En el libro Revolution
1989. The Fall of the Soviet Empire (Vintage Books, 2010) del periodista
búlgaro, afincado en Inglaterra, Victor Sebestyen, se observa con claridad el
momento en que Fidel Castro y los líderes históricos de la Revolución Cubana
dejan de representar, para los sectores políticos e intelectuales de Europa del
Este, voces de renovación de la izquierda mundial y se convierten en
representantes y aliados del más feroz conservadurismo comunista dentro de la
órbita soviética.
En su libro, Sebestyen reconstruye la visión que sobre Fidel
Castro y el Partido Comunista de Cuba subsistía en las burocracias de aquellos
países del campo socialista. Casi todos los testimonios apuntan a una
complicidad de la dirigencia cubana con las fuerzas más reaccionarias, que
intentaban reprimir o neutralizar la movilización de la sociedad civil contra
el totalitarismo. El diplomático ruso Sergei Tarasenko, con muchos años de
experiencia en Naciones Unidas, quien de joven vivió de cerca del ocaso de la
cancillería soviética, intentaba explicarse la impopularidad del ministro de
exteriores Andrei Gromyko en los 80.
Su explicación era simple y, a la vez, inapelable: “few
people read Pravda, but everyone read
The New York Times. The people who
read Pravda were Fidel Castro… and
the World Peace Council, whose services we paid for”. La alianza conservadora
entre las élites políticas del campo socialista se basaba en la preservación de
un sistema mundial de subsidios, articulado en torno a las prioridades del CAME,
que favorecía a cada una de las nomenclaturas nacionales del bloque soviético.
Era esa defensa de los intereses la que impulsaba a las burocracias aliadas a practicar la represión sistemática de toda disidencia.
Sebestyen reconstruye la conversación que Nicolai Ceausescu y su círculo más
próximo –su esposa Elena, el Ministro del Interior Tudor Postelnicu, el Jefe de
Seguridad Julian Vlad, el del Ejército Vasile Milea- sostuvieron en torno a los
modos de actuar ante la concentración ciudadana en la plaza de Timisoara. Mientras los
generales proponían negociar y Elena les gritaba “cobardes”, Ceausescu
concluye:
“Some few hooligans want to destroy socialism and you are
making it child`s play for them. Fidel Castro is right. You do not quieten your
enemy by talking to him like a priest, but by burning him”.
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