En vano he buscado -en primera y rápida búsqueda, desde luego- un buen estudio sobre el poemario Fragmentos a su imán (1976) de José Lezama Lima para acompañar su relectura este verano. Existen sendos prólogos a las ediciones cubana y mexicana de ese cuaderno, de Cintio Vitier y Octavio Paz, y algunas observaciones aisladas de críticos como Roberto Tejada, el traductor al inglés. Sin embargo, a diferencia de otras obras poéticas, narrativas o ensayísticas de Lezama, como Muerte de Narciso, Paradiso o La expresión americana, Fragmentos a su imán no es un libro bien estudiado.
Este último cuaderno de Lezama posee una personalidad tan definida como cualquiera de los libros de prosa y ficción mencionados. No precisamente por ser el último, sino por el parcial abandono de la estructura lírica de poemarios previos y por la exploración de mundos afectivos que lo distingue, Fragmentos a su imán podría ser el cuaderno más discernible de Lezama. Aquel en que la presencia del poeta y el sentido de su poesía dialogan con mayor fluidez.
A diferencia de Enemigo rumor, La fijeza o Dador, Fragmentos a su imán es un poemario fechado. El tiempo histórico en que fueron escritos los poemas que lo integran -el periodo que va de 1971 a 1976-, que coincide, a su vez, con la mayor sovietización del socialismo cubano y con el mayor el ostracismo del poeta, es, de hecho, un personaje del propio cuaderno. Lezama debió haber escrito el año de escritura de cada poema con plena conciencia de que aquellas composiciones sólo podían ser hijas de aquellos años.
miro a todas partes y comprendo que no es la nada
con su abrigo de escarcha.
Es la mañana de las espinas,
me detengo con la respiración entre dos piedras.
Contemplo un hombre saboreando una espina de pescado.
Brillan como la luna, las espinas, los dientes,
las uñas.
El pescado vuelve a hundirse en el bolsillo hundido.
¿Las espinas del pescado
serán la primera forma en que se hace visible la nada?
¿La espina tocada por la luna es la nada?
Paso a la otra esquina,
una muchedumbre de ciempiés va brotando en una oficina
destartalada. Las voces se confunden
y llegan al oído como una última ola.
Un gordezuelo se dirige a mi rincón.
No puedo decir si me habla.
La nada se agitaba en mi boca
como un bulto forrado,
como una papilla que crecía
como si quisiera salir por la nariz.
Mascar, el buey de nieblas, la nada…..
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