El comunista manifiesto, último libro del ensayista y crítico cubano,
Iván de la Nuez, es un recorrido por las presencias del comunismo en las
democracias y los mercados contemporáneos. Sea como fantasma o como zombie,
como sombra o como cuerpo, a De la Nuez le interesan esas “manifestaciones” de
un espectro que pueden leerse en artistas como Frank Thiel, Boris Mikhailov,
Dermantas Narkevicius o Dan Peterjovschi, fotógrafos como Andreas Gursky, Joan
Fontcuberta, Eric Lusito o Dani & Geo Fuchs, escritores como Eduardo
Mendicutti, Ignacio Vidal Folch, Fogwill, Francesc Serés, Jordi Puntí o José
Manuel Prieto o películas como Good Bye
Lenin, Promesas del Este o Freedom Fury. A toda esa memorabilia De
la Nuez da el nombre de un producto cultural específico, a principios del siglo
XXI: el Eastern.
De la Nuez se
detiene en obras como el proyecto del colectivo PSJM, que convirtió a Marx en
una marca de tenis y jeans, en la imagen del filósofo de Tréveris en una
tarjeta de crédito Master Card del Sparkasse Bank, en la pieza de teatro Marx en el Soho de Howard Zinn, en las
obras del artista cubano Lázaro Saavedra –que le regala la cubierta-, en la
ingeniosa obra Sputnik del fotógrafo
Joan Fontcuberta –una fundación imaginaria, que editó un libro sobre la no
menos imaginaria hazaña del cosmonauta soviético, Iván Istochnikov, y su
ciberperra Kloka, que se impactaron en el espacio con un meteorito-, Limonov, la biografía novelada de
Emmanuel Carrère o las múltiples intervenciones mercantiles del ícono del Che
Guevara, reunidas por Trisha Ziff en la muestra Che: Market and Revolution.
En su mayor parte,
el libro de De la Nuez fluye como un conjunto de glosas o apuntes de lectura
sobre el espectro comunista en las dos últimas décadas. Tiene razón Josep
Ramoneda, en el prólogo, cuando señala que este libro, como los anteriores El mapa de sal y Fantasía roja –no tanto La
balsa perpetua y la antología La isla
posible, que fueron proyectos más deliberados de intervención en el campo
intelectual cubano- gira en torno a la misma ontología de sí o a la búsqueda de
definición de un sujeto occidental que, a pesar de haber vivido el comunismo
como una realidad del Caribe y no como una utopía eslava, apuesta por la
izquierda en medio del triunfalismo liberal.
En este libro, sin
embargo, el crítico cultural desplaza con mayor evidencia al historiador, al
filósofo e, incluso, al escritor que hay en Iván de la Nuez. Hay aquí
constantes alusiones a algunos pensadores neomarxistas, como Boris Groys, Slavoj
Zizek, Alain Badiou o Jacques Rancière, pero muy poca reflexión teórica sobre
el problema de la actualidad del comunismo o del marxismo espectral, tan
debatido, desde el clásico de Derrida, por pensadores contemporáneos como Bruno
Bosteels y Jodi Dean. La editorial Verso ha creado, de hecho, la colección Pocket Communism, centralmente dedicada al tema, que acaba
de publicar un volumen tan pertinente para dicha discusión como Towards a New Manifesto, la historia del
malogrado proyecto de Theodor Adorno y Max Korkheimer de reescribir el Manifiesto Comunista en la primavera de
1956.
En su libro, Iván de
la Nuez nos convence de esas “manifestaciones” del comunismo en la cultura del
capitalismo global. Pero el propio De la Nuez no se posiciona sobre las
diversas maneras de entender la “actualidad” del comunismo. Esta elusión voluntaria informa, en buena medida, las estrategias de escritura del crítico
cultural. Su insistencia en nociones como “fantasma”, "zombie", “sombra” o “espectro”
parece aludir a presencias espirituales de un pasado muerto, cuando el fantasma
que detectaban Marx y Engels, en 1848, tenía que ver, más, con una criatura a
punto de nacer. Bosteels, Dean y otros neomarxistas contemporáneos piensan la
actualidad del comunismo como una presencia política real, y no como una
evanescencia espiritual, ya que para ellos el leninismo, el estalinismo o el
maoísmo; el socialismo real, las guerrillas zapatistas o guevaristas o los
socialismos bolivarianos, han sido sólo algunas de las formas que
históricamente adoptó una tradición de la comuna, anterior al siglo XX y viva
en el siglo XXI.
Lo que De la Nuez
entiende como “cuerpo”, y no como “espectro” o como “sombra”, en esas
“manifestaciones” del comunismo, son atributos de la globalización que bien
podrían entenderse a partir de la tesis del ascendente camino hacia la
igualdad, en detrimento de la libertad, de Alexis de Tocqueville en La democracia en América (1835-1840), un
ensayo, que no panfleto, anterior al Manifiesto
comunista. La radical individuación del sujeto, con su PC o cualquier otro
equipo electrónico personal, la diseminación de las nociones jerarquizadas de
autoría, poética o status y la
creciente seguritización de la sociedad, esa distopía policiaca de hoy, fueron mejor profetizadas por
Tocqueville que por Marx.
Un antecedente más
claro que los Espectros de Marx de
Derrida –marxismo y comunismo no son la misma cosa- de esta manera de pensar el
comunismo, en la larga duración, sería el temprano ensayo de Jean Luc Nancy,
“From the Existence of Communism to the Community of Existence” (1992), en la
revista Political Theory, que tiene
ecos de Tocqueville y –gústele o no a Nancy-, también de Francois Furet. Se puede estar
o no de acuerdo con esa manera de pensar del comunismo –yo no lo estoy-, pero
es indispensable definir qué entendemos por marxismo y por comunismo antes de
discernir sus presencias vivas o muertas, espectrales o reales, en la cultura
del capitalismo global.
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