En entrevista reciente con Eduardo Lago para la página cultural de El País (4/ 9/ 11), Harold Bloom decía sin titubeos que los grandes novelistas norteamericanos vivos eran Philip Roth, Don DeLillo, Cormac McCarthy y Thomas Pynchon. En ese orden mencionó Bloom a los cuatro narradores norteamericanos, aunque tal vez sus preferencias estaban ubicadas en sentido inverso, es decir, de atrás hacia delante: el “misterioso” Pynchon primero, luego McCarthy, en tercer lugar DeLillo y, por último, Roth.
Pynchon y McCarthy comparten más de un atributo asimilable a lo “misterioso” que atrae a Bloom. Ambos son reacios a la publicidad y han incursionado en ficciones de sombrío espesor histórico o de franca inspiración apocalíptica. Es natural que Bloom, un crítico tan dado a la publicidad y, a la vez, fiel a ciertos patrones estéticos románticos, los prefiera a Roth o DeLillo. Estos dos últimos, más mediáticos, narran, sin embargo, subjetividades más familiares, más reconocibles como experiencias humanas rutinarias.
Las historias de Nathan Zuckermann, contadas por Roth, y algunas de las últimas novelas de DeLillo son, casi siempre, ficciones psicológicas, desprendidas de algún trauma o alguna pérdida. Lo histórico aparece en ellas concentrado en una situación límite, que tensa la trama, desestabiliza al personaje y lo obliga a reinventarse. El hombre del salto (2007), que arranca con la polvareda de las Torres Gemelas en Manhattan, y Point Omega (2010), ambientada en la Guerra de Irak, de DeLillo, son dos buenos ejemplos.
Hay una novela de DeLillo, sin embargo, titulada Body Art (2001), rescatada el año pasado por Seix Barral, que intenta lidiar con una situación límite al margen de cualquier hito histórico. A Lauren Hartke, una veterana del body art de las vanguardias plásticas de los 60 y 70, se le suicida el marido y debe vivir el duelo en la soledad de una casona junto al mar. Ella, que había intentado deshacerse de su cuerpo por medio de performances en el Boston vanguardista, se propone entonces regresar a su arte juvenil en la realidad: proyecta otro cuerpo, desde su ausencia, y conversa con él.
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