Mi libro La vanguardia peregrina (FCE, 2013) ha
tenido la fortuna de ser reseñado, criticado y hasta refutado. Es a lo que debe
aspirar todo libro de ensayo y es arrogante y de mal gusto responder reseñas.
Nunca lo he hecho, pero he decidido hacer una excepción, esta vez, porque
observo en dos comentarios inteligentes sobre ese libro y en alguna diatriba vestida de reseña, una distorsión o, cuando menos, una mal interpretación que
se reitera, sin fundamento en una lectura textual del volumen.
El libro,
como comentábamos aquí, intenta explorar las poéticas y las políticas de seis
escritores cubanos (Lorenzo García Vega, Severo Sarduy, Calvert Casey, Nivaria
Tejera, Julieta Campos y José Kozer), exiliados durante los años 60 y 70, en
diversas capitales de Occidente. Todos esos escritores sintieron formar parte
de una vanguardia cultural, articulada en la isla antes del triunfo de la
Revolución, potenciada por ésta durante sus primeros años en el poder y
perfilada luego, de diversas maneras estéticas, en cada uno de los exilios que
aquí se estudian. Esa vanguardia, como se reitera en el libro, está ligada a la
experiencia de publicaciones como Orígenes,
Ciclón y, sobre todo, Lunes de Revolución –el único medio
donde llegaron a publicar todos esos escritores-, en las que se produjo, a la
vez, una crítica y un arqueo de la tradición literaria nacional.
Los tres
conceptos básicos del libro son vanguardia, exilio y tradición, como se
desprende de una lectura íntegra del volumen y del propio título. Los colegas
que comentaron La vanguardia peregrina
en la Universidad de Princeton y quienes la han reseñado en suplementos y
publicaciones mexicanas como Laberinto,
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica o La Jornada Semanal destacan el cruce de esas
tres nociones. Escritores y críticos cubanos exiliados, como Ernesto Hernández
Busto y Pablo de Cuba Soria, en Letras Libres y la revista Crítica, se
concentran, en cambio, sólo en uno de los conceptos, el de vanguardia,
desenfocando los otros dos, e instalan sus objeciones en la certeza de que no
todos aquellos autores fueron realmente vanguardistas.
Tienen
razón Hernández Busto y Cuba Soria en que este libro maneja una noción “imprecisa”
–yo prefiero decir flexible- de vanguardia, que prescinde de jerarquías
estéticas entre seis escritores de probada calidad, en sus diferentes estilos. Cito a
estudiosos con distintas ideas de “lo vanguardista”, como Mario de Micheli,
Peter Bürger y Jorge Schwartz, precisamente para sugerir que las teorías de la
vanguardia y el vanguardismo han sido y pueden ser tan divergentes que poco sentido
tiene posicionarse desde alguna de ellas. El reparo que hacen es válido, pero,
como ambos reconocen, tiene su origen en que la categoría de vanguardia que
utilizo es cultural, política y, sobre todo, histórica, no rígidamente
estética.
Todos
aquellos escritores formaron parte de una generación que se propuso
revolucionar la literatura cubana, romper con la tradición y, a la vez,
reinventarla, por medio de genealogías estilísticas o de reescrituras de la
historia literaria del país. Pablo de Cuba Soria considera que el único, entre ellos, de “filiación netamente vanguardista es Lorenzo García Vega”
-quien tampoco optó por una vanguardia “desde la cuna”, como puede constatarse
leyendo su tradicionalista novela Espirales
del cuje o su Antología de la novela
cubana, que, en su momento, criticó Antón Arrufat. Llega a esa conclusión a
partir de una idea “precisa” de vanguardia que, a mi juicio, le impide leer
como literatura que juega con otras modalidades de vanguardia textos como De donde son los cantantes y Escrito sobre
un cuerpo de Sarduy, Sonámbulo del sol
y Huir de la espiral de Tejera, Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina
y El miedo de perder a Eurídice de
Campos o, incluso, cuadernos tempranos de Kozer, como la poesía reunida en Bajo este cien, que él mismo ha estudiado.
¿No son,
no eran en los años 60 y 70, vanguardistas la incorporación del postestructuralismo
a las ficciones y ensayos de Sarduy, los monólogos delirantes de Tejera, los
experimentos de narración objetiva, inspirados en la obra de Nathalie Sarraute
y Michel Butor, de Campos, o la primera poesía de Kozer en Nueva York? Un
recorrido por la crítica que en aquellos años se interesó en esa literatura y
por la propia autorrepresentación estética de esos escritores apunta al
horizonte cultural e ideológico de lo que entonces se llamaba “new vanguardism”.
Admito que el caso de Calvert Casey es más complicado, pero no creo que los
cuentos de El regreso, las prosas de Memorias de una isla, “Piazza Morgana”,
el fragmento que sobrevivió a la destrucción de la novela Gianni, Gianni, o el poema
“A un viandante”, sea literatura “tradicional” o “realista”. Por otra
parte, mi ensayo sobre Casey no se propone describirlo como escritor
vanguardista sino explorar la representación del sexo y la muerte en su
escritura.
Debo, por
último, referirme a una distorsión puntual que leo en los comentarios, por
demás, agudos, de Ernesto Hernández Busto y Pablo de Cuba Soria, y que aparece
también en un texto de Duanel Díaz, en Potemkin, sobre La vanguardia peregrina, que dejo para el final, por tratarse, no
de una reseña, sino de una descalificación. Ambos reseñistas reprochan que en el
libro sea “incluido” Antón Arrufat como escritor de aquella vanguardia
exiliada, sin ser un autor vanguardista ni exiliado. Pero es que Antón Arrufat
no aparece nunca como autor vanguardista o exiliado en La vanguardia peregrina. Varias veces en el libro e, incluso, en el
texto de contraportada, se dice que los seis autores estudiados son los aquí
mencionados y en un momento se habla de un séptimo, Octavio Armand, que
inicialmente pensé analizar, pero que por haber producido su obra más experimental,
entre fines de los 70 y principios de los 80 en Nueva York, quedaba fuera del periodo que intenté reconstruir.
Antón
Arrufat y su obra son comentados como piezas clave de la recepción de Virgilio
Piñera en Cuba, un fenómeno que, a mi juicio, es buena muestra de la “diálectica de la
tradición” en la cultura cubana contempor ánea. El ensayo “La prole de Virgilio”, así
como el excurso final, “El mar de los desterrados”, son los que desarrollan más
plenamente los otros dos conceptos del libro -tradición y exilio-, por lo que
me pareció conveniente incluirlos. Cuando se habla de Arrufat en el prólogo de La vanguardia peregrina es para señalar
que en él encuentro una lectura de la tradición literaria nacional, con fricciones y armonías, semejantes a las que experimentaron algunos de los escritores exiliados en los 60. Hernández
Busto y Cuba Soria tuercen el argumento, atribuyéndome presentar a Arrufat como
un vanguardista más, en un plano de equivalencia estética o política con los otros escritores
exiliados, que nunca se sostiene o sugiere en el libro. Cuba Soria llega,
incluso, a preguntarse, “si está Arrufat”, por qué no incluir también a otros
poetas de la isla –algunos posteriores a aquella generación-, como César López,
Rafael Alcides, Reynaldo González y Lina de Feria.
Esas injustificadas demandas de inclusión o exclusión demuestran, una vez más, la
ansiedad del canon que invade la crítica literaria cubana. Hay algo arcaico y
tradicionalista en esa manera de pensar la literatura, aunque se exprese a
través de la disputa por establecer quién es el escritor cubano “más” o
“verdaderamente” vanguardista. Es tal la ansiedad por canonizar que los temas
específicos de un libro de ensayo sobre un grupo de escritores cubanos –la errancia o el nomadismo en
Tejera, el “mariposeo” post-estructuralista en Sarduy, la muerte y el sexo en Casey, Orígenes y lo "siniestro cubano" en García Vega, las meta-ficciones de Campos, el "arte de la conversación" en Arrufat o el mecanismo poético de la lectura en Kozer- no se
discuten. Lo que se discute, en resumidas cuentas, es quiénes, entre esos escritores,
valen o no la pena según la soberana estimativa literaria del crítico.
La misma distorsión,
en relación con Antón Arrufat, aunque expuesta
en un lenguaje descalificador, cercano al libelo colegial, aparece en el texto
de Duanel Díaz. Si dejamos a un lado el insulso reproche de “name dropping”,
por parte de un académico, no un estilista de la prosa, que también cita y recita, se atiene a rígidos marcos
teóricos y que, en sus últimos libros, tampoco hace crítica literaria, ni historia intelectual sino interpretación ideológica de la literatura, aunque con frecuentes apelaciones neopositivistas al "error" o a la "equivocación" en el saber cultural. Si obviamos, agrego, la abierta
tergiversación –como cuando afirma que en el ensayo “Mariposeo sarduyano” se identifica el “barroco de la Revolución”
de Sarduy con la ideología oficial cubana o con el propio régimen- , o el deliberado equívoco
–decir que confundo “modernism” y “vanguardia”, siendo todos los escritores
cubanos que estudio posteriores y críticos del “modernism”-, o el evidente escamoteo -descartar que el 68 sea un tema del libro, cuando aparece, por lo menos, en cuatro de los ensayos, además de la Introducción-, el principal
reproche de Díaz sería que La vanguardia
peregrina y, de paso, otras dos obras anteriores, El estante vacío y La máquina
del olvido, son libros desechables porque no son “orgánicos” y aparentan
serlo.
El lector
interesado puede ir a la nota de presentación de La máquina del olvido, donde se especifica que los ensayos ahí
reunidos fueron publicados en distintas revistas iberoamericanas, o a la
Introducción de El estante vacío,
para comprobar que esos volúmenes se presentan como lo que son: libros de
ensayos. La vanguardia peregrina, en
cambio, fue pensada como un volumen orgánico –aunque no formalmente académico- y
debo su idea, en buena medida, a Pío Serrano, quien en 2010 me invitó a
escribir el prólogo de Huir de la espiral
de Nivaria Tejera en la editorial Verbum, donde se expone el proyecto del libro, y a Jorge Herralde, que
inicialmente pensó publicarlo en Anagrama. En todo caso, la historia del ensayo
occidental está llena de maravillosos libros inorgánicos, que no cito por
aquello del “name dropping”…. Al menos por ahora.
« Une œuvre doit laisser à son auteur le sentiment qu’il a découvert et organisé une partie de soi. C’est là le bénéfice net et réel, qui n’est pas l’œuvre – mais l’avoir-fait-l’œuvre. L’on se dégage ainsi de l’évaluation par autrui. Pour moi, ce que me rapporte une œuvre = ce qu’elle m’a coûté »
ResponderEliminarPaul Valéry.
"Pour être juste, c'est-à-dire pour avoir sa raison d'être, la critique doit être partiale, passionnée, politique, c'est-à-dire faite à un point de vue exclusif, mais au point de vue qui le plus d'horizons". Charles Baudelaire
ResponderEliminarPerdón, la frase final de Baudelaire es: "…, mais au point de vue qui ouvre le plus d'horizons".
ResponderEliminaren la Avenida 51 esquina a 240, en La Lisa, aprendí esto que ahora pretendo regalarte:
ResponderEliminar"cuando un inteligente y un bruto discuten, la culpa es del inteligente"
Tu no eres el bruto en esta historia.
(Firma la misma anónima de hace un rato)