Se expone por estos días en
el Metropolitan Museum de Nueva York una muestra de las fotografías tomadas, en
el siglo XIX, por la artista inglesa Julia Margaret Cameron (1815-1879).
Cameron descubrió la fotografía al final de su vida, con casi 50 años y seis
hijos, y entendió ese arte como una extensión del teatro, la literatura o la
pintura.
Utilizó a su siempre
dispuesto esposo, a sus hijas y sobrinas, como la espectral Julia Jackson –madre de Virginia Woolf-, a sus amigos de la isla de Wight y, especialmente, a
las hijas de esos amigos, como la Alice Liddell de Lewis Carroll, para montar
escenas de King Lear de Shakespeare,
de Idylls of the King de Lord Tennyson
o del Quijote de Cervantes, que luego
fotografiaba y utilizaba para ilustrar ediciones impresas de esas obras.
En los retratos de Cameron se
observa un lento avance de los rostros hacia la mirada de frente. Sus primeras
fotos captaban a los personajes de perfil, con la mirada perdida, como si se
tratara de modelos para un pintor de caballete. Pero ya al final de su vida,
Cameron tomó fotos de frente del científico John Herschel, del historiador
Thomas Carlyle y del poeta Henry Taylor, en las que la mirada desafiaba el
lente, proyectando unos ojos que, curiosamente, parecían mirar al horizonte, no
a la cámara.
El contraste entre esos dos
tipos de fotos, los que podríamos llamar retratos alegóricos (las niñas May
Prinsep o Alice Liddell como Casiopea o Pomona) y las miradas perdidas de
Tennyson o Carlyle, es la clave de la muestra del Metropolitan. Cuando el
espectador cree haber dado con la misma, encuentra al final de la galería, una
pequeña foto, que le reserva la mayor sorpresa.
Me refiero al retrato del
príncipe abisinio, Dejatch Alamayou, hijo del rey Theodoro de Etiopía, que al
quedar huérfano fue rescatado por la reina Victoria y encomendado al capitán
Tristán Speedy para su educación. Speedy vivía en la isla de Wight y era amigo
de los Cameron, lo que explica el retrato que le dedica Julia Margaret. En el
mismo, el principito negro aparece con una muñeca blanca entre los brazos. Al
pie de la foto original, la leyenda “I have seen the world”, traducción del nombre del niño.
Qué distinta suerte la que corrió Cameron en comparación con María Larsson, el personaje de ficción que Jan Troell, dio vida en la película Everlasting Moments.
ResponderEliminarLeyendo tu post, Rafa, recordé la historia de Troell.
Estas fotos viejas, me gustan mucho.
Gracias.