Hace unos días,
varios amigos nos reunimos, en Nueva York, con el poeta, escritor y
político cubano, Jorge Valls Arango (La Habana, 1933). “A veces, no recuerdo
lo que he olvidado”, dijo en un momento Valls, pero la memoria de este
intelectual me pareció tan viva como hace veinte años, cuando lo conocí,
en Miami, en casa de nuestra común amiga, la académica y política católica
cubana, María Cristina Herrera.
Con 81 años -de los
cuales ha pasado 20 en el presidio y 30 en el exilio- Valls sigue pensando la
cuestión cubana desde las mismas premisas que fundamentaron su maduración
política en los años 50. Católico de simpatías socialdemócratas, Valls fue de
los jóvenes estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
de La Habana, que decidieron oponerse a la interrupción de la democracia cubana
el 10 de marzo de 1952, con el golpe de Estado de Fulgencio Batista.
Valls estuvo en las
proximidades de varios movimientos de oposición a ese régimen, armados o no,
como el Movimiento Nacional Revolucionario de Rafael García Bárcena, la
Sociedad de Amigos de la República, el Diálogo Cívico y el Movimiento de la
Nación, impulsado, entre otros, por Jorge Mañach. Sin embargo, la organización
a la que finalmente se sumó fue el Directorio Revolucionario.
Escuchando a Valls,
confirmamos algo que la historia oficial ha intentado negar durante más de medio
siglo: el peso que tuvo el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) en el
Directorio. Valls habla con admiración de políticos de ese partido, como Aureliano
Sánchez Arango, Alberto Inocente Álvarez, Rubén de León García o Félix Lancís,
que, desde algunos ministerios de los gobiernos de Grau San Martín y, sobre
todo, Carlos Prío, emprendieron una política social e internacional, orientada
a ampliar derechos sociales e incrementar las relaciones con América Latina.
En esas políticas,
Valls veía una continuidad con las ideas de Antonio Guiteras y el primer
Directorio, en los años 30, que no duda en calificar como “nacionalistas” y
“socialistas”. Otras experiencias políticas latinoamericanas, como el APRA
peruano, Acción Democrática en Venezuela, parte del peronismo argentino e,
incluso, el PRI mexicano, convergían en aquel proyecto de izquierda. Durante
1958, exiliado en México, Valls comprobó esa tendencia política regional en la
revista Humanismo, dirigida por Raúl Roa.
Hoy Valls recuerda
que su diálogo con miembros de otras organizaciones antibatistianas, como el Movimiento
26 de Julio o la Juventud Socialista era frecuente y diáfano. Del 26 de Julio
y, especialmente, de Fidel Castro, rechazaba sus orígenes ortodoxos, que
asociaba con la “demagogia” y el culto a la “pureza” de Eduardo Chibás, a su
entender, de consecuencias nefastas para Cuba.
Su amigo Marcos
Rodríguez, acusado por importantes figuras del Directorio de haber delatado a
los cuatro de Humboldt 7, tras el asalto al Palacio Presidencial del 13 de
marzo de 1957, era miembro de la Juventud Socialista. 50 años después del
fusilamiento de “Marquitos”, Valls sigue defendiendo sus declaraciones en aquel
juicio, que, en buena medida, decidieron su arresto y encierro por veinte años.
Valls está convencido de que Marquitos era inocente.
Fiel desde joven al
artículo 25º de la Constitución de 1940, que abolió la pena de muerte en Cuba,
Valls vivió los primeros años de su larga condena, en la fortaleza de La
Cabaña, en un calabozo que daba al patio donde se fusilaba, ya a esas alturas,
a opositores que nada tuvieron que ver con el último gobierno de Batista.
Escuchar los ruidos del paredón, las órdenes de fusilamiento y los gritos de
los condenados, fue un suplicio dentro de otro.
El concepto básico
de la filosofía política de Jorge Valls es la que llama “dignidad de la persona
humana”. Hoy esa premisa se ve amenazada de múltiples maneras, en el mundo, por los mecanismos de control del
ciudadano que genera la globalización. Pero en algunos países, como Cuba, la
limitación de libertades que avanza sobre el siglo XXI se suma a la ausencia de
democracia, división de poderes y Estado de Derecho.
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