
Dos de las novelas de Piña, Gerónimo el honrado (1857) -que apareció por entregas en la misma Revista de La Habana, dirigida por Rafael María de Mendive y José Quintiliano García, y que ha sido recientemente rescatada por Nabu Press- e Historia de un bribón dichoso (1860), llamaron la atención de Enrique Piñeyro, tal vez, el crítico literario más profesional del fin de siglo XIX cubano. Valdría la pena reconstruir el lugar de Piña y Palma en la historia de la crítica literaria cubana, con el propósito de comprender mejor sus exclusiones de la antología de García Vega.
¿Por qué, cuándo y cómo deja de ser referencial un novelista o un poeta son preguntas que rondan todas las literaturas nacionales? Con frecuencia, el juicio favorable de algún célebre contemporáneo, cubano o extranjero, como Domingo del Monte, Rubén Darío o José Martí, fue suficiente para ubicar a un autor de la isla en el canon. En los casos de Palma y Piña ni siquiera encontramos esas autorizaciones.
Martí, por ejemplo, que muchas veces es equivocadamente leído como cumbre de la crítica literaria cubana del siglo XIX, no pareció interesarse en ninguno de los dos, como tampoco llegó a comprender la grandeza de Cirilo Villaverde, a quien apenas menciona en sus obras, o de Ramón Meza y Julián del Casal, dos contemporáneos suyos a los que sí leyó y comentó. Los defectos de "nimiedad y cargazón", que Martí vio en Meza, estaban más pronunciados, como observara Virgilio Piñera, en Amistad funesta que en Mi tío el empleado.
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