Se escribirá mucho este año sobre La Avellaneda, para bien o para mal. No faltarán, como cuando el bicentenario de José María Heredia en 2003, quienes intenten encapsular el patriotismo lírico de La Avellaneda en un nacionalismo grave, ajeno a su relación con Cuba.
Se escribirá mucho sobre la literatura de La Avellaneda, pero poco sobre su política, tan interesante como aquella. La camagüeyana fue una católica, admiradora de las tradiciones pactistas y contractuales de la monarquía española. Una católica liberal, no absolutista, como la mayoría de sus contemporáneos en la península, que respaldó la Constitución de Cádiz y, luego de la rebelión de La Granja, el orden constitucional de 1837. En una biografía en romance de Alfonso el Sabio, reunida en su obra poética, La Avellaneda resumió su visión positiva sobre la monarquía liberal española, en tanto modalidad del gobierno representativo.
También estuvo cerca La Avellaneda del reformismo criollo cubano, como puede leerse en sus novelas abolicionistas. Pero a diferencia de otros reformistas cubanos (Arango, Saco, Del Monte) o de sus contemporáneos y amigos en la literatura peninsular (Quintana, Espronceda, Zorrilla), y al igual que su maestro Heredia, La Avellaneda fue una gran admiradora de los Estados Unidos. Los versos finales del poema "A vista del Niágara", escritos durante el viaje de varios meses que hizo a Estados Unidos, en 1864, exponen esa admiración:
Tu ambiente aspira, ¡oh pueblo
americano!
Que si tienes –cantando tu
grandeza-
Prodigios como el Niágara en el
suelo,
Cimentarte supiste instituciones
Que el genio liberal como modelo
Presenta con orgullo a las
naciones!
Otra muestra de la admiración de La Avellaneda por Estados Unidos puede leerse en las dos versiones del soneto a George Washington que dejó escritas. La primera, de 1841, fue incluida en el primer volumen de sus Poesías, editado en Madrid con prólogo del crítico peninsular Juan Nicasio Gallego, quien, naturalmente, no dio mayor importancia estética o política a esta composición:
No en lo pasado a tu virtud modelo
Ni copia al porvenir dará la historia
Ni el laurel inmortal de tu victoria
Marchitarán los siglos en su vuelo
Ni copia al porvenir dará la historia
Ni el laurel inmortal de tu victoria
Marchitarán los siglos en su vuelo
Si con rasgos de sangre guarda el
suelo
Del coloso del Sena la memoria
Cual astro puro brillará tu gloria
Nunca empañada por oscuro velo
Del coloso del Sena la memoria
Cual astro puro brillará tu gloria
Nunca empañada por oscuro velo
Mientras la fama de las virtudes
cuente
Del héroe ilustre que cadenas lima
Y la cerviz de los tiranos doma
Del héroe ilustre que cadenas lima
Y la cerviz de los tiranos doma
Alza gozosa, América, tu frente,
Que el Cincinato que formó tu clima
Lo
admira el mundo, y te lo envidia Roma.Que el Cincinato que formó tu clima
La segunda versión, escrita en 1864, luego de aquel viaje a Estados Unidos con su hermano, en que, además de peregrinar a las cataratas del Niágara, visitó la tumba de Washington en Mount Vernon, mantiene los dos primeros versos de la estrofa inicial y altera el resto del soneto. Vale la pena releer ambas versiones para comprender las razones de la reescritura:
No en lo pasado a tu virtud modelo
Ni copia al porvenir dará la historia
Ni otra igual en grandeza a tu memoria
Difundirán los siglos en su vuelo
Ni copia al porvenir dará la historia
Ni otra igual en grandeza a tu memoria
Difundirán los siglos en su vuelo
Miró la Europa ensangrentar su
suelo
Al genio de la guerra y la
victoria
Pero le cupo a América la gloria
De que el genio del bien le diera cielo
Pero le cupo a América la gloria
De que el genio del bien le diera cielo
Que audaz conquistador goce en su
ciencia;
Mientras al mundo en páramo
convierte
Y se envanezca cuando a siervos mande;
¡Mas los pueblos sabrán en su conciencia
Que el que los rige libres sólo es fuerte
Que el que los hace grandes sólo es grande!
Y se envanezca cuando a siervos mande;
¡Mas los pueblos sabrán en su conciencia
Que el que los rige libres sólo es fuerte
Que el que los hace grandes sólo es grande!
Como Heredia, Olmedo, Bello y otros escritores hispanoamericanos de la primera mitad del XIX, La Avellaneda intentaba una contraposición entre Washington y Napoleón, favorable el primero. Mientras el corso representaba la ambición, el despotismo y el imperio, el norteamericano personificaba el civismo republicano del presidente que se retira a la vida privada luego de su segundo mandato. Washington era el nuevo Cincinato y Napoleón el nuevo César.
Uno de los cambios más notables entre una y otra versión del soneto es la fórmula que usa La Avellaneda para referirse a Napoleón. Si en el primero habla de un "coloso del Sena", en el segundo hablará de un "genio de la guerra y la victoria", que no es específicamente francés sino europeo. Lo que intentó la poeta fue actualizar históricamente el sentido de su soneto de 1841, en medio de la Guerra de Secesión de 1864, para contraponer el republicanismo de Washington -transferible a Lincoln- al imperialismo de Napoleón III, Bismarck o cualquier otro monarca europeo de la época.
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