Cuando las pasiones intervienen tan claramente en los asuntos de Estado se hace evidente la estructura literaria de la política. Los británicos casi siempre recurren a Shakespeare, a la hora de ponderar lo poco que ha cambiado el mundo de la política -emocionalmente hablando- desde los tiempos isabelinos. Los franceses podrían recurrir a Racine, a la tragedia
Esther o, más claramente aún, a
Fedra, para describir los celos entre mujeres en la política francesa. La
rivalidad entre Trierweiler y Royal sigue las pautas de aquellos dramas jansenistas del siglo XVII.
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