En la primavera de 1974, la plana mayor de la revista Tel Quel (Francois Wahl, Philippe Sollers, Julia Kristeva, Marcelin Pleynet y Roland Barthes) viajó a China en un tour ideológico organizado por la Embajada maoísta en París. Barthes llevó un diario de aquel viaje –Diario de mi viaje a China (Paidós, 2010)- interesante por muchas razones. Una de ellas es la exposición, por medio de la escritura fragmentaria del diario, de la incomodidad del esteta en los menesteres del ideólogo o el político.
Durante todo el viaje, Barthes pide que lo lleven al cine, que lo dejen visitar bares, museos, bibliotecas, lugares de ocio, “fumaderos de opio –si todavía existen-“, pero los cicerones de los franceses en China no lo satisfacen. Sus órdenes son llevarlos a fábricas, escuelas, hospitales y encierros teóricos en hoteles, donde pasan horas escuchando discursos de dirigentes e intelectuales del Partido Comunista Chino. Barthes se conforma con imaginar la erótica oculta, reprimida, de aquellos camaradas.
En uno de los debates con ideólogos maoístas surge el tema de Stalin y las relaciones entre la Unión Soviética y China. Es interesante constatar en esas páginas del diario de Barthes el desencuentro entre la izquierda francesa y la izquierda latinoamericana de entonces, a pesar de la supuesta conexión teórica que había entre ambas. En la América Latina de los años 60 y 70, predominaba la idea de que el maoísmo estaba más cerca del trotskismo que del stalinismo, entre otras cosas, por el distanciamiento entre Moscú y Pekín.
Sin embargo, los teóricos maoístas trasmiten a los filósofos franceses una opinión muy negativa de Trotsky y muy positiva de Stalin. Niegan que Stalin sea la “derecha” y Trotsky la “izquierda” y sostienen las mismas patrañas antitrotskystas de los dirigentes soviéticos: que Trotsky era “antileninista”, que “Lenin lo denunció”, que hizo “atentados contrarrevolucionarios contra líderes soviéticos”, que fue “espía inglés”, “aliado del imperialismo japonés y la Alemania nazi”.
Para asombro y desencanto de aquellos socialistas franceses, los maoístas hablaban maravillas de Stalin. Admitían que en un inicio se había equivocado, intentando transferir al contexto chino el modelo soviético, pero que luego de conocer la genialidad de Mao, comprendió las especificidades del comunismo chino. Stalin, concluían, “seguía siendo el gran marxista-leninista del siglo XX, porque siempre quiso la Revolución. Si hubiese muerto más tarde, habría podido aportar una solución al problema soviético de la lucha de clases”.
Ni a François Wahl ni a Sollers les gustó que este carnet, diario, de Barthes fuera publicado. A Sollers de todas formas no se le puede evocar este viaje porque se pone ardiendo de furia; es difícil para los "intelectuales" superar sus errores, menos asumirlos. Resulta que Barthes no iba a China con la misma mentalidad avasallada de sus compañeros de ruta. Barthes era de la misma especie que un Camus, si se me entiende. A propósito: Jacques Lacan también había sido invitado al viaje por Sollers, pero al último momento encontró un pretexto para no ir. Hay que imaginarse al que un año más tarde comenzaría su seminario sobre Joyce, montado sobre un tractor y oyendo los delirios totalitarios lenino-estalino-maoistas….
ResponderEliminarBarthes, Camus, Lacan, Joyce: si se buscan, se encuentran ejemplos de esa especie particular. Otras lenguas. Y no el grado cero de la escritura o de la política.
Era lo que tenían que decir. En el fondo, Mao y Stalin se odiaban, al menos si la investigación de sinólogos serios como Jon Halliday y Jung Chang tiene alguna validez.
ResponderEliminarSaludos Rafael. Nuevamente gracias por tu esfuerzo en poner a nuestra disposición información de tanto interés como la de este post.
ResponderEliminarEn algún momento de los años '70, tuve la oportunidad de leer, no recuerdo dónde, mucho menos su autor o autores, uno de aquellos folletines maoístas que nos llegaban a Puerto Rico, y en el que se manifestaba la admiración por la figura de Stalin, al tiempo que se desdeñaba a la dirigencia soviética de aquellos años. Así que en cierto modo no me sorprende el fenómeno pro-Stalin de los teóricos maoístas.
Pienso que mucho tuvo que ver con estas diferencias dentro del propio campo comunista, el rol de los soviéticos en la guerra de Vietnam, el respaldo del régimen chino a los carniceros de Cambodia, y cómo percibía la dirigencia china la probable futura existencia de un estado pro-soviético, no muy distante de sus fronteras.
En ese contexto, me parece —y lo afirmo con mucha discresión, después de todo el historiador aquí eres tú— que las posturas de simpatía y promoción de la figura de Stalin fueron, además, parte de la guerra ideológica contra la dirigencia soviética de aquellos años, que según mi mejor recuerdo encabezaba Leonid Brezhnev. Según recuerdo se pretendía establecer la existencia de diferencias esenciales entre el PCUS de antes y después de su famoso 20 Congreso. Desde la óptica maoísta, apartarse del legado stalinista era una traición a la lucha por la victoria del comunismo en el mundo.
Desde luego, nada de esto invalida o cuestiona la información que nos compartes del libro de Barthes, el que habrá sin dudas que leer en la primera oportunidad. No lo hace porque no es de extrañar la simpatía del maoísmo, una ideología marcadamente autoritaria y promovente del culto a la personalidad del "chairman Mao", con el stalinismo, igualmente autoritario e igualmente promovente del culto a la personalidad de Joseph Stalin.
Supongo que "la plana mayor de la revista Tel Quel", tan aburrida en París, y tan interesada en la aventura de conocer de cerca la "Revolución Comunista en China", aspiraba a confirmar la existencia de una alternativa al, ya para esos años, desprestigiado régimen soviético, que pudiera sostener la utopía comunista. El desengaño, pienso yo, debe haber sido enorme... Como una muralla.
Desde ya una obligacion pasar por aqui.:)
ResponderEliminarA.B.
En junio de 2003, en una entrevista (inédita) que aceptó concederme en su pequeñísimo cubículo de ediciones Gallimard, Philippe Sollers se detiene un instante en la huella China en la generación Tel Quel:
ResponderEliminar“En Tel Quel hubo una fiebre maoísta ligada a los sucesos del 68, pero por encima de eso se produjo otro tipo de enorme cuestionamiento que iba más allá de los simples parámetros económicos y sociales, una cuestión de fondo y de forma”.
Y luego, como era de esperar, recala en Roland Barthes:
“Pienso que el diálogo con lo asiático es desigual y que deberíamos prepararlo mejor. A Barthes, quien sentía una atracción por Japón –de ahí su hermoso libro El imperio de los signos--, lo llevé a China y ya entonces teníamos conversaciones sobre este tema en el cual estábamos muy interesados. Recuerdo que le decía: "Roland, China viene de más lejos que Japón y llegará mucho más lejos” Él era un poco escéptico, pero permanecía atento al tema
En un texto titulado “La voix de Barthes”, Julia Kristeva relata: “En el 74, en China, un autobús nos hacía recorrer siglos de historia que pocos occidentales tenían la suerte de ver en aquella época. Nuestros ojos engullían, ávidos, cada estela, estatua, joya, caligrama. A menudo Barthes se quedaba en el autobús o nos esperaba a la salida de los museos. Esta conmemoración, este carácter lineal, este sueño de filiación lo aburría” Algo que el propio Barthes confirma en su diario: “Me quedo en el auto, mientras que los otros salen, toman fotos” (en Nankin, 20 de abril de 1974).
ResponderEliminarEste desamor barthesiano por lo oficial, por lo institucionalizado, por lo que en este diario llama “lo que yo no puedo sorprender”, es recreado por Francois Wahl (otro de los integrantes del grupo que viajara a China) en su crónica “Les amis” de 1980: Barthes abandonando a sus amigos que visitaban bajo la lluvia los guardianes funerarios de Nankin (“siempre le horrorizó el arte repertoriado, en particular los museos”), o retirándose a su habitación “en medio de una disputa un tanto viva entre Sollers y yo al propósito del budismo y de la manera en que la Revolución cultural pretendía, al caricaturizarlo, borrar su huella”
Me parece excelente que haya aparecido ya la traducción al castellano del diario chino de RB. Ello indica que es un autor que todavía se sigue, que todavía, y desde entonces, seguimos.
saludos
G.
Coincido con los comentarios.
ResponderEliminarSollers, como Kristeva, y otros tantos más, siguen todavía hoy en día justificando ese viajecito al país del maoísmo encantado. Y era en una época en que los crímenes de masa llovían como aguaceros sobre todo la China. Asesinatos de masa que no tienen nada que envidiar al estilo estalinista, ya que precisamente la idea central de todo el marxismo-leninismo –idea recogida por Stalin y llevada a cabo en todas sus consecuencias- fue la de erradicar, por medio de la lucha, es decir de una violencia desatada sin piedad, las clases sociales. El hombre nuevo no era la búsqueda de un hombre mejor, mejorado, era la búsqueda de la exterminación completa de lo diferente, era el intento de exterminar meticulosamente al denominado enemigo, algo que sigue haciendo hoy en dia el castrismo, puro producto del estalinismo leninista. Es decir, el hombre nuevo era la aparición de un hombre único, de un solo hombre, de un hombre homogeneizado, unificado, igualado, nivelado, uniforme, uniformizado. Los chinos, con la misma ideología metida en la cabeza solo podían producir la misma barbarie. Misma causa, mismos efectos.
Es esta verdad de Perogrullo que los maoístas de antaño no quisieron nunca ni quieren reconocer: que todo eso era una misma mayonesa fermentada y putrefacta. Claro que necesitaban regenerar las células envejecidas y cancerigenas del sovietismo, sobre todo que los Soljenytsine estaban dando el ultimo golpe a todo el andamio totalitario-comunista. Había que refrescar un poco el ambiente “izquierdista”, y la propaganda china podía servir en aquel entonces, llevaba un aura de exotismo y de desconocido.
Sollers, siendo el principal responsable de aquella cretineria, ha pasado toda su vida a “refouler”, a reprimir, a justificar y justificarse, echando además sobre Barthes, hoy muerto, una cantidad insidiosa y perversa de maldades escondidas entre las líneas. Acusando a Barthes, por ejemplo, de no haber visto ni haber querido ver las bondades del maoísmo revolucionario cultural. O sea, de haber sido un ciego. Precisamente, la ceguera la tuvo y la tiene todavía Sollers, y cuantos como él, que es esta la tragedia del siglo pasado y todavía la de este siglo. Pues la resurrección de la ceguera se ha puesto de nuevo en marcha, con la ayuda de los Badiou-Zizek del comunismo inmortal.
Lo terrible de toda esta tragedia pasada y quizás por-venir- ver Venezuela- es la insistencia con que se cometieron y se cometen los mismos errores. Esta perseverancia en el error es precisamente lo diabólico del asunto. El comunismo, como el castrismo, renace constantemente de sus cenizas porque se sigue persiguiendo un sueño: el sueño de la razón, que produce monstruos.
Un saludo cordial