Si aceptamos que la escritura alegórica es aquella que somete los símbolos a un proceso de figuración abierta, en el que las claves o los códigos no refieren directamente la realidad o la vivencia, deberíamos admitir que un poema alegórico no puede ser biográfica o historiográficamente explicado. En los Versos sencillos de Martí, la figura de Eva, a veces rubia, a veces pelirroja, representa, sin dudas, el universal de la mujer. Un universal genérico, por decirlo así, que involucra arquetipos morales o, más bien, estereotipos de la mujer bella y tentada, pecadora y traidora, veleidosa e interesada.
Esa Eva “amarilla”, como el médico avaricioso, aparece, en efecto, en los poemas XIII, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XXI y XLIII, y porta atributos muy similares a los que reprodujo la poesía modernista y el bolero latinoamericanos. Es evidente que Martí introduce algunas vivencias en esa representación alegórica, como las que aluden a su ruptura definitiva con Carmen Zayas Bazán y sus amores con Carmen Miyares Peoli, viuda de Manuel Mantilla –“Eva me ha sido traidora: ¡Eva me consolará!”-, pero la operación alegórica está lejos de responder a una idea cifrada o codificada de la escritura, en la que cada verso sería la transcripción de una experiencia.
Lo distintivo de la representación alegórica es esa movilidad del significante, señalada por teóricos como Northrop Frye o Michel Foucault, que aparta los significados de la vivencia y vuelve intraducibles ciertas imágenes. Cuando el pintor Pedro Ramón López se toma la libertad de retratar a Carmen Miyares y María Mantilla como pelirrojas, parece que intentara devolver a la realidad la alegoría martiana. Pero, como sabemos, no es la biografía o la historia el discurso que da sentido, en última instancia, a la representación alegórica: es el arte, la literatura o, más específicamente, la poesía.
Esa Eva “amarilla”, como el médico avaricioso, aparece, en efecto, en los poemas XIII, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XXI y XLIII, y porta atributos muy similares a los que reprodujo la poesía modernista y el bolero latinoamericanos. Es evidente que Martí introduce algunas vivencias en esa representación alegórica, como las que aluden a su ruptura definitiva con Carmen Zayas Bazán y sus amores con Carmen Miyares Peoli, viuda de Manuel Mantilla –“Eva me ha sido traidora: ¡Eva me consolará!”-, pero la operación alegórica está lejos de responder a una idea cifrada o codificada de la escritura, en la que cada verso sería la transcripción de una experiencia.
Lo distintivo de la representación alegórica es esa movilidad del significante, señalada por teóricos como Northrop Frye o Michel Foucault, que aparta los significados de la vivencia y vuelve intraducibles ciertas imágenes. Cuando el pintor Pedro Ramón López se toma la libertad de retratar a Carmen Miyares y María Mantilla como pelirrojas, parece que intentara devolver a la realidad la alegoría martiana. Pero, como sabemos, no es la biografía o la historia el discurso que da sentido, en última instancia, a la representación alegórica: es el arte, la literatura o, más específicamente, la poesía.
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