El número de abril de Letras
Libres, en sus ediciones mexicana y española, contiene un excelente dossier, titulado “Autocrítica liberal”,
que podría volverse referencial. Ideado y coordinado por el joven historiador
mexicano Carlos Bravo Regidor, el coloquio reúne a un grupo de teóricos y
ensayistas de la últimas generaciones (Jesús Silva-Herzog Márquez, José Antonio
Aguilar, Humberto Beck, Patrick Iber, David Peña Rangel, Estefanía Vela Barba, Saúl
López Noriega, Ramón González Férriz) que someten a crítica al liberalismo
desde algún tipo de identificación con ese ideario.
Aguilar Rivera reprocha al liberalismo –específicamente al
mexicano- su tendencia a hibridarse con corrientes de pensamiento que le son
ajenas, como el positivismo o el multiculturalismo. Silva-Herzog, en cambio,
piensa que hay que abandonar el ideal de la pureza y entender al liberalismo
como una posición anclada en la duda y no en la fe. Por el mismo camino van las
colaboraciones de Gabriel Zaid y Roger Bartra, que llaman a distinguir entre
liberalismo político y liberalismo económico –o neoliberalismo- y a rescatar el
diálogo entre liberales, socialistas y católicos.
Ramón González Férriz y David Peña Rangel repiensan las
relaciones, primero amigables y luego tensas, entre liberalismo y nacionalismo.
Humberto Beck cuestiona el peso del concepto de “libertad negativa”, según la
célebre formulación de Isaiah Berlin, en la tradición liberal, que condujo a
posiciones intolerantes en la Guerra Fría. Patrick Iber se pregunta si existe
una “tentación imperial” en el liberalismo, a partir del rol de las grandes
potencias atlánticas en los dos últimos siglos. Estefanía Vela Barba critica la
fijación excluyente del relato de los derechos fundamentales en “los hombres”.
Carlos Bravo Regidor lamenta las malas lecturas que algunos liberales hicieron
del marxismo, aunque también agradece las buenas.
A pesar de su espesor teórico, el dossier ha sido armado con agilidad: textos breves, compactos, legibles
desde cualquier público. Es evidente que un objetivo colateral del mismo fue
sumar al diálogo intelectual a una nueva generación de académicos, que comienza
a intervenir en la esfera pública mexicana sin la rigidez ni la territorialidad
de otros tiempos. Letras Libres, como
antes Vuelta, ha sido siempre un
medio que defiende un campo intelectual donde los académicos suman su voz a un
debate abierto, sin jergas ni autorizaciones preestablecidas.
Tal vez es por eso que, luego de la lectura, se tiene la
impresión de que todos los autores, aunque coinciden en que el liberalismo debe
autocriticarse, no entienden de la misma manera al sujeto que se autocritica.
Unos piensan el liberalismo como teoría o filosofía política, otros como
tradición intelectual, otros como ideología partidaria, otros más, como estilo
o actitud moral. Probablemente, el liberalismo sea todo eso a la vez, pero
quienes hablan en su nombre, en este número de Letras Libres, son intelectuales. Habría que explorar mejor si sigue existiendo liberalismo fuera de la ciudad letrada –entre políticos, empresarios,
religiosos, gremios, asociaciones civiles- y si ese liberalismo siente la necesidad
de autocriticarse.
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