El crítico y traductor colombiano Jorge Bustamante García publicó en La Jornada Semanal de ayer, por vez primera en castellano, algunas entrevistas que León Tolstoi concedió a periódicos de San Petersburgo y otras ciudades rusas y ucranianas a fines del siglo XIX o principios del XX. En una de aquellas entrevistas, publicada en Los Registros Bursátiles de Kiev en 1906, Tolstoi habla de la literatura rusa de esos años
Dice que Máximo Gorki y Lionid Andréyev carecen de “bondad espiritual y valor artístico” y que su “éxito es efímero”. De los decadentistas (Merezhkovski, Guíppius, Rózanov, Biely…) dice que “no son siquiera espinillas, son bubas”. Y se pregunta, “¿acaso vale la pena hablar del decadentismo?” Y se responde: “alguna vez alguien me mostró lo que escriben y no entendí nada”. Para Tolstoi, en 1906, sólo había dos escritores rusos de valía: Antón Chejov, en narrativa y teatro, y Daniil Ratgauz en poesía.
Ya para entonces Iván Bunin y Alexander Blok habían escrito sus primeros libros, pero Tolstoi no los veía, no los podía ver. Tolstoi era un anciano de 78 años, al que quedaban otros cuatro de vida. Pero su desprecio por la literatura de las generaciones que lo seguían es una actitud bastante común en el campo literario y no exclusivamente entre los más viejos. Son muchos los escritores de 40 años que creen que la historia literaria acabó con ellos.
Los juicios de Tolstoi sobre la literatura rusa de fines del XIX y principios del XX me hicieron recordar algunas ideas de Harold Bloom en sus primeros libros. No sólo por la insistencia en el agon que caracteriza la vida literaria sino por la defensa de la figura del crítico como árbitro del estado de naturaleza, de guerra de todos contra todos, en que llegan a convertirse las literaturas nacionales modernas.
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