Si se hiciera una historia de la recepción de Hegel en Cuba
sorprendería encontrar en ese país caribeño a no pocos lectores del gran
filósofo alemán del siglo XIX. Recepción que en el caso cubano, además de
seguir casi todas las vías de asimilación de la filosofía hispanoamericana,
entre el positivismo y el existencialismo, se refuerza por la amplia difusión
que tuvo el marxismo-leninismo soviético dentro de la isla, para el cual Hegel
era referencia obligada. No había filósofo soviético que no recordara que
Lenin, al final de su vida, releía la Ciencia
de la lógica de Hegel para descifrar el método dialéctico de Marx.
En esa historia hipotética habría, por lo menos, dos momentos
ineludibles. El primero, señalado por Humberto Piñera Llera en un ensayo
clásico (www.filosofia.org/hem/dep/rcf/n10p027.htm) sería la lectura de Hegel
que hizo Rafael Montoro, a fines del siglo XIX, con el propósito, entre otras
cosas, de fundamentar teóricamente su evolucionismo político y de desmarcarse
del positivismo predominante en los círculos filosóficos cubanos e
hispanoamericanos. El segundo debería ubicarse entre los años 70 y 80 del siglo
XX, que fueron las décadas de auge y decadencia del marxismo soviético en la
isla.
De la resonancia de Hegel en aquellas dos décadas existen
algunas evidencias, comentadas por Alexis Jardines, tal vez el mayor conocedor
del pensamiento hegeliano en Cuba, en su libro La filosofía cubana in nuce (2005). Muchos graduados en las
escuelas filosóficas de Moscú y Leningrado, como el propio Jardines, llegaron
entonces a la isla con una fuerte formación hegeliana que provenía,
fundamentalmente, de la corriente de la “lógica dialéctica”, entendida como
rearticulación materialista de la “ciencia de la lógica” hegeliana, y defendida,
entre otros, por Evald Vasilievich Ilienkov (1924-79).
Ilienkov había sido condenado al ostracismo luego de la
aparición de su libro La dialéctica de lo
abstracto y lo concreto en El Capital de Marx (1955), pero en los años 70
fue rehabilitado gracias al respaldo intelectual e ideológico que recibió su
libro Lógica dialéctica (1974),
editado en español por la Editorial Progreso de Moscú en 1977 y reeditado por
Ciencias Sociales, en La Habana, en 1984, poco antes de que arrancaran la perestroika y la glasnost. En Cuba, Ilienkov fue leído como un filósofo a medio
camino entre el sovietismo tardío y la nueva filosofía post-soviética, por la
fuerte referencialidad hegeliana que poseía su obra.
Dentro de ese segundo momento hegeliano de las ideas en Cuba
habría que incluir también la experiencia menos conocida de Natasha Mella en
Miami, a quien el periodista Wilfredo Cancio hiciera una memorable entrevista,
en 2009, con motivo de sus 80 años (www.elnuevoherald.com/2009/01/11/v-fullstory/355759/hija-de-julio-antonio-mella-tras.html).
Esta filósofa y diplomática cubana, hija del fundador del Partido Comunista de
Cuba, Julio Antonio Mella, escribió entre los años 70 y 80 un par de ensayitos,
el primero titulado Dialéctica idealista (1972)
y el segundo, Un relámpago hegeliano (1987).
En ambos, Mella proponía aprovechar el “monismo” de la dialéctica hegeliana y
su filosofía de la historia, basada en la marcha ascendente de la razón y la
libertad, para abandonar el “dualismo” entre comunismo y democracia impuesto
por la Guerra Fría.
Ese dualismo, que Mella consideraba ficticio y a la vez
autoritario, para ambos polos, tenía en Cuba uno de sus capítulos
fundamentales. A diferencia de Ilienkov y los filósofos soviéticos o de algunos
de sus compatriotas en la isla, Mella no leía, fundamentalmente, la Ciencia de la lógica de Hegel sino la Fenomenología del espíritu y las Lecciones
de filosofía de la historia universal. Al final del segundo de aquellos
ensayos, escrito ya en plenas perestroika
y glasnost y apenas dos años antes de
la caída del Muro de Berlín, la hija de Mella relacionaba el proceso de la
unificación alemana con una eventual transición a la democracia en Cuba:
“Para romper el hilo de la contradicción con que por tan
largo tiempo ha estado estrangulada la causa de Cuba, hay que elevarla al plano
del monismo idealista que equivale a legítimo espíritu de la libertad. No hay
que mirar más a las contradicciones sino encontrar identidades. La condición
histórica del pueblo de Cuba es idéntica a la condición histórica del pueblo
alemán. Ambos representan un espíritu escindido dentro del conflicto que
sostienen los dos poderes mundiales y que bajo el nombre político de Guerra
Fría es la superviviente de la Segunda Guerra Mundial. Declaro aquí que la
libertad de Cuba y la reunificación de Alemania representan una y la misma
síntesis o resolución del proceso histórico universal de Occidente. Que hay que
universalizar el concepto de libertad. Y que de esta universalización depende
por entero el destino de Occidente”.
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