Creo habérselo leído a Jorge Luis Camacho en algún número de La Habana Elegante, pero ahora que el gobierno cubano ha establecido que la legalización de la marihuana es una “irresponsabilidad histórica”, recuerdo la experiencia de José Martí con el haschisch en el México de 1875. Experiencia intelectual o narcótica, da igual, pero que, a juzgar por el poema que le dedicó, publicado en la Revista Universal, carecía de cualquier enjuiciamiento moral o legal del consumo de esa droga. Escribía entonces Martí estos versos que recuerdan, sobre todo en la idea sensorial –específicamente musical o sonora- de la “fiesta en el cerebro”, las reflexiones de Walter Benjamin sobre el haschisch.
El árabe, si llora,
Al fantástico haschisch consuelo implora.
El haschisch es la planta misteriosa,
Fantástica poesía de la tierra:
Sabe las sombras de una noche hermosa
Y canta y pinta cuanto en ella encierra.
El ido trovador toma su lira:
El árabe indolente haschisch aspira.
Y el árabe hace bien, porque esta planta
Se aspira, aroma, narcotiza, y canta.
Y el moro está dormido,
Y el haschisch va cantando,
Y el sueño va dejando
Armonías celestes en su oído.
Muchos cielos ha el árabe, y en todos,
En todos hay amor –pues sin amores,
¿Qué azul diafanidad tuviera un cielo?
¿Qué espléndido color las tristes flores?
Y el buen haschisch lo sabe,
Y no entona jamás cántico grave
Fiesta hace en el cerebro
Despierta en él imágenes galanas;
Él pinta de un arroyo el blando quiebro,
Él conoce el cantar de las mañanas,
Y esta arábiga planta trovadora
No gime, no entristece, nunca llora…
Varios estudiosos de la cultura mexicana de fines del siglo XIX, como Carlos Monsiváis y Juan Pablo García Vallejo –autor, junto con Noemí García Luna de La disipada historia de la marihuana en México (2010)- sostienen que en el círculo intelectual de la Revista Universal y otras publicaciones literarias de la República Restaurada y el Porfiriato, se consumía mucho canabis, además de que las colonias de inmigrantes chinos y árabes, en la ciudad de México, poseían sus fumaderos de opio y sus expendios de hasch.
Es sabido que el poeta modernista Manuel María Flores (1840-85) fue un leal fumador de marihuana en los mismos años que Martí vivió en México. Flores tuvo una amistad tormentosa con Manuel Acuña, otro poeta de la misma generación modernista, quien se suicidó a los 25 años. Martí, Flores y Acuña, cuenta la leyenda, se enamoraron en México de la misma mujer, Rosario de la Peña, y los poemas que los tres le dedicaron a esta misteriosa dama probablemente no hubieran sido escritos sin algunos trances de haschisch, opio o marihuana.
Si solo tuviesen un apice de sentido comun, y no pensaran con esa mente cerrada, otros aires respirasemos hoy
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