En su libro The Left Hemisphere (Verso, 2013), el profesor de la Sorbonne, Razmig Keucheyan, se propuso dibujar un mapa de la que llama "teoría crítica contemporánea". A simple vista, el objeto de su estudio podría resultar demasiado abarcador, pero cuando avanzamos en el libro advertimos que a Keucheyan no le interesa toda la "teoría crítica" sino aquella que se produce dentro de las fronteras del radicalismo de izquierda.
El libro de Keucheyan recorre las conceptualizaciones del "imperio", la "multitud" y el "capitalismo cognitivo" de Michael Hardt y Tony Negri, la nueva teoría del imperialismo de Leon Panitch, Robert Cox y David Harvey, el debate sobre la "excepción" y los estados postnacionales en Giorgio Agamben, Étienne Balibar, Jürgen Habermas, Wang Hui, Benedict Anderson y Tom Nairn, la crítica del capitalismo tecnológico de Robert Brenner, Giovanni Arrighi, Elmar Alveter y Luc Boltanski.
El mapa de Keucheyan abarca, naturalmente, otras zonas más conocidas del pensamiento neomarxista como la filosofía del "evento" y el "sujeto" en Jacques Rancière, Alain Badiou y Slavoj Zizek, el postcolonialismo y la teoría feminista en Gayatri Spivak, Judith Butler y Donna Haraway, la nueva interpretación del conflicto de clases en E. P. Thompson, Erik Olin Wright o Álvaro García Linera o del choque de indentidades colectivas y hegemonías políticas en Nancy Fraser, Axel Honneth, Seyla Benhabid, Achille Mbembe, Ernesto Laclau y Fredric Jameson.
Pero, más allá del mapa, el libro de Keucheyan interviene en terrenos de la historia y la política del pensamiento de izquierdas, en los que encontramos tantas observaciones pertinentes como visiones estereotipadas e, incluso, prejuicios. Por ejemplo, Keucheyan narra una historia excesivamente limitada, por no decir sectaria, de la Nueva Izquierda, que deja fuera importantes corrientes de la misma, sobre todo en Nueva York, como la del último trotskysmo, el socialismo democrático, el nacionalismo negro o, específicamente, los Black Panthers.
La historización de la Nueva Izquierda, a partir del "relato de la derrota" del 68, produce generalizaciones. Y produce, también, ocultamientos geográficos como el escaso tratamiento del pensamiento de la descolonización del Tercer Mundo o, específicamente, de América Latina. El único pensador latinoamericano que, además de Laclau, aparece en el mapa de Keucheyan es el vicepresidente boliviano García Linera y algunos pasajes, como aquel en que presenta a los argentinos José Aricó y Juan Carlos Portantiero, como parte de la "derechización neoliberal", por su respaldo a la transición democrática y su aproximación a la socialdemocracia, en los 80, son muy cuestionables.
A pesar de estos desenfoques, el libro de Keucheyan tiene aciertos innegables como el reconocimiento del aporte del postestructuralismo francés de los 70 y los 80 a la articulación del neomarxismo reciente -una deuda que no todos los que intervienen en el debate contemporáneo de la izquierda, que cargan con viejas aprensiones contra el postmodernismo, están dispuestos a reconocer. Keucheyan, además, es franco cuando admite que la teoría crítica de la izquierda es, cada vez más, un asunto académico, específicamente de las universidades norteamericanas, y encuentra las raíces históricas de esa progresiva intelectualización del socialismo en la teoría marxista occidental de mediados del siglo XX. No hay el menor intento, aquí, de encubrir el desencuentro entre las teorías y las prácticas de la izquierda radical.
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