Comentábamos en un post anterior la presencia, en la poesía
de José Martí –especialmente en Versos
sencillos- de la tradición del romanticismo noir, estudiado por Mario Praz en un clásico ensayo. No es
imposible localizar rastros de esa misma tradición, después del modernismo y de
la vanguardia, en la poesía de José Lezama Lima.
Un poema emblemático de invocación de la muerte, que recrea
el tópico del bosque espectral, sería “Una oscura pradera me convida”. Pero hay
otros poemas de Lezama, como “Los fragmentos de la noche” o “Doble noche”,
donde ese mundo fantasmal y onírico, que escenifica el desdoblamiento del
sujeto, entre el yo y su sombra, reaparece con nitidez.
En el poema “Doble noche”, por ejemplo, se reproduce una
escena muy parecida a la del poema sencillo “Yo tengo un amigo muerto” de José Martí. Lezama despierta a mitad de la noche
-“la noche nos agarra un pie,/ nos
clava en un árbol,/ cuando abrimos los ojos/ ya no podemos ver al gato
dormido”, e inicia un juego mental con la imagen del
gato, que esconde la
noche, como esconde sus desechos bajo un agujero húmedo que ha escarbado en el
patio.
En la segunda escena del poema, Lezama regresa a su cuarto,
a retomar el sueño, y encuentra a un hombre sentado en un taburete, junto a su
cama. Como en Martí, un doble despierto al lado del dormido: “como en una
explicación casi inaudible/ dije: Uno./ El otro, con su cuerpo inmovilizado,/
moviendo sus labios con sílabas muy lentas/, me respondió: el cuerpo”.
También como en Martí, ese otro despierto, en la trama del
sueño, se enoja y discute: “comenzó entonces un debate ciceroniano/ en el
senado romano,/ golpeando las almohadas con los puños”. A Lezama también se le
vuelve la situación insostenible y “acuesta el muerto a dormir”. En su versión,
pone al “gato absorto y lentísimo” a “esconder la noche”.
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