Por lo general, cuando se intentan historiar las
resistencias del marxismo latinoamericano a la ortodoxia soviética, en el siglo
XX, vienen a la mente, después de José Carlos Mariátegui, quien murió en 1930,
antes de que la propia teoría soviética se consolidara, una serie de discipulados
filosóficos de pensadores europeos. Los marxistas latinoamericanos que
descartaron la escolástica soviética vendrían siendo los pocos seguidores de Trotski y Gramsci, de Korsch y Lukács, de Sartre y Wright Mills que había a mediados
del siglo XX en la región.
Apenas comenzaba a difundirse la crítica al estalinismo
entre las izquierdas latinoamericanas, luego del XX Congreso del PCUS en 1956, cuando
llegaron los revolucionarios cubanos y ayudaron a los soviéticos a relanzar su
marxismo en América Latina. Los años 60 y 70 fueron las décadas de mayor
proyección editorial y académica del marxismo soviético en la región. Fue
entonces cuando más circularon los manuales de Konstantinov y Afanasiev y las
propias versiones locales de los mismos, como el célebre Los conceptos elementales del materialismo histórico (1969) de Marta
Harnecker, que en 2007 arribaba al record de 66 reediciones en la editorial
Siglo XXI.
A veces se sugiere que el manual de Harnecker, alumna de
Louis Althusser, abría un campo referencial para el marxismo latinoamericano,
diferente al soviético. Lo cierto, sin embargo, es que el mismo, al igual que
la propia obra de Althusser o los intentos de Adolfo Sánchez Vázquez de
entender el marxismo como una “filosofía de la praxis”, derivados de una relectura
de los ensayos de Karl Korsch sobre marxismo y filosofía de los 20 y de una
aproximación cautelosa a la Escuela de Frankfurt, no se propusieron nunca
desplazar al marxismo-leninismo soviético, sino adaptarlo a las condiciones
históricas latinoamericanas. En Cuba, desde luego, se leían y se enseñaban más
a los manualistas soviéticos que a Harnecker o a Sánchez Vázquez, quienes en
círculos escolásticos de Moscú y La Habana eran catalogados de “revisionistas”.
Los estudios recientes del historiador mexicano Carlos
Illades permiten ubicar el momento en que el marxismo latinoamericano comienza
a enfrentarse más claramente a la ortodoxia soviética. Algo de esa crítica
puede encontrarse en el Che Guevara –después de la crisis de los misiles del
62, ya que antes, en sus “Notas para el estudio de la ideología de la
Revolución Cubana”, por ejemplo, incluía a Stalin como uno de los marxistas
revolucionarios del siglo XX- y, luego, a partir de 1968, en líderes de la
izquierda latinoamericana como Teodoro Petkoff y Nahuel Moreno. Sin embargo, la
impugnación más clara del marxismo soviético, desde el marxismo
latinoamericano, se produjo entre fines de los 60 y principios de los 80 en círculos
de la Teoría de la Dependencia.
Ruy Mauro Marini, André Gunder Frank o Theotonio Dos Santos,
al insistir en la función de América Latina dentro del capitalismo global,
descartaron uno de los dogmas del marxismo soviético desde el periodo
estalinista, que consistía en presentar las economías y sociedades
latinoamericanas como semifeudales o no plenamente capitalistas. En ese
diagnóstico se basó toda la política soviética hacia América Latina, que
recomendaba a los comunistas de la región compartir la tarea de la
industrialización. Los “dependentistas” tampoco suscribieron el sistema
político soviético, que se reproducía en Cuba, aun cuando defendieran, en su
mayoría, la “solidaridad” con la Revolución. De más está decir que tampoco ellos fueron
ampliamente difundidos en la isla, luego del breve y abortado intento de la
revista Pensamiento Crítico por
darlos a conocer.
Los teóricos de la dependencia, como es sabido, lograron
mucho más diálogo con los gobiernos de Goulart en Brasil o de Allende en Chile
que con los líderes cubanos. Su rechazo a la escolástica soviética los colocaba
de lleno en el campo del “revisionismo de izquierda”, que, según el Partido
Comunista de Cuba, debía ser combatido con tanto celo como el anticomunismo de
derecha. Algunos conceptos básicos de la Teoría de la Dependencia pasaron,
luego de la caída del Muro Berlín, a la obra de marxistas críticos
latinoamericanos de las dos últimas décadas, como el ecuatoriano-mexicano
Bolívar Echeverría, para quienes la crítica al marxismo soviético era tan
necesaria como la crítica al liberalismo occidental.
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