Libros del crepúsculo
martes, 13 de julio de 2010
El fideísmo comunista
Finalmente han aparecido, reunidas en volumen compilado por Analía Hounie, las ponencias que, en la primavera del 2009, presentaron en el Birkbeck Institute de Londres los más importantes filósofos neomarxistas de las dos últimas décadas: Alain Badiou, Jacques Rancière, Slavoj Zizek, Antonio Negri, Michael Hardt, Terry Eagleton, Susan Buck-Morss, Gianni Vattimo, Wang Hui y otros.
La diversidad ideológica es un elemento tan característico de nuestra época que hasta en una comunidad intelectual como la neomarxista, que habla la misma lengua, se manifiesta. No es fácil encontrar una plataforma común, ni teórica ni política, en los autores de Sobre la idea del comunismo (Paidós, 2010). Pero sí podemos percibir una serie de premisas compartidas que, sintomáticamente, no son pensadas como tales.
Con mayor o menor énfasis todos estos neomarxistas entienden el comunismo como idea y no como experiencia política concreta, asociada a los totalitarismos de izquierda del siglo XX. La idea comunista, creada por Marx, tiene para ellos cada vez menos que ver con cualquier modalidad histórica del socialismo real. En cuanto a la propia posibilidad de realización de esa idea, las divergencias entre ellos son irreductibles.
Todos, como los primeros marxistas y a diferencia de los líderes del comunismo real (Lenin, Stalin, Mao, Castro…), comparten la crítica paralela del Mercado y el Estado. Ambas entidades, dicen, no están contrapuestas, como suponía el viejo liberalismo, sino que son complementarias. Pero dichas entidades constituyen las instituciones y los valores, las prácticas y los discursos de los sujetos del siglo XXI.
Badiou lo dice sin vacilación: no existe nada, ni siquiera la propia idea comunista, fuera del capitalismo y del Estado. Sin embargo esa idea remite a la necesidad de encontrar un más allá del capitalismo y del Estado, tal y como los primeros cristianos se empeñaban en encontrar un más allá de la tierra y los hombres. La teoría neomarxista resume todas las ambivalencias metafísicas del período postcomunista.
El callejón sin salida planteado por Badiou no implica la renuncia a políticas emancipatorias, opuestas a las injusticias del mundo, pero los límites de esas políticas tampoco rebasan las diversas modalidades de democracias representativas y participativas que acompañan al capitalismo global. Algunos, como Zizek, intentan resolver la paradoja neomarxista por medio de una retórica fideísta: la posibilidad de la idea comunista, dice, reside en su imposibilidad.
La estructura del planteamiento es similar al credo quia absurdum (“creo porque es absurdo”) de Tertuliano. Otros, más racionalistas, preferirán la vieja solución del historicismo: el hecho de que la idea del comunismo haya surgido en los albores del capitalismo global indica que existe una necesidad humana –una “subjetividad latente” dicen- de construir un mundo fuera del capitalismo y del Estado.
Bien pensada, esta salida historicista tampoco se aparta totalmente del fideísmo de los primeros cristianos. Marx y su idea comunista terminan siendo entendidos en clave de “revelación”, como anunciantes de la buena nueva. El sentido crítico que sobra a estos filósofos neomarxistas, sobre todo en materia cultural, con frecuencia deja intacta la religiosidad que subyace a la empresa ideológica que, sin muchas ganas, tratan de impulsar.
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