Una de las ideas centrales del libro Populismos latinoamericanos. Los tópicos de ayer, de hoy y de siempre (Ediciones Nobel, 2010), del investigador del Real Instituto Elcano, Carlos Malamud, es que la llamaba “revolución bolivariana” en Venezuela no es una Revolución. Si revolución se entiende como un concepto que designa el cambio de un orden social por medio de la creación de un nuevo sistema institucional, que transforma el funcionamiento de la economía, la política y la sociedad de un país, ninguno de los países donde existe el “socialismo del siglo XXI” está siendo revolucionado.
Todas las revoluciones de los tres últimos siglos –la norteamericana, la francesa y las hispánicas, la rusa y la china, la mexicana y la cubana- destruyeron el antiguo régimen. Fuera éste colonial o feudal, oligárquico o capitalista, liberal o democrático, sus instituciones se vieron quebradas o reconstruidas por los nuevos Estados. En Venezuela, en Ecuador y en Bolivia, sin embargo, el antiguo régimen capitalista y democrático, es decir, el orden social creado por la economía de mercado y el gobierno representativo, se mantiene en pie.
Las constituciones de esos tres países –la venezolana de 1999, la ecuatoriana de 2008 y la boliviana de 2009- son documentos donde pueden leerse los límites ideológicos del “socialismo del siglo XXI”. Ninguna de esas constituciones desmantela la economía de mercado o la propiedad privada –la “bolivariana” ni siquiera proscribe el latifundio y la boliviana autoriza posesiones territoriales por 5000 hectáreas- y todas intentan introducir mecanismos de democracia directa sin deshacerse de las instituciones del gobierno representativo: elecciones legislativas y ejecutivas, división de poderes, libertad de asociación y expresión, pluripartidismo…
Aunque esos gobiernos reclaman el legado de la Revolución Cubana sus proyectos políticos deben mucho más a la Revolución Mexicana. Esta última, como sabemos, no fue una revolución socialista y, sin embargo, logró una importante desestructuración del antiguo régimen liberal por medio de la restitución y dotación de ejidos, el rol económico y cultural del Estado, la creación de una nueva sociedad civil y el establecimiento de un sistema presidencialista de partido hegemónico. Ni siquiera en Venezuela, Hugo Chávez ha logrado una transición política como la que vivió México en la primera mitad del siglo XX.
Curiosamente, el “socialismo del siglo XXI” que más ha avanzado en la transformación del orden social, que es el boliviano, es el que menos recurre al concepto de revolución. Morales habla menos de “revolución” que Chávez y Correa, pero su proyecto político sí ha logrado la reestructuración de una parte del antiguo régimen por medio de la descentralización y el multinacionalismo. Existe, sin embargo, en Morales y el MAS boliviano la misma ansiedad de declararse herederos de la izquierda comunista, cuando sus políticas públicas se inscriben, más bien, en el legado de izquierdas moderadas.
Como sugiere Malamud, esta discordancia entre los referentes ideológicos comunistas y las prácticas políticas populistas podría ser reveladora del malestar de las izquierdas radicales en el siglo XXI latinoamericano. Algunos sectores de esas izquierdas –no todos-, que no han roto con los totalitarismos del siglo XX, quisieran iniciar procesos de transición socialista, que rebasen las economías de mercado y las democracias representativas, pero sienten que "las condiciones no están dadas”. De ahí que recurran al populismo como mal menor o como “fase burguesa” de la verdadera revolución socialista, que tendrá lugar en algún momento del siglo XXI.
Siendo cierto lo que dices, hay una diferencia fundamental entre las revoluciones bolivarianas y el régimen emanado de la Revolución Mexicana y consiste en la institucionalización del poder en la presidencia. Mientras los revolucionarios mexicanos (de Calles en adelante) tuvieron claro que la estabilidad pasaba por dejar la silla a un sucesor, Evo, Correa y Chávez no se han esforzado en crear instituciones. En ese sentido, las revoluciones bolivarianas serían un híbrido entre la Revolución Cubana y la Revolución Mexicana. A lo mejor en 20 o 30 años vemos qué sale...
ResponderEliminarMuy interesante, habrá que revisar ese texto...algo similar dijimos, en una mirada preliminar, Alberto J. Olvera Rivera y yo en "¿Hay democracia participativa en los países del ALBA?" en www.envio.org.ni/articulo/4125
ResponderEliminarSaludos Rafael y gracias nuevamente por tus provocadores textos y reseñas. La reseña del libro de Carlos Malamud, me hace recordar lo que en Cuba se dió por llamar, al menos entre 1982 y 1983, "etapas en la construcción del socialismo y el comunismo".
ResponderEliminarPara aquellos años se exponía en los cursos de economía política de la escuela de cuadros de la UJC, que llevaba el nombre de Julio Antonio Mella, que para alcanzar el comunismo soñado era necesario pasar por diferentes etapas, al menos en paises como Nicaragua, tras el triunfo del Sandinismo, y la propia Cuba.
De conformidad con ello, se indicaba, era necesario pasar por una fase de "creación de bases materiales y técnicas del socialismo", fase en la cual tendrían que mantenerse estructuras e instituciones del capitalismo, y que una vez alcanzado el socialismo, se procedería a la construcción de las "bases materiales y técnicas" para alcanzar el comunismo, admitidamente distante en el devenir histórico.
Los profesores de economía política explicaban que Cuba había cometido el error de tratar de pasar a la fase de construcción de las bases del comunismo, sin contar con las "bases materiales y técnicas" apropiadas (y necesarias) del socialismo. Por ello, Cuba tenía aún que desarrrollar las "bases materiales y técnicas" del socialismo.
En países como Nicaragua debía pasarse, argumentaban los doctos de la escuela de cuadros comunistas, por una etapa de construcción de las "bases materiales y técnicas del socialismo", y que había que comprender el que se mantuvieran elementos del capitalismo, como parte de aquella fase de transición.
Antes de que dejen de leer este comentario por aburrido, si es que no lo han abandonado ya, lo anterior viene a punto debido a que no sería de extrañar que los líderes de las "revoluciones" de Venezuela, Ecuador y Bolivia, utilicen argumentos similares, inspirados en aquellas narraciones adoptadas en Cuba en los años 80.
Sin embargo, lo que inquieta de los procesos en los paises citados, es el riesgo de pasar de regímenes populistas-autoritarios, que coexisten irremediablemente con estructuras e instituciones democráticas, a regímenes plenamente dictatoriales mediante la manipulación y transformación gradual del ordenamiento constitucional vigente.
No obstante soy y deseo ser optimista. La realidad económica coloca un detente a tales cambios políticos, pues ponen en riesgo la capacidad para competir de estos regímenes en el mercado global y en los procesos de atracción de capital extranjero. En ese contexto, es preferible inscribirse en los discursos y medidas económicas del izquierdismo moderado. Tal vez por ello, pasará largo tiempo antes de que siquiera veamos el desarrollo de "las bases materiales y técnicas" del llamado "socialismo del siglo 21" de Hugo Chávez.
Si bien es debatible que el régimen chavista sea o no una revolución, los argumentos que se ofrecen para decir que no lo es ("el antiguo régimen capitalista y democrático, es decir, el orden social creado por la economía de mercado y el gobierno representativo, se mantiene en pie", "elecciones legislativas y ejecutivas, división de poderes, libertad de asociación y expresión, pluripartidismo") no solo son ingenuos, sino que a partir de 2008 ya son falsos. Cualquier observador externo que tenga cierta familiaridad con el ‘proceso’ venezolano—para no hablar del venezolano a pie—puede darse cuenta que si algo ha caracterizado al régimen, especialmente en los últimos 2-3 años, es la destrucción sistemática de las instituciones, las violaciones continuas a la Constitución de 1999, la división de poderes, las normas más básicas de convivencia política, la propiedad privada, las libertades individuales y la soberanía nacional. Ejemplos de todo esto sobran. Y el que haya una constitución de principios ‘liberales’ o se celebren procesos electorales—que en realidad son manipulados por el régimen para convertirlos en plebiscitos—no implica en ningún momento que de hecho exista un estado democrático que siga aferrado al viejo orden ‘liberal’. En Venezuela han tenido lugar cambios muy profundos en los que los sectores más radicales—con Chávez a la cabeza—están apostando a la formación de un nuevo orden estatal esencialmente personalista y con importantes afinidades con la Revolución Cubana y un nacionalismo de talante fascista. Que esto al final se consolide o no, o que esto constituya o no una Revolución de verdad, ciertamente está sujeto al debate, pero no a partir de las razones que explican Malamud y Rafael.
ResponderEliminarTal vez el punto de inflexión en el cual el régimen chavista pasó a tomar una forma abiertamente dictatorial fue cuando Chávez decidió introducir por decreto, a través de una Asamblea unipartidista y un nuevo referendo las propuestas (reelección continua, por ejemplo) que ya habían sido rechazadas en el 2007. En Venezuela ya existen espacios ‘micro-totalitarios’ (el PSUV, los organismos públicos, las fuerzas armadas convertidas en una milicia chavista) y el riesgo de que esto termine por consolidarse a otros niveles de la sociedad es alto.
Por último, añadiría que un elemento no-revolucionario—más bien profundamente conservador—fundamental es que el chavismo ha mantenido o incluso exacerbado el modelo del petroestado corporatista benefactor heredado del período democrático. No he leído el libro de Malamud, pero espero que hable de esto.