El crítico cubano Francisco Morán, estudioso de la poesía modernista hispanoamericana y autor de un par de libros ineludibles sobre Julián del Casal, Casal à Rebours (1996) y Julián del Casal o los pliegues del deseo (2008), ha reeditado la poesía y parte de la prosa del poeta matancero Bonifacio Byrne (1861-1936).
Byrne es conocido, sobre todo, por algunos poemas patrióticos incluidos en su cuaderno Lira y espada (1901). Especialmente por “Mi bandera”, dedicado al general separatista Pedro Betancourt, quien fuera gobernador civil de la provincia de Matanzas durante la primera ocupación norteamericana de la isla (1898-1902). Aquel poema, en el que Byrne recordaba su regreso, luego de un exilio de varios años en Estados Unidos, y el malestar que le causó ver la bandera norteamericana ondeando en edificios públicos de la isla, se convirtió en una pieza retórica clave de la formación cívica de los cubanos durante todo el siglo XX.
La identificación de Byrne con ese poema fue tal que los otros cuadernos que publicó en vida –Excéntricas (1893), que como Lira y espada apareció con prólogo del también matancero, aunque nacido en Santo Domingo, Nicolás Heredia, Efigies (1897), Poemas (1903) y En medio del camino (1914)- pasaron muy pronto a un segundo plano, por no decir al olvido. Morán tuvo a bien reunir en esta antología las principales críticas sobre Byrne escritas en Cuba, por medio de las cuales el lector puede hacerse una idea de la recepción del poeta en el último siglo.
En esa superposición de lecturas, llama la atención el hecho de que mientras los contemporáneos de Byrne (Heredia, Hernández Miyares, Casal, Sanguily) destacaron, sobre todo, la poesía modernista de Excéntricas y Mariposas –un segundo cuaderno, que no llegó a editarse-, los críticos posteriores (Gálvez, Carbonell, Bobadilla, Lizaso, Fernández de Castro, los dos Vitier, Lazo) prefirieron asociar a Byrne con la poesía patriótica y subestimaron su faceta modernista.
Lezama, en cambio, en la breve nota que le dedicó en su Antología de la poesía cubana, dice que de las dos corrientes de la poesía de Byrne, la patriótica y la modernista, la “segunda es la de interés más mantenido”…, “llena de aciertos, de matizaciones, de riqueza verbal y de cierto intimismo de una voz secreta que se revela con delicadeza”. Este desplazamiento del péndulo de la crítica, a favor del Byrne modernista, es el que caracteriza las aproximaciones de las últimas décadas (Bladimir Zamora, Arturo Arango, Susana Montero, Iraida Rodríguez…) y el que marca, también, la antología y el magnífico prólogo de Morán: “¡Cómo tiembla! ¡Cómo tiembla! Bonifacio Byrne o el tic diabólico y raro del modernismo hispanoamericano”.
En la contraportada del libro, Gustavo Pérez Firmat y Jorge Camacho destacan la importancia del rescate editorial emprendido por Morán y, sobre todo, de su audaz relectura de la poética modernista de Byrne. El segundo, afirma:
Byrne es conocido, sobre todo, por algunos poemas patrióticos incluidos en su cuaderno Lira y espada (1901). Especialmente por “Mi bandera”, dedicado al general separatista Pedro Betancourt, quien fuera gobernador civil de la provincia de Matanzas durante la primera ocupación norteamericana de la isla (1898-1902). Aquel poema, en el que Byrne recordaba su regreso, luego de un exilio de varios años en Estados Unidos, y el malestar que le causó ver la bandera norteamericana ondeando en edificios públicos de la isla, se convirtió en una pieza retórica clave de la formación cívica de los cubanos durante todo el siglo XX.
La identificación de Byrne con ese poema fue tal que los otros cuadernos que publicó en vida –Excéntricas (1893), que como Lira y espada apareció con prólogo del también matancero, aunque nacido en Santo Domingo, Nicolás Heredia, Efigies (1897), Poemas (1903) y En medio del camino (1914)- pasaron muy pronto a un segundo plano, por no decir al olvido. Morán tuvo a bien reunir en esta antología las principales críticas sobre Byrne escritas en Cuba, por medio de las cuales el lector puede hacerse una idea de la recepción del poeta en el último siglo.
En esa superposición de lecturas, llama la atención el hecho de que mientras los contemporáneos de Byrne (Heredia, Hernández Miyares, Casal, Sanguily) destacaron, sobre todo, la poesía modernista de Excéntricas y Mariposas –un segundo cuaderno, que no llegó a editarse-, los críticos posteriores (Gálvez, Carbonell, Bobadilla, Lizaso, Fernández de Castro, los dos Vitier, Lazo) prefirieron asociar a Byrne con la poesía patriótica y subestimaron su faceta modernista.
Lezama, en cambio, en la breve nota que le dedicó en su Antología de la poesía cubana, dice que de las dos corrientes de la poesía de Byrne, la patriótica y la modernista, la “segunda es la de interés más mantenido”…, “llena de aciertos, de matizaciones, de riqueza verbal y de cierto intimismo de una voz secreta que se revela con delicadeza”. Este desplazamiento del péndulo de la crítica, a favor del Byrne modernista, es el que caracteriza las aproximaciones de las últimas décadas (Bladimir Zamora, Arturo Arango, Susana Montero, Iraida Rodríguez…) y el que marca, también, la antología y el magnífico prólogo de Morán: “¡Cómo tiembla! ¡Cómo tiembla! Bonifacio Byrne o el tic diabólico y raro del modernismo hispanoamericano”.
En la contraportada del libro, Gustavo Pérez Firmat y Jorge Camacho destacan la importancia del rescate editorial emprendido por Morán y, sobre todo, de su audaz relectura de la poética modernista de Byrne. El segundo, afirma:
“Hace unos años le oí decir a Umberto Eco que cada hombre debía proponerse reescribir la Enciclopedia. Pues bien, las páginas introductorias y los comentarios a esta edición de Excéntricas (1893) de Byrne cumplen un objetivo similar. En esta edición Francisco Morán cuestiona la imagen de un Byrne que solamente escribía poemas patrióticos y nos lo devuelve como un escritor atormentado y excéntrico, posiblemente uno de los más singulares poetas modernistas cubanos e hispanoamericanos”.
Morán encuentra en Excéntricas muchos motivos de la poesía modernista: esqueletos, espectros, sepultureros, tumbas, arpas, cofres, joyas, buques fantasmas… Sus notas al pie, sin embargo, nos llevan a la exploración de tópicos sumergidos bajo esas refinadas estetizaciones, como los del sexo, la muerte, la locura o la sangre. Entre las tantas asociaciones que Morán deriva de la poesía de Byrne, me quedo con su idea de la conexión irlandesa, en Byrne y en Casal, a partir del poema “Islas pálidas”, del que reproduzco los primeros versos:
Son unas islas en donde
existe la sangre apenas,
pues parece que se esconde
fugitiva entre las venas.
En esas islas hermosas
que yo he visto en mis delirios,
desaparecen las rosas
bajo una lluvia de lirios.
Sus mujeres son delgadas,
dulces, puras, ideales,
cual lo son las alboradas
o las tardes otoñales.
De sus ojos el fulgor
es una caricia leve,
y su boca es una flor
que sembró Dios en la nieve.
A mí, que he podido verlas,
no me es posible dudar
que, en su semblante las perlas
se han querido refugiar.
Son unas islas en donde
existe la sangre apenas,
pues parece que se esconde
fugitiva entre las venas.
En esas islas hermosas
que yo he visto en mis delirios,
desaparecen las rosas
bajo una lluvia de lirios.
Sus mujeres son delgadas,
dulces, puras, ideales,
cual lo son las alboradas
o las tardes otoñales.
De sus ojos el fulgor
es una caricia leve,
y su boca es una flor
que sembró Dios en la nieve.
A mí, que he podido verlas,
no me es posible dudar
que, en su semblante las perlas
se han querido refugiar.
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