La muerte de Christopher Hitchens (1949-2011), aquejado desde
hace años de un cáncer de esófago, obliga a sus lectores a sopesar su legado y
a señalar el acento que más nos identifica de este prolífico y controvertido intelectual
público británico. Hitchens fue uno de esos escritores que se entrega sin
miramientos a la esfera pública, en una época, como los años posteriores a la
caída del Muro de Berlín, marcada por tensiones ideológicas más complejas que
la vieja polaridad de la Guerra Fría.
En su
apuesta por el posicionamiento público constante, Hitchens se alineó a
orientaciones políticas contradictorias. Fue crítico de la diplomacia de Henry
Kissinger y, en general, de la política exterior de Estados Unidos durante la
Guerra Fría y, a la vez, un entusiasta defensor de la guerra de Irak y del
intervencionismo de Estados Unidos en el Medio Oriente. Como el discípulo de
Orwell que era, cuestionó toda forma de censura en el mundo, pero se opuso a
quienes denunciaban limitaciones de derechos civiles en la Patriot Act.
Como
lector, admiré el arrojo con que Hitchens se posicionaba, pero más disfruté la
honesta exposición de sus genealogías intelectuales. No todos los escritores
públicos tienen conciencia del linaje doctrinal al que pertenecen y algunos,
aunque la posean, no se atreven a exponerla con la elocuencia con que lo hizo
Hitchens. Se requiere de una rara humildad, en un gremio tan dado a la
vanagloria, para presentarse como descendiente o discípulo de alguna autoridad
del pasado.
Hitchens
lo hizo, admirablemente, no sólo con Orwell y buena parte del trotskismo
liberal europeo de los años 50 y 60, sino con Thomas Paine y Thomas Jefferson,
dos fundadores del republicanismo liberal atlántico que habría que ubicar, por
cierto, en la zona más radical de esta tradición ideológica. De ese gusto por
aquellos ilustrados encendidos proviene, creo, el ateísmo de Hitchens: una
posición ante Dios que en estos tiempos neorreligiosos también debió defender
con coraje. A su crítica a las ideologías totalitarias, como reemplazos de las
religiones en el siglo XX, Hitchens sumó la crítica a las nuevas religiones,
como opio de las comunidades multiculturales del siglo XXI.
A
Hitchens le gustaba decir que él no era ateo sino antiteísta, diferencia más
que terminológica, ya que el ateísmo supone la ausencia de religión mientras
que el antiteísmo significa el rechazo de toda religión. En algunos de sus
últimos libros, como God is not Great. How
Religion Poinsons Everything (2007), The
Portable Atheist. Essential Readings for the Non- Believer (2007) e Is Christianity Good for the World (2008),
así como en el documental Collision,
un debate con el pastor presbiteriano Douglas Wilson de la Iglesia de Cristo,
en Moscow, Idaho, Christopher Hitchens legó uno de los cuestionamientos más
incisivos de la religión que conoce la tradición liberal en los dos últimos
siglos.
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