Una de las varias ideas interesantes del largo ensayo sobre Roland Barthes de Gerardo Fernández Fe es la sugerencia de que una de las vías hacia la ficción del gran ensayista francés fue su apasionada semblanza de Jules Michelet (1798-1874), un libro que apareció en francés en 1954 y que el Fondo de Cultura Económica reeditó en 2004.
Habría que ubicarse en el París de los 50, cuando los historiadores marxistas, discípulos de Francois-Alphonse Aulard y Albert Mathiez, contraponían obsesivamente a Michelet y a Marx -con el fin, naturalmente, de exaltar a este último-, para ponderar la audacia del joven Barthes. Mathiez, por ejemplo, escribía frases como ésta: “en una época en que Marx escribía el Manifiesto Comunista, Michelet berreaba por la unión de clases”.
Otros pensadores de la generación de Barthes, como Jean Duvignaud y George Bataille, rompieron con aquel estereotipo de “Michelet-historiador burgués”, que obstruía el contacto con una de las prosas más bellas y lúcidas del XIX francés. Otras escuelas historiográficas francesas, como la de los Anales, especialmente Lucien Febvre, admirador de Le Peuple, leyeron con mayor hospitalidad a Michelet, generando, en buena medida, la estimación que por él sienten historiadores contemporáneos, como Hayden White.
Tiene razón Fernández Fe: el interés por el bios del gran historiador liberal y romántico –jaquecas, caminatas, natación, sexo, androginia, mujeres, narcosis, cafeína…- le permitió a Barthes comprender mejor aquella grafía. El quinto capítulo del Michelet, sobre el discurso de la sangre, es una pieza maestra de la literatura francesa de todos los tiempos:
“Hay en Michelet un horror primitivo a la sangre inmóvil, a la sangre cadáver. La sangre muerta embadurna y se arrastra a la repugnancia por lo graso. En Versalles, desde una galería aérea, hermosas damas asistían a la encarna de venados. Entiéndase que se enfrentaban a dos sangres innobles: la sangre triunfante y pletórica de la opulenta aristocracia (prefiguración de la termidoriana que también se reclina para ver a Robespierre conducido a la encarna) y la sangre enteramente viscosa del animal asesinado. Repugnancia en absoluto metafórica, puesto que Michelet bien habría querido ser vegetariano”.
Tal pareciera que la hubiese escrito Casey. A proposito de Casey - y siguiendo ese rastreo un tanto shandy por las huellas entre Barthes/Sarduy - hay una minima mencion sobre Barthes en un obituario que escribio Sarduy en la Revista Quimera del 82 sobre C.C. Alli aparece este misterio: "Una de las mas frondosas - varias direcciones, telefonos rurales o secretos - la B. fe deizmada de golpe: Barthes".
ResponderEliminarEl titulo del opusculo es "El Libro tibetiano de los muertos".
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