viejo partido y, luego, como Vicepresidente de la UNEAC y Director de la
Imprenta Nacional, es una muestra clara de la incorporación del escritor a esa
franja de la élite cultural del poder. En su libro Crónicas de la impaciencia (2010), Wilfredo Cancio describe muy
bien ese proceso acelerado de canonización y glosa el periodismo de Carpentier,
especialmente en el periódico El Mundo,
en la primera mitad de los 60, como una gran alabanza a la integración de la
isla al bloque soviético.
En las primeras décadas socialistas,
el aporte de Carpentier a la construcción de un relato de la historia cultural
cubana, que presentaba el movimiento intelectual de los 20 como anuncio de la
Revolución de 1959, luego de expurgar las voces liberales o no comunistas
(Mañach, Ichaso, Lizaso, Lamar…) de su propia generación, no fue menor y estuvo
en perfecta sintonía con la línea del viejo PSP, incorporado ahora al nuevo
Partido Comunista de Cuba. Ya desde mediados de los 60, Marinello comienza a
presentar a Carpentier y a Guillén como las dos glorias mayores de la
literatura nacional y es, precisamente, Marinello, quien coincide con
Carpentier en París desde fines de los 60, el encargado de impulsar el
reconocimiento del escritor en el Comité Central del Partido Comunista y de
pronunciar las palabras en su homenaje, en un famoso acto por sus 70 años, en
1974.
En el discurso de
Carpentier, en aquella ceremonia, en el Comité Central, ante la máxima jefatura
del Estado cubano, el escritor reescribirá definitivamente su biografía,
presentándose como un comunista convencido desde los años 20, consciente de la
patraña de la “deshumanización del arte” de Ortega y Gasset, a pesar de las
múltiples citas que entonces le prodigaba. Marinello autorizaba esa reinvención de un expediente estético y político, presentando novelas como El siglo de las luces (1962), Concierto barroco (1974) o El recurso del método (1974) como literatura comprometida. La reescritura de la biografía de
Carpentier era evidente, pero, como cualquier otra reescritura histórica, no
estaba totalmente infundada:
“Claro estaba que a
este problema – el de la humanización o deshumanización del arte- respondía una
solución inmediata: la del acercamiento más o menos comprometido, más o menos
activo, a una ideología política encaminada a renovar la sociedad, echando
abajo las resquebrajadas categorías y jerarquías del Estado burgués, tal y como
lo padecíamos entonces. Julio Antonio Mella ya lo había entendido así, pronto
seguido por el propio Rubén y por nuestro Juan Marinello, que se halla con
nosotros esta noche, y para quien no hallaría expresiones ahora, si acudiese a
los recursos de una improvisación posible, con que agradecer las generosísimas
palabras con las cuales, al cabo de una amistad de medio siglo cabal, ha tenido
a bien enjuiciar, situar, elogiar mi tarea de escritor, tras un largo camino
que nos llevó a encontrarnos, más de una vez, en las grandes encrucijadas
culturales y políticas del mundo moderno. Lo que estaba ocurriendo en los días
que ahora evoco, donde un Mella, un Rubén, un Marinello, desempañaban ya un
papel precursor (y perdónenme que sólo cite los nombres de aquellos que
ejercían gran influencia sobre mí, por lo mismo que estaban muy cerca de mí),
lo que ocurría en esos días, repito, era de suma importancia para el futuro de
la cultura cubana, por cuanto, entre nosotros, se iba afirmando la insoslayable
urgencia de un comprometimiento. Invirtiéndose los términos del refrán, hubiera
podido decirse entonces: “dime quién eres… y te diré con quién andas”.
Muy interesantes estos trabajos. Puedo anadir, porque por razones familiares tuve conocimiento de ello, que Carpentier sostuvo una larga amistad con Sara Pascual y los Ordoqui, todos los cuales tuvieron una gran influencia en su pensamiento politico.
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