Entre las buenas novelas que, como cada fin de año, publica Jorge Herralde en Anagrama, esta vez me quedo con Sunset Park de Paul Auster. Los Once de Michon, que ya comentamos aquí, Un adúltero americano, de Jed Mercurio, o Juliet, desnuda, de Nick Hornby, no están nada mal, pero si me obligaran a escoger, me aferraría a esta última novela de Auster.
Es este un Auster menos imaginativo o mágico que el de la Trilogía de Nueva York o el de La invención de la soledad o El palacio de la Luna o La música del azar. Hay aquí una sobriedad e, incluso, una adustez, por momentos, taciturna e inquietante. Los temas son los de la gran tradición romántica del XIX -la juventud, el amor y la lectura- pero la ambientación de los mismos y los personajes que los experimentan no dejan de sorprendernos.
Es curioso como esos asuntos, tan codificados ya por las literaturas de los dos últimos siglos, todavía pueden ser narrados desde estéticas renovadoras. Hay situaciones aquí muy parecidas al Werther de Goethe o a muchas novelas de Stendhal, Flaubert, Tolstoi, Proust, Mann o, incluso, Austen o las Brontë, referencias que Auster todavía reclama para sí. Pero hay también dramas y personajes que recuerdan otras tradiciones literarias (Genet y Bukowski, por ejemplo, o los grandes maestros norteamericanos de mediados del XX: Styron, a quien se rinde homenaje, Wolfe, Capote…)
Lo interesante es que esos modelos literarios, aunque se sienten, no hacen inaudible la voz de Auster. Una parte central de la trama tiene que ver con el límite de edad para la sexualidad moral y legalmente autorizada en Occidente. Tema que remite, a su vez, a Nabokov y que en el caso de esta novela hace un guiño a otra de Philip Roth, Animal moribundo, ya que en ella reaparece un personaje femenino cubanoamericano, Pilar Sánchez, muy parecido a la Consuelo Castillo de la novela de Roth. A pesar de todas estas conexiones, Auster es siempre Auster.
La adustez no sólo tiene que ver con el infortunio de los personajes –los cuales fracasan irremisiblemente en la novela- sino con las atmósferas de las locaciones, que Auster diseña como el cineasta que es. El protagonista, Miles Heller, hace fotos de casas abandonadas y va a parar a una mansión venida a menos de Brooklyn, que ha sido ocupada ilegalmente por un grupo de amigos. Cerca de esa casa, en Sunset Park, está el cementerio Greenwood, donde suceden varias escenas de la novela.
Pero el tema es siempre el amor y la lectura o, más bien, la infatuación de dos lectores enamorados. Miles Heller, hijo de un importante editor de Nueva York, que ha abandonado la carrera de letras en Brown y ha huido de sus padres por un trauma del pasado, conoce, en un parque de Miami, a una menor de edad cubanoamericana, Pilar Sánchez, que está leyendo El gran Gatsby, la novela de Scott Fitzgerald. El amor entre ambos surge del amor entre Gatsby y Daisy y del amor a esa novela o, más específicamente, al personaje del narrador, Nick Carraway, que les parece a ambos el más importante de la ficción.
Chantajeado por una hermana de Pilar, que amenaza con denunciarlo por sexo con una menor, Heller debe regresar a Nueva York y esperar a que la joven cubanoamericana cumpla la mayoría de edad. La visión de los cubanoamericanos es bastante estereotipada –“¿cómo es posible que una chica joven como Pilar Sánchez, con un padre nacido en Cuba que trabajó como cartero toda su vida, y tres hermanas mayores empantanadas en una monótona rutina diaria, haya salido tan distinta del resto de la familia?”- y se enmarca en un virtuoso contrapunteo entre Nueva York y Miami, como espacios físicos y culturales. Pero en otro momento de la novela, es detectable un posicionamiento crítico sobre la violación de los derechos humanos en Cuba.
Una de las ocupantes de la casa de Brooklyn trabaja en el PEN Club de Nueva York y asiste a varios escritores neoyorkinos en las campañas de ese organismo contra la represión del gobierno chino contra el Premio Nobel, Liu Xiaobo, contra el encarcelamiento de periodistas y opositores en Cuba, pero, también, contra las limitaciones a la libertad de expresión introducidas por la Patriotic Act de Bush, contra las torturas en Abu Grahib y a favor del cierre de la prisión de Guantánamo.
El amor, la lectura y el cine, agregaría yo.
ResponderEliminarLa referencia a la película de Wyler, The best years of our lives y la historia de Steve Cochran, el actor de destino desafortunado es un condimento interesante en el libro.
Todavía no lo terminé aunque ya me siento más que satisfecha con esta nueva historia de Auster.
Saludos Rafa y feliz año.