El performance del grupo punk ruso, Pussy Riot, en una iglesia ortodoxa de Moscú, y la condena a dos años de prisión a sus integrantes, por el gobierno de Vladimir Putin, me ha devuelto al clásico de Saul Alinsky, Rules for Radicals (1971). Las jóvenes de Pussy Riot han seguido, deliberadamente o no, algunas de las tácticas y estrategias recomendadas por Alinsky a la Nueva Izquierda norteamericana y europea hace cuarenta años.
La plegaria punk contra Putin fue una articulación de varias impugnaciones a la vez: contra la autocracia, contra la complicidad de la Iglesia y el Estado, contra el machismo, contra la gerontocracia y contra el conservadurismo cultural o, específicamente, musical. A la hora de confrontar un poder, pensaron estas jóvenes discípulas de Alinsky, mejor confrontarlos todos, ya que bajo un régimen autoritario -por no hablar de uno totalitario- todos los poderes están conectados.
La reacción de la Iglesia y el gobierno contra el performance deja al descubierto, una vez más, el despotismo del régimen ruso. La figura del Jefe de Estado sigue estando sacralizada allí, aunque bajo formas más seculares que en tiempos del zarismo o el estalinismo. Rezar a la Virgen María para que libre a los rusos de Putin es algo más que un sacrilegio o una herejía: un acto de traición a la patria y, por tanto, un crimen que merece castigo.
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