En el libro The
Making of a Counter Culture (1969) de Theodore Roszak, se perfilan los
principales referentes de la insurgencia juvenil de los 60 en Occidente. Se
habla allí de una revuelta contra la racionalidad tecnocrática de la sociedad
industrial, fuera esta de inspiración capitalista o socialista, norteamericana,
europea o soviética, que hacía suyas la “dialéctica de la liberación” de
Herbert Marcuse y Norman Brown, el budismo y la psicodelia de Allen Ginsberg y
Allan Watts, la “sociología visionaria” de Paul Goodman y la refutación
práctica del mito de la “conciencia objetiva” a través del rock and roll y el
amor libre.
Era lógico que a un país del Caribe hispano, como
Cuba, las premisas de la contracultura resultaran extrañas y amenazantes. Sobre
todo, si a lo que quedaba de las clases medias y altas católicas del antiguo
régimen, se sumaba, desde los 60, una nueva ortodoxia moral, construida en
torno a los dogmas de un marxismo-leninismo que, como advertía Roszak,
legitimaba otro tipo de tecnocracia industrial: la comunista. De ahí que el
poco contacto que estableció el campo intelectual cubano con la contracultura
se limitara a un par de números de Lunes
de Revolución, al diálogo efímero de los poetas de la Beat Generation con
la generación de El Puente y a la débil resonancia de las ideas de la Nueva Izquierda entre algunos marxistas
guevarianos, como los editores de Pensamiento
Crítico.
Hay, sin embargo, una conexión más orgánica con la
contracultura en algunos estratos de la juventud cubana de los 60 y 70.
Estratos que, provenientes de la antigua clase media, con un estilo de vida
norteamericano o europeo, descendían a un nuevo tipo de marginalidad, que sería
severamente reprimida o disciplinada por medio de las UMAP, la “depuración” y
la “parametración”. Hace unos días, el fotógrafo cubano José Figueroa, habló de
esas paradójicas élites marginales o minorías modernas, venidas a menos, en La
Habana de los 60 y 70, durante la presentación del importante libro Cuba in Revolution. The Arpad A. Busson
Foundation (2013) en el International Center of Photography de Nueva York.
El fotoreportero norteamericano Lee Lockwood retrató
a algunos jóvenes beatlemaniacs en el barrio del Vedado, en los 60, pero fue el
propio Figueroa quien llegó a captar, más plenamente, esa subjetividad borrosa
en su serie “My Sixties”. Siendo asistente en el estudio de Alberto Korda,
Figueroa fotografió a amigos y parientes que posaban la contracultura en La
Habana. Juanito Ferrer, Chuni, René Villa, Jorge Dávila, Estrellita Guerra,
Diana Fernández, Navarro, Rafael Savín, Juan Carlos Halley, Margarita Arroyo, Idalberto Gálvez, "Olga, la Francesa" y el cuarteto “Los Pacíficos” eran los personajes
reales de aquella escenificación de una Habana contracultural, bajo el
comunismo.
“Gente que no era aceptaba”, dijo Figueroa hace unos
días en el ICP de Nueva York, que vivía en La Habana como si viviera en el East
Village, en San Francisco o en una película de Godard. Sujetos sin lugar, que
irían desapareciendo poco a poco de una esfera pública masificada y uniformada, como la
propia familia de Figueroa, retratada en las páginas finales de Cuba in Revolution. La serie “Exile:
Farewells at 17th Street”, es un relato desgarrador sobre la fractura familiar
provocada por la Revolución Cubana. Hay un lenguaje de duelo, en esas
imágenes, que tiene algunos equivalentes reconocibles en la literatura o el cine
cubanos, pero que al pasar a la narrativa fotográfica acentúa su tono de melancolía y desamparo.
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