En el capítulo
dedicado a Nivaria Tejera, de mi libro La
vanguardia peregrina (2013), intentamos colocarnos en la perspectiva del
protagonista de la novela, Fuir la
espirale, Claudio Tiresias Blecher -y de la propia Tejera- en el París de
los 60. Ambos, autora y protagonista piensan París como capital de exilios,
especialmente a partir de la experiencia de los intelectuales rumanos o
latinoamericanos, que se conjugan en los nombres y el apellido del personaje,
inspirado en el escritor kafkiano Max (o Marcel) Blecher.
Para Blecher y Tejera había, desde
los años 20, una relación entre vanguardia y exilio, que ambos asocian a una resistencia al ascenso de los totalitarismos comunista, fascista y nazi y a la emigración artística e intelectual que esos regímenes desataron. Thomas
Mann es un nombre ineludible de aquellos exilios y, a pesar de su
conservadurismo, también de la vanguardia, por lo que no es raro que fuera una
figura a evocar en el París de los 60, entre escritores que intentaban romper los
moldes del realismo moderno, que él mismo personificaba.
La relación de Mann con la
vanguardia, como ha estudiado Evelyn Cobley, atraviesa dos dimensiones. La
música dodecafónica y atonal de Arnold Schönberg, pensada por Theodor Adorno
como epítome del vanguardismo, que el protagonista de Doktor Faustus, el compositor alemán Adrian
Leverkühn, abraza en su juventud y abandona en la vejez y la demencia. Pero
también, el expresionismo de la plástica y el cine alemanes que, de distintas
maneras, se imprimen o se debaten en las ficciones de Mann de los años 30 y 40,
como observara el crítico Carl Einstein.
La vanguardia, para Nivaria Tejera
en el París de los 60, era cultural y política, estética e ideológica. El
fascismo italiano pudo haber alentado el futurismo, pero la asociación
de la vanguardia con el decadentismo en la ideología nazi o la mutación
estética producida por el realismo socialista en la URSS, generaban una
identidad entre el antifascismo occidental de entre guerras y una nueva vanguardia
político-cultural, al estilo de la que defenderá André Malraux en
Francia, que descolocaba a Mann dentro del conservadurismo o el realismo más tradicional de su
tiempo.
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