Nueva York es la
refutación viva del artificial deslinde de saberes y escrituras que impone
el campus universitario o el rancio
hábito letrado de colocar la literatura fuera o por encima de la política, en
una suerte de limbo purificador. Como Edmund Wilson o Lionel Trilling, Irving
Howe (1920-1993) fue uno de esos críticos literarios que, al situarse de cuerpo
entero en la esfera pública de la urbe, entendió y practicó la crítica
literaria como un arte ensayístico, que no se desentendía de los problemas
sociales y políticos de su tiempo.
Como profesor del
Graduate Center o de Hunter College, Howe dedicó buena parte de su vida a
estudiar y enseñar escritores ingleses y norteamericanos como Thomas Hardy,
William Faulkner y Sherwood Anderson. Su estudio sobre Faulkner, que apareció
en Random House en 1952, pocos años después de la concesión del Nobel al autor
de Absalom, Absalom!, todavía se
reeditaba en los años 90. Su biografía de Anderson, más o menos de la misma
época, fue uno de los primeros libros que puso en claro el enorme ascendente
que tuvieron las novelas y, sobre todo, los relatos cortos de Horses and Men (1923) y Death in the Woods (1933), en escritores
de la generación siguiente, como el propio Faulkner o Hemingway.
La literatura era,
para Howe, un arte público por antonomasia, una exposición de poéticas y
personas ante los ojos de un lector, que se veía involucrado en un diálogo
comunitario. La literatura y, especialmente, la novela, se habían convertido en
otra modalidad del arte de masas y debían ser estudiadas a partir de esa
efervescencia de subjetividades, donde se entrelazan lo estético y lo político.
En su libro Politics and the Novel, Howe
enfrentó el asunto, aunque, a mi entender, subestimando una tradición de novela
política norteamericana (Frank, Dreiser, Steinbeck, Dos Passos…), que no quiso
rescatar en su cuestionamiento de la supuesta desideologización de la
narrativa en los Estados Unidos de la postguerra.
La idea de la
crítica literaria de Howe tiene su origen en el rol de intelectual público de
Nueva York que asumió desde muy joven. Su vida entre revistas (Partisan Review, Commentary, The Nation, The
New Republic, The New York Review of Books…), la fundación y dirección de Dissent, hasta su muerte en 1993, o su propio
involucramiento en la creación de una izquierda socialista democrática en
Estados Unidos, que dotaría a este país de la socialdemocracia que, a su
entender, le faltaba, pesan, sin duda, sobre el tipo de crítica literaria que
defendió durante medio siglo. Edward Alexander ha contado esa vida apasionante en una biografía donde lo político y lo literario forman un entramado conflictivo y, a la vez, indisociable.
Pero además de una
crítica literaria, la biografía de Howe como intelectual público de Nueva York determina su interés en la historia de su ciudad y, especialmente, de la
comunidad hebrea de Europa del Este, de la que provenía. Esas coordenadas
explican tanto una obra entrañable, como su monumental World of Our Fathers (1976), la historia de los judíos de Europa
del Este, asentados en el East Side de Manhattan en el siglo XX, como el
compromiso permanente de Howe con la crítica al totalitarismo comunista y su
defensa de los intelectuales disidentes del bloque soviético, desde la época de Stalin, empezando por Trotsky y terminando con Solzhenitsyn y Kundera. Si hubo, alguna vez, una izquierda socialista y antitotalitaria en
Nueva York, fue en los alrededores de Dissent e Irving Howe, entre 1956, año de la invasión soviética a Hungría, y 1989, con la caída del Muro de Berlín.
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