"Hidden Martí", el título
del cuadro del pintor cubano Geandy Pavón, radicado en Nueva York, es algo más
que una portada en el libro de Francisco Morán, que hemos comentado en los
últimos días. La noción de un Martí oculto, oscuro, hombre en tiempos de
oscuridad, como los pensados por Brecht y Arendt, es un dispositivo conceptual
que atraviesa todo el libro y que le permite a Morán reconstruir la despectiva
representación del otro, es decir, del sujeto que pertenece a una clase, una
raza, una condición migratoria o un género distintos al suyo.
El pasaje de mayor dificultad, al
menos para mí, en este libro, es el relacionado con el "racismo de
Estado", que Morán, a partir de la conocida reflexión de Michel Foucault
sobre el biopoder, detecta en la
representación negativa de los inmigrantes europeos en las crónicas de Nueva
York de Martí. Los inmigrantes son, muchas veces, para Martí, esas criaturas
“agusanadas”, que corroen y enferman la república americana.
No cabe duda de que hay elementos
raciales en esas representaciones, pero me sigue pareciendo, luego de leer las
persuasivas interpretaciones de Morán de varias crónicas sobre irlandeses e
italianos –no sé si le da la misma importancia a las crónicas sobre los chinos,
que sí veo centralmente marcadas por el extrañamiento étnico- que el acento de
Martí está más puesto en la pobreza, la ignorancia y la vagancia de esos
sujetos que en un código étnico irreconciliable con la civilización, como
pensaban los darwinistas y eugenésicos. La clase, el saber, las virtudes
públicas –más que la raza- serían las identidades decisivas de una posible
biopolítica martiana.
A partir de la tesis de Michel
Foucault –sería Foucault, en todo caso, y no Rancière o Agamben o Esposito, el
referente teórico fundamental de este estudio- no duda Morán en leer un
“racismo de Estado” en Martí, toda vez que el cubano, en muchas de sus crónicas
se identificaba con las autoridades norteamericanas o latinoamericanas, que
debían regular y controlar la inmigración extranjera en sus países. El énfasis
en la relación entre pobreza y ocio conecta una vez más, como bien advierte
Morán, a Martí con Spencer, pero en un momento en que el pensador británico
tomaba distancia de la eugenesia y del darwinismo social más agresivo de fines
del siglo XIX.
En algunos momentos de este libro, así
como en el importante estudio de Camacho sobre José Martí y la cuestión
indígena, se sugiere una confluencia ideológica entre Spencer y Francis Galton
y otros defensores de la eugenesia, que desde hace mucho tiempo, historiadores
como Richard Hofstadter, por ejemplo, en su clásico estudio sobre el darwinismo
social en el pensamiento americano, han cuestionado, a partir de la
aproximación spenceriana al anarquismo libertario y de sus ideas sobre la
filantropía y la beneficencia. El agnosticismo y el universalismo de Spencer
también fueron importantes para Martí, si se recuerdan sus críticas al
absolutismo y el catolicismo europeos que, según el cubano, dificultaban a muchos de
aquellos inmigrantes asimilar el orden jurídico de la república americana.
Spencer fue uno de los pensadores más
influyentes en la América Latina de fines del XIX porque las distancias de su
evolucionismo con la eugenesia no alentaban un abandono de la doctrina de los
derechos naturales del hombre, que era básica para liberales y republicanos
latinoamericanos, como Martí, en las últimas décadas de aquella centuria. Así
como podemos documentar la lectura crítica que Martí hizo de Spencer, sus
acuerdos y desacuerdos con el autor de Principles
of Sociology (1885), tenemos dificultades para encontrar marcas de Galton,
Gobineau y los pensadores eugenésicos de fines del XIX, que inspiraron la
genealogía del racismo de Foucault, en la obra del cubano.
Sólo una última nota sobre este libro
fascinante, que quien se tome en serio los estudios martianos deberá leer. A
partir de este volumen, el de Camacho, el de Abel Sierra Madero, Del otro lado del espejo. La sexualidad en
la construcción de la nación cubana (2006), o los estudios más recientes
del mismo autor sobre el “travestismo de Estado”, y el último ensayo de Pedro
Marqués de Armas, Ciencia y poder en Cuba
(2014), podría indagarse la posibilidad de un tardío “momento foucaultiano”
en los estudios cubanos, tan provocador como problemático, si no queremos
desentendernos de las críticas a Foucault que han producido el neomarxismo, el
liberalismo multicultural o las teorías cosmopolitas de la cultura en las dos últimas
décadas.
Leyendo a Camacho y a Morán, en estos
meses, me pregunto si muchas de sus observaciones sobre el extrañamiento del
otro en la escritura de Martí no podrían ser leídas, con mayor provecho, desde
la teoría de las “gramáticas de la multitud” del neomarxista italiano Paolo
Virno, quien se centra más específicamente en la genealogía de la moral
capitalista, o desde las críticas a la homogeneidad del modelo republicano que
han producido el liberalismo multicultural desde los años 90 y el
cosmopolitismo intelectual desde mediados de los 2000. Pero con esto entramos
en la zona tediosa de los marcos teóricos, que es lo que menos me interesa de
estos libros, precisamente porque los eluden o los asimilan con una gran
flexibilidad.
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