A fines de los años
50, Edmund Wilson escribió para The New
Yorker una serie de artículos sobre los indios iroqueses, que reunió en su
libro Apologies to the Iroquois (1959).
A Wilson le interesaba el desafío que el nacionalismo de esa comunidad,
alentado por Canadá, implicaba para Estados Unidos desde los años de la Guerra
Civil, a mediados del siglo XIX.
Mientras escribía su
reportaje, Wilson entró en contacto con Wallace Anderson, Mad Bear, un líder de
la comunidad de Tuscarora, a donde viajó varias veces el crítico e historiador.
A Wilson le impresionaba la forma en que Mad Bear había defendido la autonomía
de su comunidad ante los proyectos de modernización y urbanización promovidos
por Robert Moses y otros políticos y urbanistas newyorkinos. En su
correspondencia con Dos Passos, ambos hablan de Mad Bear como un héroe
anticolonial.
Justo en los meses
en que concluía su reportaje sobre los iroqueses, se produjo el triunfo de la
Revolución Cubana. A diferencia de otros intelectuales de Nueva York, de su
misma generación, como Waldo Frank, C. Wright Mills o Carleton Beals, Wilson no
pareció sentir fascinación alguna por ese evento del Caribe. Las pocas veces
que se refiere a Castro, en su correspondencia, es para restarle importancia
como enemigo de Estados Unidos.
En un momento, sin
embargo, la historia de esas dos tribus, los iroqueses y los cubanos, se cruzan
en el epistolario de Wilson. Su amigo Mad Bear, el líder iroquí, le envía una
postal desde un hotel de la ciudad de La Habana, en agosto de 1959, donde le
cuenta que ha sido recibido con honores, en la isla, por el entonces Primer
Ministro, Doctor Fidel Castro. Luego de
recibir la postal, en Talcottville, Wilson escribe a Mary Meigs: “I don’t know what this means”.
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