Libros del crepúsculo

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viernes, 15 de febrero de 2013

Rebelión de vírgenes




La novela Los rebeldes (1930) del escritor húngaro Sándor Márai, quien sufrió el fascismo y el comunismo en su país y se suicidó en su último exilio, en San Diego, el año de la caída del Muro de Berlín –toda una declaración política- es un vislumbre de las tragedias del siglo XX europeo.
Cuatro adolescentes que están a punto de ser llamados a filas y enviados a las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, veranean lejos de sus padres. Se empeñan en actuar como adultos, sin serlo, y toman la adultez por sus adicciones y vicios: pernoctan, beben, fuman, juegan, roban, flirtean.
Son rebeldes, pero vírgenes. Los dos adultos que entran en contacto con ellos, en aquel pueblo húngaro, donde milagrosamente apenas se siente la guerra, son los personajes típicos de la retaguardia: tenderos, sastres, taberneros, tahúres, un actor y un prestamista. Estos últimos, advertidos de la virginidad de los rebeldes, les confrontan verbalmente su sexualidad.
Márai escribió esta novela en 1930, un año después de la aparición de Mario y el mago de Thomas Mann. No sé si los estudiosos de ambos han establecido alguna relación entre estos textos, pero las atmósferas y los personajes de una y otra ficción son muy parecidos. Amadé y Havas, el actor y el maestro de juventudes, guardan más de un parecido con Cipolla.
En esos personajes sombríos de la provincia húngara o italiana, de entreguerras, Mann y Márai encontraron el arquetipo en ciernes del sujeto fascista o comunista. Rebeldes vírgenes, demonios de tarima, ventrílocuos de micrófono, que produjeron el holocausto y el gulag como se produce un verano de juergas lejos de los padres.  
   

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