Libros del crepúsculo

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viernes, 16 de diciembre de 2011

La ética del descreído



La muerte de Christopher Hitchens (1949-2011), aquejado desde hace años de un cáncer de esófago, obliga a sus lectores a sopesar su legado y a señalar el acento que más nos identifica de este prolífico y controvertido intelectual público británico. Hitchens fue uno de esos escritores que se entrega sin miramientos a la esfera pública, en una época, como los años posteriores a la caída del Muro de Berlín, marcada por tensiones ideológicas más complejas que la vieja polaridad de la Guerra Fría.
                En su apuesta por el posicionamiento público constante, Hitchens se alineó a orientaciones políticas contradictorias. Fue crítico de la diplomacia de Henry Kissinger y, en general, de la política exterior de Estados Unidos durante la Guerra Fría y, a la vez, un entusiasta defensor de la guerra de Irak y del intervencionismo de Estados Unidos en el Medio Oriente. Como el discípulo de Orwell que era, cuestionó toda forma de censura en el mundo, pero se opuso a quienes denunciaban limitaciones de derechos civiles en la Patriot Act.
                Como lector, admiré el arrojo con que Hitchens se posicionaba, pero más disfruté la honesta exposición de sus genealogías intelectuales. No todos los escritores públicos tienen conciencia del linaje doctrinal al que pertenecen y algunos, aunque la posean, no se atreven a exponerla con la elocuencia con que lo hizo Hitchens. Se requiere de una rara humildad, en un gremio tan dado a la vanagloria, para presentarse como descendiente o discípulo de alguna autoridad del pasado.
                Hitchens lo hizo, admirablemente, no sólo con Orwell y buena parte del trotskismo liberal europeo de los años 50 y 60, sino con Thomas Paine y Thomas Jefferson, dos fundadores del republicanismo liberal atlántico que habría que ubicar, por cierto, en la zona más radical de esta tradición ideológica. De ese gusto por aquellos ilustrados encendidos proviene, creo, el ateísmo de Hitchens: una posición ante Dios que en estos tiempos neorreligiosos también debió defender con coraje. A su crítica a las ideologías totalitarias, como reemplazos de las religiones en el siglo XX, Hitchens sumó la crítica a las nuevas religiones, como opio de las comunidades multiculturales del siglo XXI.
                A Hitchens le gustaba decir que él no era ateo sino antiteísta, diferencia más que terminológica, ya que el ateísmo supone la ausencia de religión mientras que el antiteísmo significa el rechazo de toda religión. En algunos de sus últimos libros, como God is not Great. How Religion Poinsons Everything (2007), The Portable Atheist. Essential Readings for the Non- Believer (2007) e Is Christianity Good for the World (2008), así como en el documental Collision, un debate con el pastor presbiteriano Douglas Wilson de la Iglesia de Cristo, en Moscow, Idaho, Christopher Hitchens legó uno de los cuestionamientos más incisivos de la religión que conoce la tradición liberal en los dos últimos siglos.  

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