Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

jueves, 1 de julio de 2010

Utilidad de la historia principesca


El escocés David Hume (1711-1776) no ha sido el único caso en que filósofo e historiador se funden en una misma autoría, pero sí uno de los que con mayor claridad demostró la utilidad del pasado como fuente teórica. Como es sabido, Hume comenzó a tomar notas para su monumental Historia de Gran Bretaña mientras escribía los Ensayos de moral y política (1744). La correspondencia entre esta obra de filosofía aplicada –por decirlo así- con su trabajo historiográfico posterior es tan evidente como que la que existe entre este último y sus grandes investigaciones antropológicas y epistemológicas: el Tratado de la naturaleza humana y la Investigación sobre el entendimiento humano.
Sería fácilmente demostrable que Hume llegó a algunas conclusiones de su filosofía moral y política mientras repasaba las dinastías de York y Lancaster, Tudor y Estuardos, o los reinados de Enrique VIII e Isabel I. Ese conocimiento principesco de familias reales y tronos regionales, de guerras, matrimonios y sucesiones dinásticas es uno de los grandes archivos de sus ideas sobre el gobierno representativo o el papel de las facciones parlamentarias en las monarquías y de su crítica a la tradición contractualista de Hobbes y Locke y a la doctrina de los derechos naturales.
La historia principesca (Suetonio, Maquiavelo, Ranke…) fue, desde la antigüedad, la principal modalidad de la historia política. Con el surgimiento del género biográfico moderno en el siglo XIX, que arranca con Carlyle y Emerson, aquella manera de pensar y escribir la historia, a partir de la persona y el poder de los reyes, los papas o los emperadores, fue incorporada y, a la vez, renovada por una narrativa heroica en la que el protagonista podía ser lo mismo un “príncipe nuevo”, como Napoleón, que un prócer anticolonial como Washington o Bolívar.
Para desazón de tanto pronóstico marxista o estructuralista, la historiografía del siglo XX, en vez de abandonar el género biográfico, lo ha convertido en una de sus prácticas más habituales y fecundas. En México, por ejemplo, a mediados de la pasada centuria, surgió una corriente historiográfica que cuestionaba la “historia de bronce” heredada del siglo XIX. Pero los primeros críticos de esa tradición (Daniel Cosío Villegas o Luis González y González) y algunos discípulos de estos últimos (Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín o Jean Meyer) entendieron que la crítica a la “historia de bronce” no implicaba el abandono sino la renovación del género biográfico.
Esa idea de la utilidad del viejo saber principesco ha pasado intacta, por lo visto, a la última generación intelectual mexicana. La mejor biografía escrita en México en los últimos años –a mi juicio, la de Fray Servando Teresa de Mier de Christopher Domínguez Michael- da cuenta de ello. Los sujetos y los protagonistas de la historia son, desde luego, múltiples y heterogéneos, pero, como bien sabía Hume, sin buenas biografías de personajes centrales no se avanza en la historiografía profesional ni en la intelección filosófica o teórica del pasado.

2 comentarios:

  1. Me parece que, contrariamente a lo que pasa en el mundo anglosajón, hay una aversión a la biografía en las letras iberoamericanas. Para muestra un botón: la biografía más conocida sobre Benito Juárez fue escrita por un estadounidense (Juárez y su México, de Ralph Roeder). O a lo mejor es que las sociedades iberoamericanas han llegado a un nivel tan grande de cinismo que ya no se estudia a los individuos destacados por miedo a que el análisis se tome por pleitesía.

    ResponderEliminar
  2. El mito de la historia “social” diluye el sentido real de las acciones individuales, los ladrillos de toda la construción histórica real. Los mitos del romanticismo positivista, cuya máxima expresión se aloja en los escritos marxistas, vedan al individuo su importancia en la historia, pasando de contrabando –expresión precisamente tan amada por los marxistas- el movimiento histórico global hegeliano, que no fue más que un retroceso a la metafísica escolastica retorcida por la mísitica del maestro Ekhard. He ahí que, con excepción de los grandes “teóricos marxistas”, la historiografía marxista carece de biografías, al igual que el positivismo latinoamericano, varado en los meandros de las ideologías caudillistas.
    http://havanaschool.blogspot.com/

    ResponderEliminar